“i6.300 metros! ¡Hurra!”
Levantando los brazos, gritó alborozadamente Horacio Anasagasti, cronometrista, después de mirar por dos veces el barógrafo del Morane Saulnier que al mando del ingeniero Jorge Newbery acababa de concluir el histórico vuelo realizado el 10 de febrero de 1914 en la pista de aviación de El Palomar.
Entre aplausos, vivas, gritos, que resonaron por largo rato, Newbery fue llevado en andas hasta los hangares donde asediado por sus admiradores y periodistas, comentó: “Cuando alcancé los 5.400 metros empecé a sentir una fuerte presión en el corazón; el aire me faltaba y por momentos pensé en iniciar el descenso. Para mejor se me abrió el tanque de nafta y ésta me Salpicaba en los pies causándome mucho frío”. Agregando: “Si hubiera tenido la precaución de llevar oxígeno tal vez habría marcado mayor altura”.
Habían transcurrido solamente seis años de la primera ascensión aérea por Henry Forman, quien en 1908 ascendió a los 25 metros, cuando Jorge Newbery, en un magnífico vuelo superó el récord mundial de altura en aeroplano, colocándose sobre los grandes aviadores del viejo mundo.
Después de la hazaña del aviador francés Legagneux, llegó a decirse que su récord de 6.150 metros no sería nunca superado. Sin embargo, la proeza le nuestro compatriota fue objeto del aplauso universal y colocó a la aviación argentina en el primer rango respecto de otras naciones que contaban con los más esforzados cultores del cuelo mecánico.
El récord de Newbery tenía además otra significación: resolvía el problema del paso de los Andes que, con la travesía del Atlántico, constituía la empresa de aviación más atrevida que esfuerzo humano podía abordar.
El aparato que Newbery empleó en esta ocasión era especial para escalar grandes alturas y lo había traído de Francia con el propósito de llevar a cabo su ambicioso proyecto. Hallándose en Europa explicó a un redactor de L’Aero el itinerario del viaje, haciendo además, los siguientes comentarios: “La travesía de la cordillera de los Andes, que me preocupa desde hace largo tiempo, la considero como una prueba deportiva y científica a la vez. Por lo tanto no quiero ir a la ventura ni tomar el asunto a la ligera. El período más favorable es entre los meses de febrero y marzo. Partiré de la ciudad de Mendoza que se encuentra a 860 metros de altura sobre el nivel del mar y siguiendo el río Mendoza llegaré a Las Cuevas cuya elevación es de 4.000 metros. Es ahí el límite de la frontera argentino-chilena marcado por el Cristo de los Andes, cerca del cual pasa la vía férrea. En ese lugar se encuentra el punto culminante del viaje, siendo necesario recorrer 180 kilómetros para llegar a él”.
Si bien el año anterior había marcado el récord sudamericano con 4.185 metros, el éxito obtenido en este vuelo fue el paso decisivo para lanzarse a la conquista del macizo andino.
Veinte días después viaja a Mendoza para ultimar los preparativos de la gran empresa. En una conversación sostenida con el gobernador mendocino, Rufino Ortega, éste le recomienda:
-Sea prudente. Haga ensayos consecutivos en Uspallata; vea que las montañas guardan muchas sorpresas.
-El éxito para la travesía está en tomar la altura -respondió Newbery-. De ahí a cruzar las cumbres son a lo sumo 30 minutos. Lo que me agradaría es que el aparato no me fallara en territorio argentino. Pasando la frontera en tierra de Chile, lo mismo da que caiga sobre un cerro, como en un cajón de la cordillera.
-¿Y si el aparato no le responde?
-No es nada, siempre que sea más allá del límite internacional. Tengo la seguridad de salir ileso.
-¿Y si perece?
-Quedan Fels, Giménez Lastra… Sólo pretendo que sea un argentino quien en un vuelo logre vencer el macizo de los Andes.
El 1° de marzo de 1914, debía regresar a Buenos Aires. Antes de partir, con un grupo de amigos, entre los que se encontraban los pilotos Fels, Giménez Lastra, el ingeniero Babacci y otros, resolvió dirigirse a Los Tamarindos. Y una vez allí quedó resuelta la salida.
