Los diez años iban gestándose y muy cerca estaba el siglo de entrar en su tercera década. Marcos Paz iba perdiendo su fama de reformatorio para convertirse en el Hogar Escuela Ricardo Gutiérrez, cimentando su obra en la amplísima bondad de su interventor: don José Amatuzzo. Ya se iba descubriendo en cada niño internado una vocación por la tierra, por la pintura, por la albañilería.
Ya los látigos de los adustos celadores de años atrás habían dejado de sonar sobre las espaldas de aquellos recluidos, que ahora empuñaban hoces y rastrillos. Marcos Paz no “reformaba” a nadie más. En cambio, el Hoga Escuela Ricardo Gutiérrez comenzaba a forjar nuevas vidas.
Por aquel entonces, llegaba hasta allí, con regular frecuencia, un muchachito esmirriado, de corta talla y muy bajo peso. Nacido en Rosario, huérfano desde muy niño –su padre, almirante francés, cayó en la guerra de 1914–, Juan Carlos Zabala vivía en el hogar de su padrino, el doctor Alfonso Cabal, defensor de menores. De ahí, que cada “diablura” le valiera una temporadita en Marcos Paz.
–Creían castigarme –comentaba años después Zabala. – Lo cierto es que yo mismo me procuraba las “vacaciones”. Estaba solo en aquella inmensa mansión y me aburría mucho. Por eso prefería que me mandasen allá… con los demás muchachos. Allí, al menos jugaba, hacía deportes… En pocas palabras, en la colonia me divertía. Pero, ¿qué pasaba? A los quince días, en vista que me portaba bien, me mandaban de vuelta a la casa del doctor. Y entonces tenía que volver a hacer otro lío para regresar allá. Por eso, como dije, yo nunca estuve internado…
Su predisposición para los deportes era grande. Desde los ocho años ya se destacaba en natación y en basquetbol. Con un equipo de la colonia, le ganaron por aquel tiempo a un conjunto de la Asociación Cristiana de Jóvenes, que entrenaba el profesor Alberto Regina. Cuando apenas había cumplido los doce, se realizó en Marcos Paz un torneo con la participación de los atletas más destacados de la época. Zabala era un chiquitín inquieto, decidor y, por sobre todo, muy atrevido. Iban a correrse 1.500 metros y él se paseaba altanero, presumiendo de ganarle a todos.
–Anda, quítate los pantalones largos y que te den unos cortos. Vas a correr contra ellos– le sentenció un celador de apellido Quiroga.
Con una mezcla de estupor y de alegría, Zabala acató la orden. Apenas tenía 12 años y debía vérselas con muchachones de veinte. Pero no se achicó y salió al frente. En la tercera vuelta a la pista, lo perdió de vista a Mariani, el crédito “foráneo”. Las burlas que se gastó, le valieron la promesa de una paliza y la orden de intervenir en otra prueba de 800 metros, que habría de correrse de inmediato: “Pensaban que me achicaría… ¡Qué va! Si lo que siempre me sobró fue el alma torera”, recordaba después.
Y corrió… Y le ganó nada menos que a Acosta, quien luego llegaría a ser campeón sudamericano.
Los amplios y sucesivos triunfos de Juan Carlos Zabala, demostraron muy pronto que estaba para proezas mayores. Por eso, comprendiendo que Marcos Paz le quedaba chico, el profesor de la colonia, aquel “as” de la cultura física que se llamó Alejandro Stirling, comenzó a mostrarlo afuera. Intervino en un torneo Primavera, organizado por el club de Gimnasia y Esgrima, ganando sucesivamente los 1.500 metros. 3.000 y 5.000 metros. De la primera prueba fue descalificado por “actitud antirreglamentaria”: al pasar a un rival se permitió el desenfado de tocarle el… fondo de la espalda). Ante este hecho, y antes de largarse los 3.000, el delegado José Lambierto le hizo prometer portarse bien.
–Me costaba más eso, que ganar la carrera –dice Zabala–. Porque yo al deporte me lo tomaba en broma. Me divertía saber que ganaba, mientras que otros vivían preocupados por la misma causa. Pero me porte bien y gané el Primavera. Fue un regalo que me hice yo mismo por haber nacido un 21 de setiembre.
Luego llegó su primer encuentro con José Ribas, el canillita aquel que se entrenaba yendo desde La Razón hasta la Boca, corriendo con los diarios debajo del brazo. Fue en el “cross” de 12 kilómetrcs en 1927.
