Parisa Pourtaherian tiene 26 años, se graduó en diseño industrial en la Universidad de Teheran y es fotoperiodista. Le gusta el fútbol y le gusta fotografiarlo, pero un detalle no menor se entrevera con la posibilidad de llevar adelante su vocación: es iraní. A menudo sucede que uno no se encuentra precisamente en el lugar indicado, en el momento adecuado. Parece ser el caso de Parisa. En la República Islámica de Irán, por cuestiones vagamente religiosas o morales Las mujeres no pueden presenciar partidos de fútbol sencillamente porque los hombres llevan pantalones cortos.
La restricción para que las mujeres no asistan a los partidos se impuso tras la Revolución Islámica de 1979. Los funcionarios conservadores se niegan a revisar la medida citando una máxima del Gran Ayatolá Fazel Lankarani: “Es inadecuado que las mujeres miren el cuerpo de un hombre, aunque no sea para conseguir su gratificación”. Las autoridades, sin inmutarse, argumentan que la prohibición virtuosamente resguarda a las damas del uso del “lenguaje inapropiado” de los aficionados.
La absurda reglamentación parece menor en el contexto de extrema segregación que las mujeres padecen en Irán, aunque 35 mujeres fueron detenidas en el último marzo al intentar infiltrarse en las canchas. Las iraníes pueden conducir automóviles, emprender negocios y vivir una vida casi normal en el ámbito de su casa. Pero en la vida pública, la separación de sexos es proverbial. El velo es obligatorio en la vía pública. Hasta 1997 la pena para una mujer que no lo llevara o enseñara parte de su cabello era de 74 latigazos. Actualmente el castigo se limita a una advertencia, aunque la ley eventualmente admite pena de prisión que va de diez días a dos meses. Son segregadas en autobuses, en playas, en piscinas, en celebraciones. La vida de una mujer vale, para la ley iraní, literalmente la mitad que la de un hombre. La indemnización que debe pagar un automovilista que provoca un homicidio involuntario es del doble en el caso de que la víctima sea hombre. El Código Civil consagra que el jefe de familia es siempre el hombre y que el marido puede prohibir a su esposa el ejercicio de cualquier profesión o trabajo que vaya contra los intereses de la familia o de su dignidad, o de la de su esposa.
Queda claro que Parisa Pourtaherian, fotoperiodista, 26 años, apasionada del deporte, no la tiene muy fácil en Irán para llevar adelante su vocación de fotografiar partidos de fútbol. Pero por fortuna, en un momento pasó por su mente un pensamiento que se transformó en convicción —esa consigna que a muchos pone nerviosos— “Donde hay una necesidad, hay un derecho”.
El 26 de julio en el estadio Vatani de la ciudad de Ghaemshahr jugaban Nassaji Mazandaran vs. Zob Ahan. Parisi le contó al diario inglés The Guardian lo que pergeñó aquella noche: “Estuve en la zona tres horas antes de que empezara el partido. Buscaba una casa con un tejado desde el que pudiera hacer fotografías. Intenté persuadir a los propietarios para que me dejasen hacerlo, pero ningún aceptó en toda la primera parte del partido. Sin embargo, al final hubo una persona que me dejó subir a su tejado y pude fotografiar el segundo tiempo”
Parisa que trabaja para la agencia Photoaman contó que su deseo es que a las mujeres “se nos permita cubrir partidos en los grandes estadios de fútbol junto a los colegas masculinos”.
Mientras tomaba las imágenes que publicó en su cuenta de Instagram —entre ellas una de su perspectiva sin zoom desde los tejados — fue fotografiada por un colega que se encontraba dentro del estadio. “no esperaba que fuese a recibir la cantidad de mensajes de personas que no conozco en absoluto. No sé qué decir. Todo lo que puedo es agradecer por tanto ánimo, por tanto apoyo con cariño y por la energía positiva que me brindaron”.