Parece ser que finalmente se va a jugar la Superliga en la Argentina. A partir de agosto y con formato todavía indefinido (¿ahora parece que reflotaron el torneo corto de cuatro meses?, ¿o será un torneo largo como en Europa?). Para ser francos, lo único que se modifica de lo conocido hasta ahora es el nombre y el reparto de la plata, ya que tendremos los mismos organizadores, los mismos dirigentes, los mismos clubes, los mismos técnicos y los mismos jugadores. También, por supuesto, los mismos estadios (muchos de ellos en precarias condiciones) y los mismos pésimos campos de juego.

fotoasamblea1107Por eso, por lo menos a corto plazo, se podrá llamar Torneo Julio Grondona, Copa Iveco, Superliga o Liga Intergaláctica pero en lo que respecta a lo futbolístico y organizativo será más de lo mismo.

Pero bueno, más allá de este no detalle, al menos parece ser que los dirigentes se pusieron de acuerdo para repartir la plata (en realidad la única pelea de fondo): 78% para Primera, 12% para la B Nacional, 7,5% para las otras categorías del ascenso y 2,5% para la AFA. En términos de plata, hablamos de: 1.950 millones de pesos para Primera, 300 millones para la B Nacional, 175 millones y medio para el resto de las categorías y 62 millones y medio para la AFA.

Igual, el reparto sigue. De ese 75 por ciento que les corresponde a los clubes de Primera, habrá diferentes niveles para cada equipo según estos criterios: 40% se repartirá equitativamente, 25% de acuerdo con el rating televisivo y la convocatoria a los estadios, 20% por la posición en el torneo y el 5% restante de acuerdo a la cantidad de socios. El primer escalón de la cadena de ingresos lo ocuparán Boca y River; el segundo, Independiente, Racing, San Lorenzo y Vélez; y el tercero, los otros 24 equipos. No deja de ser llamativo que Central, Newell’s, Belgrano, Talleres, Colón, Unión y Huracán sean considerados pares de otros conjuntos con menor convocatoria e historia. ¿Lo aceptan? Raro, ¿no?

¿Qué quiere decir todo esto? Vamos a los bifes: Boca y River recibirán 9 millones de pesos. Independiente, Racing, San Lorenzo y Vélez, 6. Los otros 24 clubes, 4,5. Los equipos de la B Nacional contarán con 1.400.000 cada uno. Los de Primera B, 261 mil pesos por cabeza y además negociarán con TyC Sports la transmisión de partidos.

¿Qué nos parece todo este asunto? Vamos por partes.

Reparto del dinero
Hay una lógica extendida en el fútbol. El más poderoso, el que mueve más gente, el que tiene más recursos, debe cobrar más plata. Capitalismo puro. Sentido común del más ramplón.

afa.jpg_501420591Hay otras formas de mirar la cosa. Si efectivamente Boca, River, Independiente, Racing, San Lorenzo y uno que otro equipo son los más mueven la aguja del negocio, los que más recaudan fuera de los derechos de TV, sería una variante a considerar que el dinero que llega de la televisión pudiera servir para equiparar ese poderío. Nos referimos a algo parecido de lo que ocurre con los deportes en Estados Unidos, en donde –más allá de que hay formas de evadir los controles– se observa la cuestión deportiva como parte vital del negocio y por eso existe la figura de los topes salariales o las prioridades para elegir a las figuras emergentes (rookies).

A los equipos de fútbol americano, básquet, hockey sobre hielo o beisbol que les fue mal en una temporada, se les dan prerrogativas para que se refuercen porque se entiende que lo deportivo está íntimamente vinculado al negocio. Para los norteamericanos sería inaceptable que se jugaran torneos con finales anunciados, como ocurre por ejemplo en España.

Aquí, si se hicieran las cosas pensando en el negocio deportivo, tranquilamente se podrían haber considerado esas variantes. Darle más plata al campeón o al que tiene más socios o al que convoca más gente a sus partidos (es decir que recauda más que los otros por estos conceptos) creemos que abre la brecha entre lo más ricos y los más pobres y, por defecto, aleja al resto de mejores oportunidades deportivas futuras.

Pero como acá todos quieren ser campeón y les importa un rábano el negocio-deporte, se toman este tipo de decisiones. Para Angelici o D’Onofrio, por citar dos ejemplos pero todos piensan igual, lo único que importa es tener equipos más poderosos que el resto y, en lo posible ser campeones siempre. Si eso hace que la Superliga se transforme en un embole deportivo, eso se verá más adelante. Por eso decimos: ya que se dice revolucionar, este punto debería ser considerado. Pero no.