–Pobre Ribas… Fue mi mejor amigo, pero fui su desgracia. Con tantos sacrificios como hacía voceando diarios en aquella esquina de la Boca, donde todavía está hoy, debo confesar que yo lo desmoralicé deportivamente.
Hay una anécdota, entre tantas, que Zabalita protagonizó en 1928. Disputándose los juegos olímpicos de Amsterdam, supo de la derrota del sudamericano Manuel Plaza (chileno) en la maratón que ganó el francés El Quafi. Hizo entonces una promesa en voz alta: “Plaza perdió, pero el próximo ganador de la maratón seré yo”. Lo trataron de charlatán y de loco.
Representando a Sportivo Barracas, ganó más tarde el campeonato argentino que se realizó en Rosario, en 1930, integrando la delegación que menos representantes tuvo, puesto que con él acudieron sólo Butti, Bursino, Figueras, Rosetti, Patrinós y Julio González.
A LA CONQUISTA DE EUROPA
Después de ganar los 10.000 metros del Sudamericano con el que se inauguró la pista de GEBA, estableciendo el record de 31,19 y de recibir de premio el abrazo del general Uriburu, presidente argentino de aquel año de 1931, el doctor Jorge Mitre, director de La Nación, decidió su viaje a Europa, costeándole todos los gastos. Pasajero del Masilia, por las noches despertaba a todos, corriendo por cubierta para mantener el estado, durante el tiempo que duró la travesía.
El 8 de setiembre Zabala y Stirling arribaron a Francia y de inmediato llegó la invitación pa-ra que corriese el día 13 en Berlín.
–Vas a correr contra Paavo Nurmi –sentenció Stirling.
Correr contra Nurmi… Contra el mismo Paavo. Nurmi que venía desde mucho tiempo atrás asombrando al mundo atlético. Contra quien, por sus performances, había sido denominado “la máquina de correr”. Contra quien, por primera vez, había establecido la manera científica de desplazarse en carrera, controlando con un cronómetro sus propios desplazamientos.
La fama, la actuación del finlandés nacido en 1897, eran sabidos por Zabala. Sabía que su nombre dominó en los juegos de Amberes, en 1920, donde ganó los 10.000 metros y que cuatro años más tarde, en París, fue el vencedor indiscutible de los 1.500 y 5.000 metros, estableciendo nuevos records olímpicos, y que al día siguiente en los 10.000 ganó medalla de oro en competencia individual y por equipo, llevando más tarde a la victoria al equipo finlandés en los 3.000 metros por equipo. Y sabía también, que este Paavo Nurmi –que ahora iba a enfrentarse con él– había sido el vencedor de los 10.000 metros en Amsterdam (1928).
Con el tiempo, Zabala llegó a confesar que aquella noticia le produjo la misma sensación que si le hubiesen propuesto viajar a la Luna. Y supliendo el estupor con su habitual desenfado (“peor para Nurmi”), salieron rumbo a Berlín.
Los periodistas alemanes, apenas le conocieron llegaron a satirizarle al máximo. En los días previos a la carrera, un diario publicó una caricatura suya, vestido de indio, con plumas y taparrabos, con pantorrillas cuadradas y una leyenda en el epígrafe: “El indio sudamericano, que llega de Argentina… República del Brasil”.
El día de la prueba, Zabala lucía impecable. Buzo colorado (“estaba todo rojo y con mi estatura parecía un buzón”), camiseta blanca y azul, a rayas verticales, de Sportivo Barracas, un distintivo argentino abrochado sobre el pecho y abajo del distintivo, una medalla de Santa Teresita, la que siempre llevó consigo… Ya en la pista, las miradas del público, enfiladas hacia un costado, llamaron su atención. Precisamente la gente miraba hacia el rincón por el que aparecían los corredores. Nadie reparaba en él… Todos miraban hacia otro lado. Zabala le preguntó a Stirling:
–Y estos cosos, ¿qué esperan?
–Callate –le dijo don Alejandro–. Están esperando que aparezcas vos vestido de indio, como te vieron en la caricatura del diario…
De pronto una voz resonó en el estadio: Número uno… PAAVO NURMI (“quién podría haberle discutido el número uno al finlandés, si en el mundo no tenía contras”)… Número dos… JUAN CARLOS ZABALA… Allí, ante el anuncio y cuando el argentino levantó su brazo, el estadio arrancó con un prolongado “uhhhhhhh…” al verlo.
