Para el arrepentimiento me he tomado mucho tiempo. Treinta y tres años, aproximadamente. ¿Cuándo sucedió? ¿Cuándo fue el momento exacto en que dejé de justificar la supervivencia del boxeo? Las fotos de Sergio Víctor Palma, compañero de trabajo en 1994 (era nuestro columnista en el canal de cable VCC), y también sus palabras, han sido el último impulso para escribir algunas líneas que, desde antaño, esperaban sacudir su pereza. Nunca tuve a mano ningún argumento sólido para justificar la existencia del boxeo en pleno siglo XX. Menos lo tengo en elsiglo XXI.

Fui vestuarista de Luna Park, entrevistador de Galíndez, de Castellini, de Locche. Pobre enviado especial a las coronas del mundo de Ballas, de Laciar, de Palma. Relator y comentarista de Tyson, seguidor de las glorias de Coggi, de Locomotora Castro, del Zurdo Vásquez y de Marcelo Domínguez. Comí y bebí en Las Vegas, e incluso gocé del placer de algunas primicias. Para colmo, he sido redactor del estatuto de la Unión de Periodistas de Boxeo. Pero siempre decía por lo bajo, “soy el único cronista de boxeo que anhela que el boxeo desaparezca con los años”.

Creí en la humanización del boxeo, en la celebración de la reducción de las peleas de quince rounds a combates de doce. Busqué en la prosa de Cortázar, en las reflexiones del Tato Pavlosky, en el coraje político de Muhammad Ali, una esperanzada pluma que advirtiera que ya vendrán tiempos sin golpes.

Y me excusé en los países socialistas. O casi socialistas. En los cubanos, con la menor cantidad de accidentados y magullados del planeta. O tal vez la solución sean los suecos, dije: ellos, implacables a la hora de mandar al demonio a esta actividad que logró convencernos de ubicarla en el catalogo deportivo. Hagamos como en Cuba: todos con cabezales, rounds de dos minutos, boxeo aficionado. Hagamos como Suecia: si quierenpelear que se vayan a un casino flotante en alta mar.

Pero nunca tuve la valentía del Panzeri editor. El de La Prensa 1977. El talentoso titulero que ordenaba: “no pongan más boxeo, pongan homicidio legalizado”.

Octubre fue el mes de la masacre Klitschko-Briggs, que terminó en lo de siempre. En terapia intensiva. Y unas páginas atrás, podemos leer al sabio Palma pedir por los derechos de los boxeadores. No tengo más refugio donde ampararme. Pude entenderlo, pero jamás justificarlo. Y ellos, los boxeadores, los seres más puros de un atroz comercio de seres humanos. Quienes menos ocultan miserias, negocios, corrupciones. Tantas veces fueron sinceros frente a una pluma cobarde. Ellos eran mi excusa para defender lo indefendible: “al menos hay que ayudarlos, para que se ganen la vida con algo, para que tengan alguna gloria en la vida”.

Pobre Palma, cree que va a cambiar la FAB. Justo la FAB, que es como la AFA de vieja, pero el doble de inmunda. Ya de nada sirve ser estatua de sal. Mucho menos creer que algo se logrará cuando esta boca no proponga más notas laudatorias o neutras sobre el boxeo y sus boxeadores. Demasiada generosidad hubo en el confuso cronista. El boxeo es sólo un mal archivo de mi vida. El dolor de un arrepentimiento que llega, como siempre, tarde. Tenía razón aquel imberbe estudiante de periodismo cuando escribió su tesis para recibirse: “La muerte y el boxeo”. No debió enojarse conmigo Tito Lectoure, el día en que me echó del gimnasio del Luna cuando fui a preguntarle, a mis 17, qué opinaba de los últimos boxeadores que según las noticias vegetaban en un hospital.

Ahora regreso a la tesis. Sin Lectoure, sin Nocaut 9, sin smoking para las transmisiones. El boxeo, queridos lectores de Un Caño, es un sinsentido.

Tan grande como la vergüenza del periodista que lo apañó.

 

-Publicada en UN CAÑO#31 – Noviembre 2010