Este verano es una porquería. Los clubes ni siquiera amagan con vender o comprar, y así se desvanece la ansiedad de la vigilia, ese combustible que solía sazonar los veranos, mientras llegaban los amistosos en la costa. Cuando no rueda la pelota, nada mejor que imaginar refuerzos por venir: delanteras utópicas, carrileros heroicos, el mercado en el cenit de las especulaciones comandadas por una prensa siempre creativa y dispuesta en estos asuntos.

Por ahí aparece una fuente insospechada, el hijo de un futbolista como proveedor de una primicia que ni Crónica tenía en carpeta. ¿Piatti a Boca? Así lo sugiere Gabriel Piatti, vástago del delantero anclado en Canadá, y las redes se encienden. Un chico, vía Twitter, lanza lo más jugoso de la temporada estival. A este paso se acaba el periodismo.

landruEl remedo de competencia está en manos de una cáfila de políticos. El gobierno de la Alegría por aquí; Margarita y Massa por allá. Se disputan el récord de la punición precoz. Es decir, ambas facciones de la misma derecha garabatean códigos hipotéticos en los que, como atletas ante el tiránico cronómetro, tratan de bajar los tiempos. Bajar a toda costa la edad a partir de la cual una persona puede ir presa. ¿Vio que para algunos la gente presa, las multitudes tras las rejas, son como fantasías orgiásticas? Que a los 16, que a los 14. Por ahí andan las marcas. Los más comprometidos con el combate a la inseguridad urbana señalan que apenas despunta la dentición definitiva (6-7 años, según los odontólogos consultados para los borradores de la reforma) el sospechoso está en condiciones de vivir a la sombra. Toda vez que la dentadura definitiva –aunque en desarrollo– asegura la apropiada deglución del duro alimento carcelario, la contra más grande que afrontaría un delincuente infantil para adaptarse a los usos y costumbres de la prisión.

Pero esta disputa de estadistas preclaros no alcanza a vivificar el páramo. Luego de preguntarme durante horas por qué este enero parece más vacío que ningún otro de adrenalina deportiva, el estentóreo sonido de un repartidor de pizzas me llevó a la respuesta. ¡Las motos!, me dije. O mejor: los cuatriciclos. Este verano, señoras y señores, no tenemos al coloso fugaz de cada comienzo de año: Marcos Patronelli.

Hay Dakar, sí, pero nos falta el triple campeón de la prueba. El piloto a través del cual corroborábamos cada doce meses la disposición argentina a imponer el talento individual en los escenarios internacionales más peliagudos. Con él también nos internábamos en una exótica y polvorienta disciplina. Tal afición cíclica (al deporte de riesgo y, en especial, al éxito de un argentino) se ha interrumpido. Y, como toda serie que se corta, produce un dejo de angustia. “Mucha altura y poco desierto”, rezongó un tanto despectivo el piloto de Las Flores en su momento, poco antes de renunciar y de dejarnos solos.

La ausencia de Marcos (y de su hermano Alejandro, no nos olvidemos de él) se suma a la baja de otro campeonato que matizaba los veranos mientras el fútbol descansaba: el concurso Reef de culos femeninos. ¿Se acuerdan? Las chicas, con un cachete marcado como vacas entangadas, desfilaban ante una jauría de veraneantes en celo. Había culos fenomenales, ciertamente. Logrados gracias a pacientes labores en el gimnasio. A las dietas balanceadas y los suplemento vitamínicos. En suma, a una escrupulosa preparación deportiva. Las portadoras de los culos –como sujetos escindidos­– lucían orgullosas el recorte anatómico premiado. Como si se hubiera consagrado un querido y turgente discípulo.

Pero los reclamos contra la violencia de género y la objetivación femenina alertaron a los responsables de Reef, que prefirieron suspender la justa, una prohibición espontánea que acaso hable menos de una conciencia progresista que de tacto marketinero.

Como sea. Sin Marcos y sin culos, esto no es verano.