Están colocados para largar. Stirling le había enseñado las palabras previas al tiro de largada, en alemán. Era cuanto sabía. En las gradas el público lo seguía mirando, llevándose el pulgar a la boca, a manera de chupete, para demostrarle la impresión infantil que daba su presencia, parado entre Nurmi y el sueco Calzon, a quienes apenas les llegaba al pecho.
Gritó el “starter” las palabras de orden y antes del tiro, Zabala se adelanta. Le anotan una salida en falso, pero él estrecha la mano de sus rivales, uno a uno.
–Me anotaron una en falso, sí. Stirling se moría de nervios. Pero más nerviosos estuvieron quienes iban a correr contra mío, al ver la tranquilidad con que procedí a saludarlos…
Nueva orden de partida y… ¡Zabala en la punta! Por primera vez en la historia del atletismo, alguien se animó a disputarle la vanguardia a Paavo Nurmi, quien paradójicamente, se quedó último. Fueron cubriéndose los primeros metros de la prueba y el argentino fue declinando posiciones. En los 5.000, Zabalita quedó último entre 18 y desde esa posición fue adelantándose de a uno por vez, al resto de los corredores. Al faltar dos vueltas, estaba al lado de Nurmi.
–El gigante me miró. Y como yo no sabía ninguna palabra en su idioma, me puse a hacerle muecas y a sacarle la lengua. Fue tanta la rabia que le dio, que estrelló contra el suelo el reloj que llevaba en la mano, para controlarse. Mi objetivo estaba logrado. El atleta más flemático del mundo, estaba nervioso…
Cubrieron apareados los últimos 80 metros, después 70, 50… 20… 5, y cuando Zabala pretendía pegar el salto que lo erigiese vencedor, Paavo Nurmi se “zambulló” sobre la línea, ganándole la carrera.
–Ahí aprendí algo que no conocía. Indudablemente, Nurmi me mostró una nueva faceta que suele tener también un campeón. Yo, acostumbrado a cruzar barriendo con el pecho erguido el hilo de la raya de sentencia, tuve que conformarme con ser segundo de aquel gigante, que se “tiró con todo” sobre la línea…
De 36 carreras en Europa, ganó 34. Empató una sola (“porque me hicieron prometerlo antes de correrla”) y llegó segundo de Nurmi en ésta. Volvió a Buenos Aires y en seguida ganó el torneo Rioplatense, en Montevideo, estableciendo el record sudamericano de 14m 55s para los 5.000 metros. Antes de eso, en Viena, había superado el record del mundo que tenia Nurmi en los 30 kilómetros, señalando un tiempo desusado para aquella época: 1h 42m 19s (más bajo que el de Ribas).
LA MARATÓN DE LOS ÁNGELES
La primera vez que Zabala intentó la distancia de la clásica maratón, estableció un record europeo. Fue en Koscize, Checoslovaquia, donde bajo la lluvia, señaló 2h 33m 19s.
–Me bañé y fui a esperar al segundo –ironizaba, risueño, con sus flamantes 20 años.
Esta demostración de superioridad, entusiasmó a Stirling a gestionar ante el entonces presidente de la Federación Atlética, Eduardo Ursini, la obtención de un permiso del Comité Olímpico para que Zabala viajara a Los Ángeles, cuarenta días antes de los Juegos. El permiso se obtuvo y el 25 de junio, faltando 43 días para la clásica maratón, el Ñandú criollo” (apodo con que lo bautizó Crítica) se impuso en los 10 kilómetros que organizó Los Angeles Time. Pero el halago le costó un dolor de cabeza… O mejor dicho, de pies, porque sus zapatos, acostumbrados a las pistas de Europa, eran de suela muy fina y no soportaban correr sobre el asfalto. Tanto, que se destrozaron al recorrer ocho kilómetros y los últimos dos los hizo gastando las plantas de sus pies. Terminó con los pies ensangrentados. Todos quienes lo acompañaban, estaban alarmados. Menos él, que le dijo a Zorrilla:
—Es la ventaja que les puedo dar.
