Las lógicas del fútbol argentino son las lógicas del fútbol global llevadas a su extremo. Porque el fútbol argentino ha extremado su estructura de demencia organizada y aceptada hasta más allá de cualquier principio ético general y de cualquier elemento de lo que suele llamarse, en buena parte del planeta, “sentido común”, “interés general” o noción aproximada de las concepciones ordinarias sobre el bien y el mal.
Cuando se normaliza que ante la suspensión de un estadio o la prohibición de la asistencia de público local por falta de garantías de seguridad, se juegue el partido a puertas cerradas para ser televisado y publicitado por el Estado, hemos traspasado uno de los últimos límites de aquella sentencia de Valentín Suárez en 1968 cuando era interventor de la AFA: “Nunca nadie se animará a bajarle la persiana al fútbol, en este país”.
Lo grave no es sólo que esto suceda sino que a la hora de ponernos la camiseta lo vivamos como normal, como si los fundamentos estructurantes de la pasión futbolera fueran un universo sin límites. Así, la cruel y antigua máxima del mundo del espectáculo “El show debe seguir” se transforma en la locura de “Haremos cualquier cosa para que el show siga”. Y esa primera persona del plural es tan polisémica, ambigua, abarcadora y, precisamente, plural que nadie puede arrojar la primera piedra porque ya lo hizo algún grupete violento que se disputa el cartel de la barra. Sólo por eso. Cualquiera podría arrojarla porque sabemos que nadie está libre de culpa.
En este contexto, parecería normal que Jorge Almirón hubiera ya sido eyectado del banco de suplentes de Independiente. La renuencia de los dirigentes, atinada, ciertamente, y la valoración altamente positiva del DT de la Selección, Gerardo Martino, suman confusión a la claridad de lo oscuro.
Hay un estimado de conductas previsibles en una situación como la de Independiente y de patologías promedio estimadas que deberían incluir amenazas y gestos violentos al entrenador si se pierde frente a Boca, algo deportivamente más que posible. La fecha siguiente es con Racing y la posibilidad de caer ante los dos máximos rivales parece intolerable en la intolerante lógica del fútbol.
Ya expliqué por qué no tiro la primera piedra, confieso que aún lejos de la que intuyo segura derrota ante Boca. Todavía tengo tiempo para reflexionar y hablar de fútbol desde el fondo de mi humanidad y no desde su reverso más despreciable, superficie que sale a la luz en la cancha o en la soledad del living frente a un monitor de TV.
Pensar en cómo se comparte la complicidad de la híper exaltación de la banalidad del mal que constituye sentir pasión en el fútbol argentino no redime ni excusa, simplemente permite pensar y pedir auxilio antes de que termine de despertarse el Sr. Hyde.
Quien esté libre de esta patología que, por favor, tire la primera idea sensata. Quizás el Dr. Jekyll pueda modificar algunas actitudes mínimas. Sería un comienzo para detener la caída y comenzar a retrepar el pozo sin fin en que hemos caído. Sería algo distinto y no más de lo mismo.
El lunes Hyde en su esplendor escribirá el próximo artículo; en realidad, lo vomitará.