Si me preguntan por los clásicos, a mí me gusta hablar de Mozart. Pero hay quienes insisten en que también en el fútbol existen partidos dignos de tal nombre.

Por ejemplo, los clubes vecinos que han desarrollado una disputa histórica son merecedores de su clásico. Claro que además de contar con el aval de la tradición, habría que insuflarles algo de juego y emoción para que estos partidos mantengan su singularidad y su estatuto de “especiales”.

Y pasa más bien lo contrario: como estos choques tienen tanta prensa, tanta “previa”, tanto “folclore”, terminan generando una presión que entumece a los jugadores. Entonces salen asustados. A hacer buena letra con la tribuna.

River-Boca fue un gran ejemplo: empujones, bravatas, patadas, protestas y más protestas. Todos gestos sencillos destinados a ganarse al vulgo. Los clásicos son muy fáciles de jugar frente a los micrófonos, haciendo promesas de entrega, deslizando chicanas. Pero en la cancha, nada.

Salvo Independiente-Racing, los partidos del pasado fin de semana esparcieron el tedio. La guerra de afiches, los memes y otros adornos no sustituyen el juego que falta, la jerarquía aniquilada.

Habida cuenta de que los clásicos sólo empeoran a los futbolistas (los vuelven mañeros, torpes, insufribles) y de que en general son un fiasco o un Superfiasco, es hora de tomar medidas drásticas.

La más radical sería suprimir estos cruces perniciosos. Por ejemplo, tachar del fixture los duelos de barrio o ciudad, empezando por Central-Newell’s, un partido con un rico anecdotario, en el que nunca falta la OCAL, pero de una indigencia alarmante cada vez que rueda la pelota.

Como no queremos tornarnos fundamentalistas, proponemos que los clásicos sigan su curso. Pero habría que aplicarles un control de calidad. Como a los vinos. No cualquier brebaje lleva la denominación de origen, por caso, Rioja. Hay un consejo regulador que estipula los requisitos a cumplir para llevar tal distinción en la etiqueta.

Para llamarse clásico entonces habría que cumplir determinadas cláusulas. Por ejemplo: que el partido tenga una cantidad mínima de goles. Por no hablar del nivel de juego, que sería evaluado por veedores. Un cuerpo de notables en el que deberían coincidir prestigiosos ex jugadores y quizá personalidades de las artes y de otros deportes.

En caso de que el partido se elevara a las minúsculas alturas de los cero a cero de este fin de semana, sería declarado nulo. Y ninguno de los equipos sumaría puntos.

Si hubiera un vencedor en ese desierto de fútbol, como Boca en el Monumental, se llevaría sólo un punto y ambos recibirían una amonestación que, a la suma de cuatro, obligaría a un cambio formal en el rango del partido. Pasaría de Clásico a Partido de Morondanga, y así debería figurar en los anuncios, reseñas y anales de la AFA.

Como ven, hay mucho para hacer en defensa del querido fútbol argentino.