Lo deportivo
Ya esbozamos cuáles pueden ser los problemas de acá a cuatro o cinco años, cuando la brecha económica se amplíe. Copiar el modelo de España sería un error garrafal. Porque gran parte de las virtudes del fútbol argentino es que pueden aparecer equipos como Lanús en el torneo anterior que pongan patas para arriba las cosas y le entreguen al torneo un sabor diferentes de lo que ocurre en las otras ligas, en donde Barcelona, Real Madrid, Paris Saint Germain, Juventus o Bayer Münich desfilan. Ni que hablar del espaldarazo que recibió la Premier con el título obtenido por el Leicester, es decir un equipo con un presupuesto de 74 millones de euros que se impuso contra los monstruos que cobraban entre 120 y 110 millones de euros. Allí vimos, como nos pasa habitualmente en la Argentina, las virtudes de una competencia deportiva que puede llegar a encumbrar a los menos poderosos, es decir el verdadero y maravilloso valor que tiene este juego llamado fútbol. Ni más ni menos que el arte de lo impensado.

Otra cuestión que anda dando vueltas es el formato. Ahora parece que otra vez se habla del hacer un torneo corto. Es decir otra vez retrocedemos en chancletas.

futbol-superliga-20160628Si se había avanzado en la idea de volver a los torneos anuales, si se estaba por combinar el calendario con la Copa Argentina y si finalmente prosperaba la idea de armonizar todo llevado a la Copa Libertadores y a la Sudamericana a un formato anual, ¿alguien puede explicar por qué debemos padecer otra vez el desquicio de los torneos cortos?

Volvemos a lo mismo. Aquí son los equipos más chicos lo que prefieren este formato por la misma razón que los grandes quieren más plata: no les importa la virtud, prefieren sostener el mamarracho de los torneos cortos porque suponen que una buena racha los podría acercar a rapiñar un título. O sea, otra vez se miran el ombligo en lugar de pensar en grande.

La maraña del dinero
Muchos dirigentes entienden que este es un momento bisagra para el fútbol argentino después del reinado despótico de Julio Grondona. Tienen razón. Reformular los Estatutos de AFA es una prioridad. Quitarle al próximo presidente la discrecionalidad para manejar todas las variantes de negocio-fútbol es vital. Un hombre no puede controlar desde los árbitros pasando por los calendarios hasta llegar a a disponer de todo el dinero para hacer lo que se le antoje. Eso es inadmisible.

También se encuentran hoy ante el desafío de hacer un torneo en serio por una vez en la vida y así demostrarle a los futuros inversores que tanto desean que se acerquen, que son capaces de profesionalizar el manejo del fútbol, de hacer algo previsible.

Hoy nuevamente deben recurrir al Gobierno, que paralizó las licitaciones ante el desquicio de la AFA y se comprometió, por última vez, a poner 2.500 millones de pesos. En el futuro todos se imaginan a Turner, Fox, Torneos, Al Jazeera o a Magoya y quieren que esos 2.500 millones se transformen, por lo menos, en el doble. Pero para que esto pase, deben ser serios. Y no seguir pensando con un pañuelo de cuatro nudos en la cabeza.

Está más que claro que el asunto del fútbol por TV abierta tiene fecha de vencimiento, en uno, dos o tres años. No nos gusta pero entendemos que, más aún como está el país hoy, esos recursos puedan ser destinados a otras cuestiones. Seguimos creyendo que con una buena administración, el Gobierno argentino podría transformar el salvavidas de plomo en un buen negocio y que, incluso, le dejaría cierta rentabilidad. Pero para hacerlo habría que tocar intereses y ya sabemos que Cambiemos no llegó a la política ni al Gobierno para incomodar a los actores concentrados de la economía y de las comunicaciones.

Sin ir más lejos, obligado, lo está haciendo, ya que al cerrar las licitaciones generó el enojo de muchos de los medios que lo ayudaron a llegar al poder. No hay más que fijarse en algunos títulos sugestivos de Clarín, que ya le está marcando la cancha. ¿O ustedes creen que la revelación que hizo Clarín sobre la reunión secreta entre Macri y Lorenzeti en medio del quilombo por la suba de las tarifas fue por amor al periodismo? A esta altura de la noche no somos tan cándidos como hace un par de décadas. Las operaciones y los aprietes se ven a varias leguas de distancia.

Así está todo hoy. Seguramente en la Asamblea se levantarán más de las 61 manos necesarias para aprobar la Superliga. ¿Será un cambio para bien? Hasta que no veamos dirigentes con los pantalones largos que decidan gobernar a sus clubes y a la AFA con una visión global dejando de lado sus miserias, se nos permite dudar.

En la estupeda novela Il Gattopard, Tancredi Falconeri le dice a su tío Fabrizio Corbera, quien está preocupado por el final de la supremacía aristocrática: “Se vogliamo che tutto rimanga come è, bisogna che tutto cambi” (“Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie”). Desde entonces las ciencias políticas se han ocupado largamente del tema: el “gatopardista” o “lampedusiano” (por el autor de la novela, Giuseppe Tomasi di Lampedusa) refiere al político que inicia una transformación supuestamente revolucionaria pero que sólo altera superficialmente las estructuras de poder. Justamente para que nada cambie.