Giménez Lastra deseoso de participar en uno de los impresionantes vuelos en espiral que había visto hacer a Newbery en El Palomar, solicitó ocupar el asiento de pasajero. Fels advirtió a Newbery ciertas irregularidades en las alas del monoplano. El vuelo comenzó sin inconvenientes alcanzando en pocos minutos una altura de mil metros. Desde allí Newbery comenzó una serie de maniobras arriesgadas. Los que presenciaban esas evoluciones advirtieron pronto que, cada vez que el aeroplano volaba en torno de su ala izquierda, el aparato se sacudía en forma extraña y fue en uno de esos movimientos en que el avión se vino a pique ante la atónita mirada de los circunstantes. Este vuelo no había sido preparado ni Newbery tenía, hasta poco antes de dirigirse al campo de aviación, intención de verificarlo.
Al conocerse la noticia, en toda la nación no existió otra preocupación que la muerte de Newbery. Se hablaba de ella en todas partes; en los centros, en la calle, en el café, en los hogares. En todo sitio donde se juntaban dos personas había una frase amarga contra el destino.
No obstante su osadía e intrepidez, Newbery, se dice, era supersticioso. Días antes de viajar a Mendoza, cuando el suizo Domenjoz realizó acrobacia aérea en Buenos Aires, se encontraba un grupo de aviadores comentando sobre su viaje a los Andes. Contestando siempre como un caballero, giró la conversación y dijo:
-He visto un aviso que acaso podría tener positiva influencia un espíritu supersticioso. Es de unos cigarrillos y tiene dibujado un aeroplano, en una de sus alas se leen varios nombres: Origone, Eusebione, Perez Arzeno, Newbery, Fels… Por cierto que estoy pensado -añadió sonriendo- pedir a la casa que ha puesto ese aviso que lo modifique. ¡Caramba! Podría haber separado con una raya o en cualquier otra forma los nombres de los muertos; porque así leída, de corrido, esa lista, que en comienzo es una lista necrológica hecha de acuerdo con un orden cronológico riguroso, diríase que resulta por simple consecuencia mi sentencia de muerte. ¿Me tocará el turno ahora?
El ingeniero Newbery se dedicó a la práctica del vuelo mecánico con el mismo entusiasmo y la misma confianza empleada en los demás deportes, obteniendo sonados triunfos que proporcionaron más de un galardón a las páginas de la aviación argentina.
Su debut como aviador corresponde a la semana del Centenario, cuando arribaron a nuestras playas destacados aviadores del Viejo Mundo que hicieron conocer a nuestro público las maravillas de la ciencia de volar.
Comenzó practicando sobre un monoplano Blériot Anzani de 35 H.P. en el aeródromo de Villa Lugano. Luego de rendir sobresaliente el examen de piloto, obtuvo su brevet que lleva el número ocho en la lista de aviadores argentinos. Desde ese momento hasta que perdió su vida, tanto aquí como en el extranjero, su participación en certámenes aeronáuticos fue siempre distinguida. Pero antes de pilotear aviones, ya había sido ganado por el ideal de las alturas. Fue uno de los pioneros de la aerostación.
Sería largo enumerar las ascensiones realizadas por este enamorado del aire. En su extensa nómina figuran algunas de real mérito, como la ascensión practicada el 25 de diciembre de 1907 en el globo “Pam-pero”, en compañía de Aarón Anchorena. Después de unas horas de vuelo recalaron en Bell, Colonia, habiendo alcanzado durante el viaje una altura de 3.000 metros. El éxito de esta prueba determinó la fundación del Aero Club Argentino. El 28 de diciembre de 1909 llegó a Bagé, Ciudad del Brasil, en su globo “Huracán”, después de 13 horas de viaje. La ascensión efectuada colocó a Newbery en el 49 lugar en el récord mundial del tiempo de suspensión y en el 69 con respecto al recorrido, que fue de 541 Km. Fue el primero en cruzar por aire el estuario del Plata. Promovió la creación de la nueva arma en nuestro ejército e instruyó a sus pilotos.
Jorge Newbery, que había nacido en la Capital Federal el 29 de marzo de 1875, cursó sus estudios de bachiller en el Colegio Nacional. Sintiendo vocación por la mecánica, después de obtener el título de ingeniero, se trasladó a los Estados Unidos, diplomándose en la universidad de Drexel, Filadelfia.
Prestó sus servicios un año como ingeniero electricista en la compañía de luz y tracción del Río de la Plata. Fue nombrado en 1897 ingeniero electricista de primera clase en la Armada Nacional. Al año siguiente fue ascendido y enviado a Europa como comisionado especial con el objeto de comprar e investigar la construcción del material eléctrico para la Marina y defensa de las costas. Al retirarse de la Armada, asumió la dirección general municipal de instalaciones eléctricas y alumbrado, puesto que ocupaba antes de morir.
