Siempre pensé que Carlos Bianchi padecía una especie de paranoia selectiva que le hacía ver a los periodistas como fieras al acecho. Y que sus respuestas irónicas, sus gestos arrogantes, eran instintos defensivos injustificados.
El entrenador de Boca parecía leer entre líneas cada pregunta, cada comentario, hasta encontrar el virus de la mala leche, la hostilidad solapada. A mi entender, se trataba de una conducta desmesurada, propia de alguien que no acepta la crítica y, por las dudas, ataca primero.
Debo decir que estaba equivocado. Que Carlos Bianchi tiene razón y responde con idéntica munición a la que disparan sus entrevistadores coyunturales.
El domingo, Agustín Orion afirmó que Boca no había jugado bien ante Belgrano. Minutos después, a la salida del vestuario y rodeado de micrófonos, Bianchi sostuvo lo contrario. Que Boca lo había conformado.
Como ninguno de los dos testimonios escapaba a las respuestas indoloras que ofrecen jugadores y técnicos al cabo de los partidos (“Sabíamos que iba a ser un partido difícil”, básicamente), ciertos periodistas decidieron explotar la contradicción como si fuera un desacato del arquero, una grave confrontación de estilos y criterios, un desafío a la autoridad del técnico. En fin, olfatearon mugre y se lanzaron de cabeza.
“Pero Orion dijo que Boca jugó mal”, lo chuceaban los buitres al DT para encender la hoguera. Mientras tanto, algunos zócalos de pantalla y las páginas web también resaltaban la dicotomía. Harto de que las preguntas fueran por ese lado, Bianchi cortó al periodista más insistente y, con cierto fastidio pero sin perder la cortesía, le aclaró lo evidente: que ya había contestado acerca de la actuación de Boca. Y que por favor lo escuchara.
Por supuesto, no hubo cisma en el plantel de Boca por este desacuerdo ínfimo. Y el tema se desinfló antes de levantar vuelo. En contra de mi impresión habitual del técnico, esa noche me pareció que se había quedado corto con el contraataque.
Los actores principales no son los únicos con derecho a calentarse por el periodismo frívolo y cizañero. El fútbol es un juego apasionante y complejo, por lo tanto el público merece observaciones de otro espesor. De otro interés.
Llevar y traer chismes para promover algún entrevero es un ejercicio de vecinos aburridos y amargados o de espías profesionales. Reproducir esas prácticas significa soslayar la inteligencia del espectador y reducir el fútbol a su expresión más insulsa.
Llevar y traer chismes para promover algún entrevero es un ejercicio de vecinos aburridos y amargados o de espías profesionales. Reproducir esas prácticas significa soslayar la inteligencia del espectador y reducir el fútbol a su expresión más insulsa.
Sin adentrarme en las arduas teorías sobre la televisión y la comunicación de masas, me atrevo a arriesgar que estamos bajo el efecto Tinelli.
¿Qué les enseña a los colegas del medio el conductor de Showmatch? Que la mercancía más valiosa, el viagra del rating, el secreto de la felicidad, es el conventillo. La pelea, el puterío, el escándalo permanente.
Y no importa si en el aire está una vedette, un neurocirujano, el Papa, William Faulkner o el goleador de Quilmes. Hay que tratar de que se peleen con alguien en cámara. De verdad o de mentirita. Por razones verosímiles o por pelotudeces mayúsculas mal maquilladas de disidencias y traiciones. Hay que hacer olas, muchachos. Vermú con papas fritas y mal show.
Me alegra que no se pueda contar con el señor Carlos Bianchi para esta empresa. A la jauría, ni los huesos.