Primero, Carlos Tevez se cruzó con Lionel Messi en Milán mientras miraban la vidriera de Dolce & Gabbana en la distinguida Via della Spiga. Se tomaron una foto y la foto, como todo lo que hacen las estrellas full time, siguió su curso protocolar en las redes sociales. Difusión. Para eso existen las cuentas de los famosos: para narrar su vida en tiempo real. Luego hubo otro encuentro cumbre en los boxes de Ferrari (el guionista previó escenarios de enorme valor agregado): ahora los que sonrieron para el celular fueron Tevez y Gonzalo Higuaín.
Parecía una secuencia inofensiva. Antiguos compañeros de Selección, todos ellos héroes de la pelota, ídolos populares, compartiendo por azar los luminosos corredores de la celebridad. Pero no, la alta política nos enseñó que las imágenes encierran un mensaje categórico. Y que tomarse una fotografía con alguien implica darle la bendición, tenderle el puente de la amistad.
Así que han vuelto a sonar los bombos. La saga que parecía abandonada luego del último Mundial, amaga con sumar otro capítulo de insoportable anacronismo. Las fotos de Tevez comenzaron a traducirse como el permiso de los capangas de la Selección (bah, Messi, los demás acompañan) para su regreso al plantel nacional. Según parece, los encuentros de los futbolistas en la agonía del verano europeo no fueron casuales. Hubo una logística previa. Hubo una gestualidad secreta antes de la gestualidad pública. Antes del póster de la reconciliación.
No sé si a Tevez lo bocharon Messi y sus escuderos allá lejos y hace tiempo o si Sabella consideró que su presencia era redundante, dada la cantidad y calidad de delanteros que había en la Selección. En cualquier caso, se trata de un asunto archivado. Una polémica cuyos estertores tratan ahora de avivar algunos dirigentes entre nostálgicos y afectos al quilombo. Un hijo de Grondona (no importa cuál, cuenta el apellido) y Juan Carlos Crespi, a la cabeza.
¿En nombre de quién o de qué necesidades futbolísticas alguien pediría la comparecencia del Apache Tevez en la Selección? Obligado por las circunstancias, Martino adelantó que, por supuesto, no hay lista negra, que cualquiera puede ser convocado, entre otros Tevez. Perfecto: muy democrático, muy sensato y equilibrado. La pelota comienza a rodar de nuevo, entonces Carlitos recobra las chances de meterse en alguna lista. Como tantos otros. Como Kranevitter, el Picante Pereyra o Calleri, por citar unos pocos nombres. Como los centenares de jugadores argentinos que andan por el mundo en las distintas ligas y las distintas categorías.
De ahí a reclamar a Tevez como la pieza faltante de una estructura que no soportó su ausencia hay un abismo. Abismo que surcan, esporádicamente, como obsesos, ciertos agitadores que una vez más levantan vuelo.
Hablar del Apache Tevez con añoranza significa instalar un falso problema. Endilgarle a la conducción virgen de Martino un entuerto del pasado. El entrenador ya sabe que Tevez se destaca en el campeonato italiano. Es más: se dice que es uno de los futbolistas de su preferencia. Quizá lo llame, pero es una minucia entre las decisiones que debe asumir la nueva gestión. Por ejemplo, definir el lenguaje del equipo, dañado por la ambigüedad de la etapa final del Mundial.
Se dice que Carlos Tevez es el jugador del pueblo. Sin embargo, las voces que históricamente se levantaron en su defensa fueron las del poder. El pobre Checho Batista cedió a la presión de sus empleadores y lo tuvo que convocar contra su voluntad para la Copa América disputada en la Argentina en 2011. Las prestaciones de Carlitos en aquel torneo no superaron la mediocridad colectiva, con el agravante de que desperdició un penal en el partido que nos dejó fuera de carrera. Le pasa hasta al más pintado, ya sé. Pero no es un grato recuerdo.
Así y todo, la hinchada privada de Carlitos continuó su reivindicación incesante durante la comandancia de Sabella. A diferencia de Maradona, que en 2010 terminó improvisando para que Tevez se infiltrara entre los titulares (tampoco tuvo una actuación deslumbrante en aquella ocasión), Sabella mantuvo sus convicciones y se cagó en el presunto clamor popular.
Su influencia en la Selección jamás se correspondió con el vigor de las apologías que lo declaran insustituible. No obstante, ahí tenemos otra vez la cantinela proselitista. Sólo cabe pensar en una adicción. O en la reivindicación de un Tevez ideal. Un protofutbolista morocho, argentino, surgido de los arrabales donde el barro se subleva, carismático e invencible. Titular cantado en el seleccionado mitológico, aunque más discutible en el plantel de modestos mortales que le toca dirigir a Martino.