Me pudre la hermenéutica de la derrota. Que el planteo táctico, que la blandura psicológica (mentalidad de segundones, terror al fracaso), que la soledad del astro eternamente incomprendido por entrenadores y compañeros… Una multitud se ha lanzado a interpretar la nueva final perdida por la Selección. Aunque, más que razones y análisis, lo que se escucha son vendettas y consuelos. Es decir: los opinantes buscan un chivo expiatorio al que empalar o enhebran falsos silogismos para encontrar fallas sistémicas donde no hay más que mala leche repetida.

Es vano buscarle el pelo al huevo. Está bien que algo hay que decir. Que la frustración pide palabras, desahogos, juicios sumarios. Pero entendamos que la única diferencia entre la lapidación vigente y la exaltación irrestricta la establece un tiro que sale a cinco centímetros del poste. El tiro de Higuaín, por caso, que, como otros, no entró. Y a partir de ese infortunio se teje una cadena de explicaciones imaginarias.

Por empezar, se desacredita la propia definición de Higuaín por falta de convicción, por una supuesta tara que lo aquejaría en las finales. Y, como todos vimos, el toque del delantero fue sutil y meditado, un suave desenlace propio de quien está confiado. Una gran idea y una gran ejecución; poco que ver con la acción de alguien obnubilado por la responsabilidad. Pero la pelota siguió de largo. Y esto ya le ocurrió otras veces. Del mismo modo que le ocurrió a la Selección la derrota en una final. Y como mentar hechizos y azares malavenidos no suena profesional, se acude a indagaciones ociosas, a razones seudocientíficas para dar cuenta de la desgracia o para desquitarse de aquellos que la encarnaron (futbolistas y DT).

messi lamento argEl resultado es el hartazgo y el mareo. Como en esas discusiones de pareja en las que, promediando la madrugada, uno ya no sabe ni cómo comenzó la tenida ni cuál es exactamente el tema en cuestión.

En ese panorama, Leo Messi propuso una solución muy sensata: su renuncia a la Selección. No es del todo creíble que se vaya a concretar. En principio porque su ausencia del gran circo global es un mal negocio, que difícilmente los auspiciantes y conductores del fútbol vayan a tolerar. Y Leo siempre ha estado atento a estas necesidades. Pero mientras tanto, mientras el rigor del negocio vuelve a colocar las fichas en su sitio, un descanso no viene mal. Para purificar el aire, para dejar de hablar de lo mismo que en los últimos diez años. (Les recuerdo que la imagen de Messi desaprovechado en el banco fue la que ilustró la eliminación de Argentina en el lejano 2006).

No importan a esta altura los motivos por los que no llega Godot. ¡Dejemos de esperarlo como maníacos al menos por unos meses! Imaginemos un escenario ideal con otros personajes. Desplacemos la libido hacia puertos más placenteros. O verosímiles. Bien visto, sería una liberación. Ya no concurriríamos a todas las competencias como una potencia inabordable, situación que empuja a subvalorar los triunfos y a darle magnitud trágica a las derrotas. No nos sentiríamos obligados a la excelencia, al récord, al podio permanente. Expandiríamos a su vez nuestras expectativas como hinchas: observaríamos la totalidad de la cancha, no sólo al portador de la martingala. Al mesías. Hemos tocado la misma cuerda, la misma melodía insatisfactoria durante mucho tiempo. Presionando obcecadamente al futbolista que condenamos a darnos la gloria. Demasiado, muchachos.

Es hora de que Messi también se relaje. Descanse de los acreedores consuetudinarios. Que disfrute del público catalán, ese que, en lugar de enrostrarle obligaciones perentorias, se prosterna como si Leo fuera la mismísima Meca ambulante. Así da gusto ser el mejor del mundo.

Paremos la pelota, levantemos la cabeza. La persistencia puede ser un mérito o una enfermedad.