El profesor Stirling fue el encargado de localizar un barrio turco en Los Ángeles, donde Zabala suplió las horas de entrenamiento diarias, mientras se recuperaban sus pies. Casi con 50 grados de calor y pedaleando sobre el aire, una hora y media o dos, por día, transcurrió un mes. Para los primeros días de agosto, hizo el primer recorrido con unos zapatos nuevos, de suela especial que le hizo la fábrica Good Year, de Los Ángeles, con los que finalmente corrió. Calzado que hoy es trofeo en las vitrinas de Sportivo Barracas…
El cálculo previo de posibilidades se barajaba en el campamento argentino. Los finlandeses ocupaban la atención de Stirling por el seguro juego de equipo que emplearían; los japoneses también eran temidos, al igual que los ingleses Ferris y Wright. Pero el mayor de los temores recaía sobre Paavo Nurmi.
Empero, cuarenta y ocho horas antes de la prueba, el finlandés fue declarado profesional, eliminándosele de la competencia.
–Profesionales eran quienes dirigían el juego de apuestas y no los corredores –afirma en la actualidad Zabala–. Yo aprendí en Alemania solamente dos palabras: “ia” y “nain”. No supe nunca escribirlas, pero sí pronunciarlas. Y las aplicaba sabiamente… Supe decir sí, en cualquier idioma, o bien responder negativamente cuando no me convino. Todo dependía de la “oferta”…
AQUEL 7 DE AGOSTO DE 1932
La primavera de Los Ángeles vivía sus últimos días. Hacía varios que los Juegos Olímpicos se habían iniciado con variada suerte para nuestros representantes. Hasta que llegó la tarde del domingo 7 de agosto. Sobre la pista del estadio, veintiocho atletas alineados esperaron la señal de salida, separados en dos filas. Los tres representantes argentinos, José Ribas, Fernando Cicarelli y Zabala, forman en la primera. Este luce una camiseta blanca, cruzada por una franja celeste, que lleva el número 12 en su espalda y en su pecho. En éste, el escudo de la Federación Atlética. Pantalones blancos y un sombrero de brin blanco… Su clásico Gath y Chaves.
A las tres y media de la tarde, dieron la orden de partida y Zabala salió en punta. Dan dos vueltas en las que el italiano Farelli se le anticipa, pero el Ñandú vuelve a adelantársele, siendo el primero en abandonar el estadio. Los consejos de Stirling no cuentan, puede más su “sangre torera” y su voluntad…
Al pasar el primer control, situado a los 4 Km. 800 metros, Zabala continúa primero, siguiéndole el mexicano Baños. La misma ubicación se mantiene en el segundo control, que está a los 6,637 km. y donde la distancia que lo separa del corredor azteca, es de 10 metros aproximadamente.
A los 15 kilómetros, Baños paga la osadía de seguir al “incontrolado” argentino y resigna posiciones hasta llegar al vigésimo lugar. En los 23 kilómetros del cuarto control, comienza a insinuarse el finlandés Virtamen –en él creyó Zabalita tener al rival–, haciéndole el tren a su compatriota Toivonen. ¡Este era el juego de equipo que temía Stirling!
Llegan al quinto control (31 Km. 375 m.) y allí abandona el italiano Rocatti. Zabala pierde momentáneamente el primer puesto, que se disputan Virtamen y el inglés Wright. Y éste, precisa-mente, lo aventaja al pasar los 35 kilómetros y enfilar la calle Santa Bárbara, que desemboca en el estadio.
Stirling, que iba en el auto de Alberto Zorrilla, junto con el doctor Ursini y Juan Sires, se adelantaba por las calles laterales y gritaba en los cruces las órdenes que Zabala lejos estaba de oír y mucho más lejos de acatar. Porque él se había fijado su propio plan. Por eso Stirling, al ver que el inglés lo pasaba, se fue al estadio y les anticipó a los argentinos que estaban allí, que Zabala había perdido la carrera…
En el kilómetro 39, a tres y unos metros más de la llegada, abandonó José Ribas. Iba séptimo. De pronto sintió mareos y se quedó… El Ñandú, en cambio, seguía de cerca los pasos de Wright, que era el puntero. El inglés preguntó en voz alta:
—¿Where is Zabala?
–Zabala is here! —fue la respuesta que le dio el argentino, pasándolo, con la mirada casi nublada por el agotamiento.
