(Nota de la Redacción: Santa Fe dio al periodismo varias figuras de envergadura, entre ellas al autor de esta nota, que esconde el nombre Juan Fernández detrás del seudónimo El Bachiller, tal como se estilaba allá por la década del 30. Juan Fernández surgió de la redacción del diario La Provincia y en el 35 se sumó al equipo de Fioravanti para dar vida a Alca, la voz del gigante, que nació ese año para competir con la Oral Deportiva que Edmundo Campagnale había creado dos años antes. En aquella experiencia compartió micrófono con Luis Sánchez (ciclismo y automovilismo), Luis Abitábile -Pipiolo- (actividades hípicas), Fair Play (rugby, tenis, golf y cricket), Bernabó (básquetbol), Esteban Murell -Don Juan del Pitorreo-, Agustín Selza Lozano -Salustiano González-, Alfredo Costa Bertani, Emilio Rubio, Luis Aróstegui -Dribbling- y Julio José Degrossi.

Noticia Gráficas, Campeón, Democracia y varias emisoras porteñas contaron con sus comentarios originales e inconfundibles. Una prosa aguda y de personalísimo humorismo lo define y distingue como uno de los más nobles y genuinos exponentes del periodismo deportivo de una época.

Esta crónica, que presentamos en su segunda parte, la escribió para el libro Historia del Fútbol Argentino, Tomo II, editado por Eiffel, en 1958.)

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PAYUCAS EN EL RIACHUELO

lazzattiBoca Juniors llevó, en su memorable excursión por Europa, a dos jugadores provincianos: Octavio Díaz y Roberto Cockrane. Fueron los primeros cracks del interior que defendieron la camisola del “club más popular del mundo”, según los hinchunes de Boca. Siguió Boca su tra­yectoria y fueron incorporándose a la entidad hombres del interior que pronto ganaron nombradía. La zaga contó con un mozo del Chaco, un indio rubio: Víctor Valussi. Se le hizo fama de hachero, pero el hom­bre era más bueno y noble que pan campesino. En la ofensiva supo jugar un robusto crack cordobés: Benavídez. Y un puntero de Tucu­mán, voluntarioso como él solo: Donato Penella. Ahora que el payuca destinado a ganar más popularidad en la masa boquense, en aquellos años, había de ser un muchachito flacucho, llegado sin pretensiones de Bahía Blanca: Ernesto Lazzatti. Se le llamó el pibe de oro. Basta. El apodo canta su clase.

Se deshojaron una punta de almanaques. Y llegamos a la época actual. Y en el once fornido y efectivo de Boca Juniors que barrió con todos los rivales que le salieron al cruce en 1954, tenemos a cuatro jugadores pro­vincianos: Musimessi, de Misiones; Colman, de Entre Ríos; Lombardo, de Mendoza, y Borello, de Bahía Blanca. Piernas ágiles y diablas y cora­zón firme. Los apelativos de estos payucas se han confundido en tantas tardes triunfales con el apasionado: ¡Dale Boca..!

 

PAYUCAS EN BOEDO

PontoniYa hemos citado a varios cracks santafesinos que impusieron su autoridad y su temple defendiendo a San Lorenzo de Almagro: Chividini, Magán, Jenaro Canteli, Pontoni… La lista de chacareros se nutrió con apellidos sonoros con el transcurrir de los años. Córdoba mandó a Boedo a un back de recio físico: Lorenzo Gilli. Desde Rosario viajaron tres forwards de los que conocían todos los secretos para dominar a la redon­da: Fabrini, Ballesteros y Martino. Los dos primeros supieron ser la­deros de Isidro Lángara, El vasco del balín imparable. Y la misma pro­cedencia rosarina tenían tres defensores de físico y capacidad: Ignacio Díaz, Ángel Perucca y el arquero Heredia.

Mario Papa, scorer de 1950, nació en Hughes, provincia de Santa Fe. Y llegamos al super crack de hoy en día: Armando Benavídez, El doc­tor Benavídez, hijo de Tucumán. Un crack desde el pelo a los botines.

Boedo tiene porque agradecer el aporte que el fútbol provinciano hizo a San Lorenzo de Almagro, desde Magán y Canteli hasta El doctor Bena­vídez.

 

TRES CRAQUES DEL PASADO

Parque Patricios, barrio porteño con su ilustre linaje futbolero, conoció la destreza singular de dos apiladores provincianos. Uno se lla­maba Antonio Rivarola, el otro Galateo. Oriundos ambos de Santa Fe de la Vera Cruz. Habían deletreado la cartilla de los apiles floridos a orillas del Salado, vistiendo Rivarola la camiseta de Colón y Galateo la de Unión. En Huracán repitieron las hazañas que realizaran en sus pagos. Eran dos apiladores de esos que si se lo proponen, le hacen la croquiñol a la gramilla.

