La final en entre el Real Madrid y el Atlético de Madrid dejó muchísimos temas para conversar.
Que el triunfo del Real Madrid fue el éxito del fútbol audaz y ofensivo contra el especulador y poco ambicioso del Atlético de Madrid.
Que la billetera abultada venció otra vez al más pobre. Lamentablemente.
Que el chuchillo ente los dientes y el hambre no son suficientes para quedarse con un título internacional de la categoría de la Champions. También se necesita un poco más de juego ofensivo y alguna cuota de suerte.
Que este tipo de partidos se ganan en los detalles. Y que el cambio obligado, por lesión, a los 9 minutos del primer tiempo de Diego Costa, fue un precio altísimo a lo hora del recambio, cuando el partido se fue al alargue y algunos jugadores del Atlético estaban exhaustos. El Cholo Simeone se equivocó al arriesgar allí.
O que la actuación de Di María es para enmarcarla.
Pero como todos esos temas ya fueron desarrollados por los diferentes especialistas que se ocuparon de contarnos la final, este cronista se va a ocupar de un tema menor, lateral, poco importante e insignificante.
¿Se puede ser más infantil, ególatra, irrespetuoso y poco caballero que Cristiano Ronaldo?
¿En qué lugar ponemos a un futbolista, extraordinario como pocos –hay que decirlo–, que se hace el lindo para las cámaras de televisión antes de empezar el partido, que no festeja los goles de otros (en el empate de Ramos y en el 2-1 de Bale no se juntó con sus compañeros a celebrar) o que se pone a hacer firuletes con la pelota cuando su equipo pasa a ganar después de haberse borrado olímpicamente el resto del partido?
Ni que hablar de lo que hizo cuando anotó el cuarto gol, de penal, ya sobre el final. Repetimos: el cuarto gol y de penal. O sea, un tanto para decorar el resultado. Gritarlo de la manera en que lo hizo, sacándose la camiseta y trabando el cuerpo, fue una falta de respeto para sus compañeros y ni que hablar para los rivales.
No sé qué hubiera ocurrido dentro de la cancha si el que firma esta columna hubiera sido jugador del Atlético. Está claro que no hay que hacer un culto de la violencia, pero la actitud de Ronaldo, cuando menos, merecía un cachetazo correctivo cuando festejó el gol.
Cristiano Ronaldo podrá ser un extraordinario jugador de fútbol. Pero como deportista, otra vez, dejó en claro que es un gran goleador.