Está enamorado de su cuerpo; profesa el culto de sí mismo y presenta el síndrome de una coquetería tambaleantemente masculina. Es árbitro de fútbol, pero un oportuno estudio vocacional lo habría orientado mejor, convirtiéndolo en hombre sándwich, mannequin vivant, animador de televisión o equilibrista. Guillermo Nimo y la justicia se desconocen. En el inventario de sus personales ignorancias prevalecen la sobriedad, la discreción, el aplomo y la modestia.
El lunes 22 ingresó en el field de San Lorenzo pisándolo inicialmente con el pie derecho, revoleando su silbato y arrojando la pelota hasta el centro del campo, tal como una cábala –que él se encargó de divulgar- lo exige. No le importó el calor que hacía esa tarde: más le sedujo la posibilidad de exhibir, ante miles de personas, su cardigan negro. Cuando estuvo presto para que Vélez Sarsfield y River Plate iniciaran un partido en el que podía definirse el Nacional, indicó a Daniel Onega, con un ademán irónico, que aún había que esperarlo. Se paseó chaplinescamente y, por varios segundos, se sublimó: todos lo miraban a él.
Guillermo Nimo es un triunfador. Durante la semana última, miles de personas se ocuparon de él. ¿Acaso no es patrimonio de pocos conseguir lo que se proponen? En su último acto del año desatendió una agresión -rodilla mediante- del arquero Marín a Recio: Nimo estaba arreglándose una rebelde media que, al intentar caerse, lo desaliñaba. Vio y soslayó los puntapiés con los que Carlos Rodríguez recibió a Willington, y los codazos con los que este despidió a su rival; el alevoso foul de Gúzman a Novara; los cabezazos de Ovejero en las nucas de Daniel Onega y Gutiérrez; también los trompis y escupitajos de Cubilla a Atela y Zóttola. No cobró un foul de Whebe a Gironacci (porque la posterior chilena de Luna dio en un poste, y fue tan emotivo) ni el penal de Gallo a los 83 minutos, porque era una manera de ofrecer a los diarios un tema polémico. Por último, concluyó el encuentro varios minutos antes del tiempo reglamentario. ¿Quién podría forcejearle el papel de prima donna?
Fue denostado por los jugadores de River. Oscar Mas lo definió “caradura”; Angel Labruna lo vapuleó en el campo, a la vista de todos; fue suspendido durante 30 días por el Colegio de Arbitros; La Nación, La Razón y Crónica lo citaron en sus títulos. Tal vez, Nimo deje de ser árbitro internacional, ¿pero no son despreciables estos avatares ante tanta popularidad? El fútbol podrá perder un referee, pero habrá sido escuela para un showman.
Publicado en la revista Primera Plana #314 – Diciembre 1968