Después de un triste cuarto de hora inicial, apareció Messi. No para eludir a cuatro chilenos y meter un golazo. Fue para robar una pelota a lo Mascherano e inmediatamente, con un pase largo, dejar solo a Di María contra Bravo. Ganó el arquero. Pero ahí se quedó Argentina, cerca del arco rival, metiendo una presión que nunca más iba a repetir. Esta vez el que volvió a buscar a Di María fue Mascherano. Los pies del argentino, en carrera junto a Fuenzalida, se engancharon con los del chileno adentro del área. Penal y zurdazo de Messi: 1 a 0 y basta.
2 minutos es una banda punk que puede tocar 50 temas en una hora y media de concierto. Argentina fue un equipo que tocó una sola canción en una hora y media de partido. La que contamos al principio. Lo demás…
¿Cómo explicar lo demás? ¿Es demasiado decir que no hay equipo? No. No hay equipo. Eso sí: hubo un plan. Partir al equipo en dos. Los cuatro defensores, Mascherano y Biglia por el lado de atrás y Messi, Agüero, Higuaín y Di María por adelante. La idea era que Di María y Messi abrieran a la defensa chilena y así darle la oportunidad a los dos centrodelanteros de jugar mano a mano con los centrales. Nada de eso sucedió. El plan se quedó en la charla técnica.
Argentina, evidentemente, se tomó muy en serio eso de que este partido era una final. Y se agarró de esa frase ridícula, imposible de sostener, que dice que “las finales no se juegan, se ganan”. Bueno, esta vez la frase no tuvo nada de hecha. Ni de ridícula. Y fue muy fácil de sostener. Argentina no jugó. Argentina ganó. Y desde ese 1 a 0 andá a cantarle a Gardel con cualquier explicación.
Chile, pese a sufrir las bajas de dos referentes (Vidal y Díaz) se plantó en el Monumental para jugar. ¿Fue livianito? Es cierto. ¿Tuvo poco profundidad? Verdad. Pero a los cinco minutos ya debió haber estado ganando si el línea no cobraba un offside de Fuenzalida que nunca existió. O podría haber empatado dos veces: con un tiro libre de Alexis Sánchez que devolvió el travesaño o con un no se sabe qué quiso hacer Castillo, que trató de conectar un centro con la pierna equivocada.
A la gente que fue a la cancha (y a muchísima que no fue también) le alcanzó el ganar como sea. Si no no se entienden los aplausos (a veces ovaciones) por los despejes a cualquier lado de la defensa argentina cuando Chile apremiaba. Ni siquiera el ingreso de Banega logró transformar al equipo en un conjunto, en algo que tuviera una cierta unidad. En ese momento, a la Selección sólo le importaba cuidar esa ventaja que había conseguido.
Si estuviéramos hablando de un torneo largo es obvio que Argentina tendría pocas chances porque a la larga, jugando a no jugar, va a perder más de lo que va a ganar. Pero las Eliminatorias son un torneo aparte. Y lo único que importa es llegar a la orilla sin ahogarse. No importa si es nadando crol, espalda, pecho, mariposa o estilo perrito. Lo que importa es llegar a Rusia. Y si hay que hacerlo con una canción de 2 minutos, se hace.