En noviembre de 1948, durante la primera presidencia del General Perón, tres jugadores se presentaron frente a los periodistas para reclamar mejores condiciones de trabajo. Se trataba del arquero Fernando Bello –Independiente–, el defensor Oscar Basso –San Lorenzo– y nada menos que Adolfo Pedernera –River.
La reacción de los jugadores fue motivada porque ellos veían una clara desproporción entre los ingresos que percibían los clubes y los salarios. O sea, nada nuevo bajo el sol.
La reacción del gobierno no fue la mejor. Dicen las crónicas de la época que el General Perón se sintió traicionado por la actitud de los jugadores, quienes le hicieron el primer paro de su gestión. No se trabajaba de gastronómicos, textiles, obreros de la construcción o metalúrgicos. No. Eran jugadores de fútbol. Los que para Perón eran una suerte de elite dentro del mundo trabajador.
Pese a la lectura que se hizo desde el peronismo, era rigurosamente cierta la precarización del trabajo que sufrían los jugadores, especialmente los de menor consideración y los de las divisiones menores. La AFA no reconocía la agremiación y los clubes sólo le pagaban bien a las estrellas pero abusaban de los jugadores más desprotegidos. O sea, nada nuevo bajo el sol.
Los futbolistas reclamaban un sueldo mínimo, la libertad de contratación una vez cumplido el contrato firmado y el reconocimiento legal de Futbolistas Argentinos Agremiados.
La AFA, para abrir las negociaciones, le exigió a los huelguistas que continuaran el campeonato en “homenaje a los espectadores” pero los jugadores se negaron. Racing, que hasta ese momento era el puntero, no se presentó en las últimas dos fechas perdiendo la oportunidad de ganar el título que finalmente obtuvo Independiente.
El conflicto duró 40 días, hasta que Oscar Nicolini, ministro de comunicaciones y hombre de extrema confianza de Perón y de Eva Duarte, consiguió el levantamiento de la medida de fuerza luego de decenas de reuniones.
Se llegó al acuerdo, pero desde el Gobierno se buscó darles una lección a los promotores de la huelga, es decir a los jugadores más reputados. Se aceptaron todos los pedidos, pero además se incluyó un cuarto ítem: el salario máximo. De ahí en adelante nadie cobraría más de mil 500 pesos por mes.
Frente a esta nueva situación, un centenar de los mejores jugadores argentinos emigraron a Colombia (no estaba afiliada a la FIFA), a México y hasta a Cuba para cobrar grandes sueldos y primas.
Habían pasado 18 años desde la primera huelga, el 11 de abril de 1931 (se oponían a la “Ley candado” que prohibía la libertad de contratación y promovieron el nacimiento de los contratos, es decir el nacimiento del fútbol profesional) y todavía faltarían 27 años para que en 1975 los jugadores consiguieran su propio convenio colectivo de trabajo. O sea, nada nuevo bajo el sol.