Por fin España dejó su repetido lugar de mero candidato y obtuvo el Mundial de Sudáfrica, en 2010. Tal logro se dio en coincidencia con el apogeo de su más brillante generación de jugadores, encabezada por el genial Andrés Iniesta.
Si bien la final la ganó en forma ajustada (1-0 ante Holanda), impuso su idea de fútbol de posesión, de valoración de la pelota como argumento central de la táctica, en detrimento del oportunismo perezoso que había campeado en el Mundial anterior.
Ese mismo año, las portadas de los diarios le dieron respiro al fútbol para enfocar los secretos de estado de la principal potencia del planeta, filtrados por WikiLeaks (precisamente, leak en inglés significa filtración, gotera), un sitio web fundado por el australiano Julian Assange en 2006.
El 28 de noviembre de 2010, WikiLeaks cedió a los medios gráficos más importantes (los diarios The Guardian, The New York Times, Le Monde, El País y al semanario Der Spiegel) una colección de más de 250 mil cables que echaban luz sobre el diálogo entre el Departamento de Estado de los Estados Unidos y sus embajadas.
Con todo detalle (incluidos reportes informales, coloquiales, de los funcionarios), los textos permitían asomarse a las bambalinas de la diplomacia americana, salpicada de espionaje, presiones y otras perlas, así como conocer la verdadera opinión de los Estados Unidos acerca de los gobernantes de todo el mundo.
En los primeros días de diciembre, la policía inglesa detuvo a Assange, pero no por haber ventilado los manejos de la política internacional americana sino por un supuesto delito sexual cometido en Suecia. Extraña coincidencia.
Si bien fue liberado, la posibilidad cierta de la extradición obligó al periodista australiano a pedir asilo político en la embajada de Ecuador en Londres, donde permanece desde entonces.
Estas filtraciones tuvieron mayor repercusión porque hubo medios de prestigio mundial involucrados. Pero la presión de WikiLeaks sobre los archivos secretos de los Estados Unidos era de antigua data. Un antecedente insoslayable es el 5 de abril de 2010, cuando el sitio dio a conocer un video del año 2007 en el que se observaba cómo las tropas estadounidenses destacadas en Irak asesinaban a un grupo de civiles -entre ellos un reportero de la agencia Reuters y su asistente- desde un helicóptero.
Las acciones de WikiLeaks han sido celebradas porque demuestran una búsqueda de la verdad de la que el común del periodismo prefiere abstenerse. Ante una prensa condescendiente con los abusos de Estados Unidos, la empresa fundada por Assange marcó una conducta distinta y una nueva modalidad de circulación de las noticias que solo puede concebirse en el marco de la revolución tecnológica operada en las comunicaciones y la información.
En cambio, se le ha objetado a WikiLeaks cierto peligroso descuido de las fuentes (los “filtradores”, por decirlo de algún modo), cuyo anonimato muchas veces no ha sido preservado debidamente, exponiéndolas a graves consecuencias. En cualquier caso, la irrupción de WikiLeaks lleva a replantear el rol del periodismo, su funcionamiento, sus límites éticos y sus paradigmas en el proceso de elaboración de las noticias.
Al mismo tiempo, desnuda la vulnerabilidad de los archivos más protegidos del mundo. Un frente más para los gendarmes de la “seguridad”, otro estímulo a la paranoia que cada tanto recorre mares y tierra firme, normalmente para justificar controles y represión. Acaso sea parte de los costos de la libertad de apropiarse de la información.