Setenta y cinco mil espectadores esperaban en el estadio la llegada de los corredores. Por la puerta grande entró Zabala con el inglés detrás suyo, casi extenuado. La ilusión de ganar podía más que el dolor físico. Faltaban los últimos metros… La voz estruendosa del relator, indicó que Zabalita era el líder. Ensayó un último sprint, cruzó la línea de llegada… y se cayó…
–Con los años –acota Juan Carlos Zabala– la leyenda de mi desvanecimiento se fue haciendo popular. Pero nada de eso ocurrió. Yo no me desvanecí. Lo que pasó fue que Carmelo Robledo, el boxeador argentino que junto con Alberto Lovell ganó la medalla dorada en Los Ángeles, me tiró al pasar, un banderín argentino que tenía empuñadura de bronce. Y me lo dio en la cabeza, produciéndome un ligero desvanecimiento. Me levantaron entre Míster Garland, el patrocinador de aquellos Juegos, y un atleta sudafricano que había abandonado un momento antes. Eso fue todo.
El titular de La Prensa de Buenos Aires, en su edición del lunes 8 de agosto de 1932, rezó así: “EL ARGENTINO JUAN CARLOS ZABALA GANÓ LA MARATÓN OLÍMPICA”. Y un recogido a cuatro columnas, continuaba: “Recorrió la distancia en 2h 31m 36s, señalando un nuevo record olímpico. El atleta argentino Fernando Cicarelli ocupó el 17° puesto”.
Decididamente, los diarios de ese día prefirieron esta información y despreciaron a la vez otros sucesos deportivos de orden local ocurridos en la víspera. Por ejemplo, poco se habló del triunfo que Independiente logró sobre Boca Juniors en Avellaneda y en donde la formación local, integrada por Sangiovanni; Fazio y Lecea; Ferrou, Corazzo y Armiñana; Forta, Sastre, Seoane, Ravaschino y Betinotti, pudo más que la de Yustrich; Piaggio y González; Moreiras, Mariani y Beghe; Penella, Varallo, Sánchez, Cherro y Garibaldi.
Dos goles de Seoane, uno de Varallo y un herido de bala en las tribunas –Raimundo Quiroga–, fue el saldo de aquel casi ignorado clásico. Como así ignorado pasó el triunfo de Zumayita, a la que J. J. Ausbruch llevó al disco en la Polla de Potrancas que se corrió en Palermo. Y la victoria del liviano Víctor Peralta sobre Anselmo Casares y la de Landini ante Buscaglia…
Nada podía igualar en importancia la hazaña de Zabalita. Todo pareció postergado en la noticia ante la novedad y el asombro que provocó su triunfo, estableciendo la mejor marca en esa prueba que poseía hasta entonces el finlandés Kolehmainen (1920), con 2h 32m 35s 8/10. Zabala había establecido un registro inferior casi en un minuto y detrás suyo habían quedado Samuel Ferris (Inglaterra), 2h 31m 55s; Adams Toivonen (Finlandia , 2h 32m 12s; Mc Leed Wright (Inglaterra), 2h 32m 41s; Seichiro Tsuda (Japón ), 2h 35m 42s, etc.
Desde las páginas del Los Angeles Times, el crítico Braven Lyer dijo: “La mayoría de nosotros creímos que Zabala estaba absolutamente fuera de forma y no prestamos mucha atención a los categóricos desmentidos de Stirling, quien aseguraba que su pupilo no deseaba perjudicar su chance en las pruebas olímpicas”. Anteriormente, Zabala se había retirado de la maratón organizada por ese periódico, en cuya oportunidad se bordaron los más antojadizos comentarios acerca de la verdadera causa de la resolución del argentino.
Damon Runyos, por su parte, desde las columnas del New York American, subrayó: “En espíritu, en corazón y en seguridad, Zabala, el pequeño y ágil hijo de la Argentina, es la moderna reencarnación de los corredores griegos de la maratón. Corría por el estadio con tal desenvoltura, que difícilmente podía creerse que hubiera cubierto la distancia que se considera como el más terrible esfuerzo que se haya exigido a seres humanos en competiciones atléticas. El vigor de Zabala sorprende en un atleta de apenas 21 años”.
Pero lo que resulta difícil es dar una idea de la repercusión popular del triunfo de Zabalita en la Argentina. En esa Argentina triste y rabiosa del año 32, con un presidente elegido por el fraude, con conspiraciones radicales tramitando silenciosamente en todo el país, con desocupación y “mishiadura” por todos lados, barrios de lata bordeando el Puerto Nuevo y mafias perpetrando los delitos más espectaculares de la historia negra del país.