Rivarola conoció el alto galardón que significaba en aquellos tiempos defender en trenzadas internacionales los prestigios del fútbol aborigen. Y en un campeonato sudamericano inolvidable, jugando contra los eter­nos rivales del Plata, los uruguayos, Rivarola le sirvió a Roberto Cherro tres pases geniales que equivalieron al brillante prólogo de tres de los cuatro Bolazos que marcó el súper crack de Boca Juniors.

Ni Rivarola ni Galateo tuvieron en nuestro ambiente el éxito que se merecían. El capitán orejas, como le llamaban a Rivarola sus compro­vincianos, desapareció un buen día de Buenos Aires, jugó algunos par­tidos en Santa Fe y luego se embarcó para Brasil. Hace años de aquello. Nunca nadie supo decir con datos precisos qué fue de Rivarola. En cuanto a Galateo, al dejar el globito, cruzó el Plata, actuó en Mon­tevideo, retornó a nuestro país y todavía en Chacarita Juniors celebramos su subyugante dominio de la pelota. Y es que en el apile de Gala­teo cabía toda la picardía criolla; esa picardía que nace en la calle, en el potrero, en el patio de la escuela…

Ya Santa Fe había dado a Buenos Aires varios cracks de los que dejan honda huella en la pensadora de los hinchunes: Magán, El chueco García, Chividini, Rivarola y Galateo. Pero la soberbia contribución no terminó ahí. René Pontoni vino a completar un conjunto para la historia. Tomó, como otros de sus paisanos, a Rosario como trampolín para su salto hasta la Capital. Santa Fe, Rosario, Buenos Aires. Por clubes: Gimnasia y Esgrima, Newell’s Old Boys y San Lorenzo de Almagro. Para alabar la clase de Pontoni basta citar a un quinteto ofen­sivo que lo tuvo por piloto: Imbellone, Farro, Pontoni, Martino y Silva. Campeón de 1946. En España todavía se habla de aquel San Lorenzo. Que fue el San Lorenzo de René Pontoni, un provinciano que jugaba con los pies y la cabeza en estupenda combinación.

 

PAYUCAS EN NÚÑEZ Y AVELLANEDA
Carrizo
Todos los clubes porteños tuvieron en sus filas a cracks de tierra adentro. Ya mentamos al payuca que al iniciarse el profesionalismo disfrutó de una nombradía que se mantiene a través de los años: Ber­nabé. Siguieron la ruta del gran goleador otros valores provincianos, seducidos por las luces de Buenos Aires. Eladio Vaschetto se llamaba un rubio santafesino, de San Gerónimo Norte, que jugó en River con alma y con clase. Era el peón del equipo. Cuando enfermó de los pul­mones no faltó quien atribuyera el mal al enorme desgaste de energías que hiciera batallando atrás y adelante.

Ya alabamos a Rodolfi el men­docino que actuando en reserva llegó al combinado argentino. En la zaga millo supo formar un santiagueño con dureza de cemento: Juárez. Y dos cordobeses bien plantados: Fatecchi y Dagatti. Y un santafe­sino que arribó a River Plate luego de cimentar su calidad en Estudian­tes: el zurdo Eduardo Rodríguez. En el River moderno, el que suele jugar como en las tardes maravillosas de La máquina, actúan varios payucas: Carrizo, hijo de Rufino, el pago de Bernabé; Guastavino, de Mar del Plata; y Pérez, de Rosario. Un back con algo de Bearzotti y Adolfo Celli. Y no nos olvidemos del tucumano Cuello, del River de hace unos años, recio y bien plantado, que respaldaba las pujas de La Fiera con seguridad de patrón del área.

Avellaneda no ha olvidado a los provincianos que vistiendo la cami­sola de Racing o de Independiente le dieron lustre y esplendor al fútbol aboríen. Quedaron citados el ómnibus Barrera, El chueco García y Capote De la Mata. Además de ellos defendieren la causa académica Fassora, El pachorriento; Leoncio, El apilador, y Conidares, El veloz gordito; los tres hijos de Tucumán. Llegaron más tarde D’Alessandro y los hermanos Alfredo y Félix Díaz, de Rosario. Eran días de incerti­dumbre racinguista. En cambio a Rubén Bravo, El maestro rosarino, le cupo el alto honor de dirigir la ofensiva de Racing en los tres años que el viejo y glorioso conquistó el título de campeón: 1949, 50 y 51. A su lado se lució un cordobés: Simes.

Independiente tuvo entre los palos de su valla, durante una década a Fernando Bello, El Tarzán de Pergamino, golkeeper excepcional, y en la zaga a Fermín Lecea, un vasco recio como tronco de quebracho. Y ju­garon en la vanguardia roja, en distintas épocas, varios rosarinos habilí­simos: Zorrilla, Villarino, Cagnotti, Mario Fernández, y un cordobés que disfrutó el hondo gustazo de dirigir la vanguardia del once. Nacional en los matches contra Inglaterra y España, en 1953: Lacasia. ¡Micheli, Cecconato, Lacasia, Grillo y Cruz! El quinteto que, jugando al fútbol, parecía interpretar a Chopin…