Viajó varias veces a Europa y, como allí era conocido por sus diversas actividades deportivas, una de sus principales preocupaciones fue hacer conocer el adelanto alcanzado en breve tiempo por el vuelo mecánico en nuestro país y los trabajos realizados en ese sentido por el Aero Club Argentino, institución que presidió durante seis años.
En los aeródromos de Hendory (Inglaterra), Johannistal (Alemania) y en muchos de Francia, tuvo ocasión de efectuar numerosos vuelos, mereciendo sus exhibiciones la más franca aprobación de los entendidos en el Viejo Mundo y varios artículos de los principales diarios y revistas de esos países.
Dio conferencias sobre la importancia científica de vuelo de altura en el Instituto Tiffel de París. Despertó especial interés por ser la primera vez que se trataba ese tema, debido al carácter profesional de la mayoría de los aviadores franceses, quienes guardaban los secretos de la ascensión para mantener la competencia. Antes y luego de esto fue siempre el modelo de hombre deportivo y exteriorización insuperable de gallardía y caballerosidad. Nadie se empeñó tanto como él, dentro del campo que le señalaban sus aficiones, por realzar el nombre del país hasta colocarlo entre los que marchaban a la vanguardia del progreso.
De ahí su récord de altura. Por lo demás, sería largo enumerar la serie de sus triunfos en los campos del deporte. Hemos de limitarnos, pues, a recordar algunos de ellos. En diciembre del año 1899 tomó parte en los concursos de box organizados por los clubes Atlético y Serman Gimnasium de Londres, adjudicándose el primer premio.
El 1° de julio de 1903 obtuvo un hermoso triunfo en un asalto de box, en el club Gimnasia y Esgrima; y el 8 del mismo mes sostuvo otro combate con el profesional Clark, en el Jockey Club, resultando vencedor.
En el torneo sudamericano de Esgrima, organizado por el club Gimnasia y Esgrima de Buneos Aires en octubre de 1901, obtuvo el primer premio de florete. El 24 de abril de 1907 venció a Berger, campeón francés de espada en un torneo de esgrima efectuado en el Jockey Club.
El 16 de marzo de 1908 resultó vencedor en compañía de Juan Mouras en una carrera de “Clinkers” de dos remos largos contra los invencibles hermanos Müller. La distancia era de mil metros, representando los vencedores al Rowing Club.
Estableció el récord de rapidez en un bote de cuatro remos largos, junto con Lanusse, Van Praet, Dessein y Varas, remando sin descansar un solo momento la distancia que separa el recreo de Las Palmas del Paraná hasta el Tigre, en abril de 1902.
En el Jockey Club, colocó sucesivamente en tierra a dos fuertes profesionales con quienes mantuvo un asalto de lucha grecorromana en agosto de 1903. Apareció nuevamente el 9 de octubre del mismo año en el club Gimnasia y Esgrima, frente al luchador profesional Zavattaro, a quien venció en recia lucha.
Ese mismo día resultó el mejor clasificado en una “poule” de florete en el Jockey Club, entre el team del mismo y el de Gimnasia y Esgrima.
Ganó la regata organizada por el Tigre Sainling Club, con el cúter Sprapper, el 11 de marzo de 1906. Cultivador poeta de la energía, se lo ha llamado. En todos los órdenes.
No hubo deporte que no conociera, que no practicara, que no dominara como un maestro. No tuvo consagraciones a medias. Ofrecía un raro caso de eclecticismo deportivo. Boxeador en cuanto admite la práctica del deporte por el deporte mismo, sin alardes de fuerza ni prevalimientos alimentados por la conciencia de la propia superioridad; corredor a pie como cultor de una de las más bellas formas del atletismo; remero fuerte, entre los más fuertes; esgrimista de habilidad sobresaliente; entusiasta del deporte automovilista; la carrera deportiva de Newbery ha sido brillante.
En el transcurso de ella desarrolló esas cualidades de carácter, que se vigorizan en la lucha diaria por superar lo hecho y que trazaban su silueta moral con rasgos tan enérgicamente definidos. Y en esa vida del deporte, que no le impidió, sin embargo, ejercer su profesión con brillantez, fue anotando Newbery un prestigio que con el correr de los años debía popularizar su nombre en todos los ámbitos del país.
*Fuente: Todo es Historia, Año III, N° 26, Junio de 1969.