No van a encontrar en este espacio palabras que califiquen de hazaña lo que hizo Argentina contra Nigeria. Como tampoco encontrarían, en caso de que hubiera quedado eliminada, ninguna expresión parecida al fracaso.
Creemos, y estamos convencidos, que las hazañas o los fracasos están vinculados a cuestiones más vitales o trascendentes. Acá estamos hablando de deportes, de un resultado, de una actuación colectiva, de un equipo de fútbol que dio un paso importante para entrar en los octavos de final del Mundial. Pero nada más que eso. Convalidamos las palabras de Bielsa al respecto: no hay que ponerse demasiado contentos con los éxitos y tampoco demasiado tristes con las derrotas. Es un juego. Y el que no está preparado para aceptar y digerir una derrota, lo mejor que puede hacer es no jugar.
Dicho esto, que nos pareció necesario después de escuchar durante días una sarta de imbecilidades que deberían avergonzar a quienes las profirieron, vamos al partido. Al juego.
Argentina mostró dos caras. Una en el primer tiempo, en donde fue un equipo sólido que sabía perfectamente a lo que jugaba. Y otra en el complemento, donde otra vez se convirtió un auto gol en una jugada insólita, y empezó a padecer lo de siempre: la dificultad para sobreponerse a los contratiempos.
Ganó, que era lo que necesitaba, pero más allá de la inmensa entrega de los 14 jugadores que estuvieron en la cancha (y de los casi 40 mil hinchas que no pararon ni un minuto de alentar), en lo futbolístico quedó otra vez en deuda. Insistimos: especialmente en el segundo tiempo. Pero vamos por partes.
En la primera etapa el equipo fue sólido, compacto, con la voluntad de achicar hacia adelante y la convicción de tener la pelota de manera eficaz. Así fue como, con Benega y Messi como estandartes, el equipo fue creciendo en juego y ganando en confianza, algo tan necesario por el pasado reciente.
El 1-0 para Argentina fue corto, en esa etapa. Porque más allá de no llegar muchas veces, tuvo las oportunidades para irse por lo menos con dos goles de ventaja, algo que no sólo le habría dado tranquilidad en el mano a mano con Nigeria sino que además le habría entregado una luz de ventaja respecto de lo que pasaba con los voluntariosos islandeses ante Croacia.
Ese tal vez fue el punto más flojo de Argentina en la etapa. Después del 1-0 paró la marcha y no buscó la luz de diferencia necesaria para jugar tranquila. Y, como ocurre habitualmente en este juego maravilloso llamado fútbol, lo que parecía relucir, en apenas cuatro minutos, se transformó en opaco.
Llegó el penal insólito de Mascherano (increíble para un tipo con semejante experiencia) y al equipo le entraron las dudas por todos lados. Ya no había fluidez en el traslado ni precisión en los pases. Di María no aportaba soluciones, Messi se mostraba pero la pelota no le llegaba nunca, Banega desapareció, Pavón entró y no hizo valer su gambeta, Higuain salía del área para pivotear pero jamás le devolvían una pelota como la gente. Y con ese panorama el partido se dejó de jugar para empezar a pelearlo.
Nigeria tuvo el gol en cuatro oportunidades: un remate por arriba desde afuera, un penal de Rojo no cobrado, un tiro libre apenas desviado y una tapada de Armani. Y Argentina, que iba e iba para adelante pero sin claridad, apenas fabricó una buena acción por izquierda que terminó con Higuain tirando de zurda por arriba del travesaño.
Faltaban 4 minutos y la sombra de la eliminación ya dejaba de ser una amenaza para convertirse en una posibilidad concreta. Hasta que llegó el centro desde la derecha, la corajeada de Rojo (¿qué hacía Rojo ahí?) y ese zapatazo de derecha que se gritó en todo el país. Quedaba todavía el fantasma de un gol de Islandia, pero en pocos segundos llegó la noticia del segundo de Croacia y recién en ese momento pareció que el barco finalmente enderezaba su proa hacia un puerto seguro.
Argentina no jugó bien salvo algunos ratos del primer tiempo, decíamos. Pero es verdad que los veteranos dieron la cara para poner al equipo en octavos de final, aún con sus limitaciones. Todavía queda mucho por hacer si se quiere tener un equipo competitivo. Por lo menos estos jugadores se demostraron a sí mismo que son capaces de sobreponerse a los problemas que se fabrican por sí solos.
Ahora el destino les puso a Francia adelante, a un equipo con problemas parecidos a los de Argentina: grandes individuales pero poco sistema de juego colectivo. Todo puede pasar. Seguramente, como esta fase de grupos, el resutado se definirá por 5 centímetros. Los que hicieron que el tiro libre de Nigeria saliera apenas desviado o que la pelota le pegara en la mano izquierda a Armani o que el derechazo de Messi ingresara en el ángulo, el tiro libre del 10 pegara en el palo y que el remate de Rojo se colara abajo, a la izquierda.
Argentina tuvo a su favor, esta vez, esos 5 centímetros. Los que antes se le habían negado cuando Enzo Pérez la tiró afuera contra Croacia en el primer tiempo o los que hicieron que Caballero le pegara mal a la pelota. Y porque entendemos que esto es parte del juego es por lo que nos negamos a hablar incluso de hazaña o fracaso en el marco del deporte.
Argentina está viva. Tiene chances se avanzar en un Mundial que se le había presentado adverso. ¿Y quién dice que los 5 centímetros de ahora en más no empiezan a jugar a favor? Y si eso pasa, todas las barbaridades que dijeron algunos colegas quedarán en el olvido. Y si las cosas le van bien al equipo, los mismos que hace una semana estaban buscando juicio sumario para los culpables (¿culpables de qué?, nos preguntamos) de las derrotas o hacían minutos de silencio para enterrar a la Selección, serán los que pedirán las estatuas para los héroes. Y seguirán siendo los responsables de los desequilibrios que padecemos en esta sociedad. En donde se festeja exageradamente un triunfo o se sufre de manera ridícula una derrota. Y todo porque una pelota se fue afuera o entró en el arco por apenas 5 centímetros más o menos.