En 1932 la Argentina soportaba el peor momento de la crisis desatada en 1928 en Wall Street, cuyas consecuencias golpearían fuerte a naciones como la nuestra, productoras de muy pocos rubros exportables –carne, trigo, cereales–, cuyos precios bajaron verticalmente mientras las importaciones subían en la misma proporción; todo ello regulado por nuestro principal cliente, aquella Gran Bretaña a la que el vicepresidente Julio A. Roca loaba como metrópolis de un imperio del cual, virtualmente, formábamos parte… Ese año 32, cuando la gente cantaba “Dónde hay un mango, viejo Gómez”, “chico bien, te ha cachao el temporal a vos también”, y la palabra “crisis” pretendía explicar las reiteradas estafas al pueblo, las entregas del país perpetradas por correctísimos caballeros y el fraude y la violencia imperantes en todas partes; año 32 del auge de Barceló en Avellaneda y de la desesperanza y la pobreza vastas… La única noticia que alegraría a los argentinos sería ésta, cuyo protagonista era un petiso que, moviendo las piernas como una máquina, había arrebatado el triunfo a los mejores corredores del mundo en los Juegos Olímpicos…
DESPUÉS DE LA MARATÓN
Sin marearse con las ovaciones y con los aplausos, Juan Carlos Zabala volvió a ganar en Boston y lo hizo después en Buenos Aires. Pero estuvo poco tiempo en la Capital, regresando a los Estados Unidos en 1933. Allí libra 162 carreras y pierde solamente una. Corre después los 3 kilómetros en Brasil y es un compatriota, el cordobés Roger Ceballos, quien consigue superarlo. Se impone un descanso y viaja nuevamente a Europa. Interviene en 70 competencias y gana 69. La única derrota se la infiere el dinamarqués Siefer.
–Esa es una historia muy mía, que ahora que ha pasado el tiempo puedo revelarla. Yo había hecho una promesa familiar, muy íntima, que si alguien me ganaba en Europa debía ser dinamarqués… Y yo cumplí con aquella promesa. Mejor no recordarlo…
Está ausente de las pistas por un tiempo y cuando reaparece, gana por segunda vez la Copa de Oro de Finlandia sobre una distancia de 25 kilómetros. A fines de 1935 vuelve al plano internacional, luciendo ahora los colores de Boca Juniors. En Hamburgo corre 14 kilómetros en la nieve y mejora el record de Paavo Nurmi en los 20.000 de Munich (1936). Interviene en los Juegos Olímpicos de Berlín y termina sexto en los 10.000. Corre la maratón y abandona después de hacer 34 kilómetros…
La explosión de la Segunda Guerra Mundial terminó con la carrera deportiva de Juan Carlos Zabala. Llegó el momento entonces de mirar más allá de las pistas. Y en la propia Europa obtuvo títulos de especialista en rayos y masajes, que más tarde revalidó en nuestro país.
En 1946 ocupó el cargo de profesor de Educación Física en el Colegio Industrial de la Nación, y atendió por entonces su consultorio particular, cosa que aún hoy sigue haciendo.
–Por aquel tiempo también, participé en la elaboración de un anteproyecto de nacionalización de toda actividad deportiva. Mucha gente creyó que se trataba de semimilitarizar a la niñez pero no hubo nada de ello. Aquel proyecto que elaboró la comisión que yo integré tendía con exclusividad a preparar a la gente apta para hacer deportes, a establecer un control mucho mayor sobre todas las actividades deportivas, a vigilar la parte directiva exigiendo a quienes la asumieran que fueran, además de honestos, idóneos en la especialidad que desarrollaren…
Marcos Paz quedó atrás en la carrera que apuraron los años. El Hogar Escuela Ricardo Gutiérrez llegó a ser un ejemplo en el mundo. De aquellos años diez, surgió a la gloria deportiva la figura de un niño huérfano, de talle esmirriado (“cuando me ponía el buzo rojo parecía un buzón”), que se burlaba de los más grandes, a riesgo de recibir soberanas palizas.
Surgió un chiquilín irrespetuoso que se permitió toquetear en carrera a sus rivales… Que le sacó la lengua al mismísimo Paavo Nurmi antes que se le levantara el monumento en vida, como ejemplo para la juventud de su país y de todo el mundo (“le saqué la lengua porque no sabía su idioma”), y que una tarde de agosto de 1932, ante los asombrados ojos de 75.000 espectadores, se adelantó a un lote de 27 maratonistas para permitirle al cielo primaveral de California confundirse con el celeste y blanco de una bandera, que enseñó al mundo olímpico los colores argentinos.
(Publicada en febrero de 1969 en la revista Todo es historia, año II, número 22.)