A la final de la Copa Libertadores también se puede llegar arriesgando y atacando, pensando más en el arco rival que en el propio. Este River demostró que no hace falta plantarse de guapo para tener éxito en el torneo más importante del continente. Que con una idea clara, con intérpretes que entiendan al entrenador y con intenciones de jugar también es posible meterse entre los dos mejores de América.
No es momento de comparar, pero sí de hablar de este equipo que le devolvió el alma a un club que estaba destruído. Y lo hizo con las armas de siempre: toque, paciencia y ataque. Ahora, deberá jugar una final y lo que allí pase será otra historia, pero con lo hecho hasta hoy alcanza para decir que River está otra vez de pie porque para reinventarse volvió a sus raíces. Y en eso tiene mucho -o todo- que ver Marcelo Gallardo.
En la semifinal contra Guaraní le alcanzaba con perder por un gol, sin embargo, decidió darle la titularidad a Pity Martínez en lugar del suspendido Leonardo Ponzio. Un mediapunta en lugar de un mediocampista central. Es sólo un ejemplo para entender cómo piensa Gallardo. Lo importante es la idea, más allá de las circunstancias y las urgencias. Esto no tiene que ver con “morir de pie” ni nada de eso, sino con la certeza de que tener una manera de jugar concreta y aceptada por todos es mucho más eficiente que cualquier otro método.
River salió a jugar en el Defensores del Chaco del mismo modo que lo hizo en el Monumental. Salió a manejar la pelota, a controlar el partido, a plantear las acciones lejos del arco de Marcelo Barovero. Y lo logró durante casi todo el partido. Apoyado en el descomunal trabajo de Matías Kranevitter, tuvo la posesión y hasta el gol del local en el segundo tiempo, jamás sufrió. El tucumano fue la figura porque entiende el plan a la perfección y, desde su buen posicionamiento, nace el orden del equipo tanto en defensa como en ataque.
Sólo sufrió un poco después del gol, pero fue más por una reacción natural del rival que por dificultades propias. Guaraní se encontró con una jugada, convirtió y después creció porque así es este juego. De todos modos nunca estuvo en peligro serio la clasificación. Más aún cuando se produjeron los cambios. Esa es otra arma de este equipo y de este director técnico. Desde el banco de suplentes, siempre llegan soluciones. Hasta cuando no se esperan.
Los ingresos de Tabaré Viudez y de Fernando Cavenaghi y la permanencia en la cancha de Lucas Alario sorprendieron porque tras el 0-1 lo más sensato era tener la pelota y para eso Martínez y Mora parecían ser los más indicados. Sin embargo, Cavenaghi, el uruguayo y el ex Colón armaron una jugada hermosa que terminó en el empate. Otra vez, cambios arriesgados, siempre pensando en el arco de enfrente, que dan buenos dividendos. A esa acción hay que sumarle casi todas las intervenciones de Viudez, que en veinte minutos mostró un concepto del que no muchos jugadores pueden hacer gala. Falta mucho, pero mejor no pudo haber entrado en la idea del conjunto.
Después de 19 años, River vuelve a la final de la Copa Libertadores porque no se traicionó ni un minuto. Con las mismas armas que lo llevaron a ganar la Copa Sudamericana, jugó este torneo, mucho más competitivo. Tuvo altibajos en la primera fase y un pésimo partido contra Cruzeiro en el Monumental, pero lo corrigió con una actuación consagratoria en Belo Horizonte.
Tiene todo para convertirse en un equipo inolvidable: un arquero que aparece cuando se lo necesita; una dupla central de Selección; dos laterales firmes en defensa y criteriosos en ataque; un cinco que sabe todo y delanteros para todos los gustos y todas las necesidades. Pero lo más importante es que tiene una identidad. Con eso ya ganó. Ahora sólo le falta confirmar esa victoria con el título más grande de todos.