La errónea noción de que un clásico se tiene que jugar como si fuera un campo minado nos terminó dejando con un partido bastante opaco, en el que un árbitro consiguió la contradictoria hazaña de amonestar a la mitad de los jugadores e igual dejar que se cagaran a patadas.
“Un 0-0 es eso, a nadie le sirve más que a otro. ¿O suponemos goles que todavía no se han hecho? Mucho esfuerzo para predecir el futuro”, escribió en su reacción inmediata Diego Latorre (que no comentó para la TV Pública, donde podría haber aportado bastante).
En efecto, es difícil no coincidir. No hace falta pensar en la posibilidad de un gol de local o uno de visitante que valga un triunfo en caso de empate. Sólo da la sensación de que Boca ganó por puntos el primer chico de la Sudamericana. Porque llegó un poco más –la de Gago en el final fue clarísima- pero sobre todo porque se traicionó un poco menos.
Si ninguno de los dos jugó bien, River jugó mal. De acuerdo a su potencial y en términos absolutos. Fue un equipo larguísimo, con atacantes aislados y mediocampistas que llegaron tarde a todas las pelotas y que fallaron muchísimo en el control.
Los dos equipos se cuidaron mucho, con una diferencia: a Boca le salió mejor la presión en campo rival para incomodar la salida de un equipo de Gallardo que tendió al pelotazo, por mantener la línea defensiva demasiado atrás. Ni siquiera logró posesión, ni hablar de pases consecutivos. Los de Arruabarrena, que no brillaron por su juego de conjunto, sí supieron aprovechar un par de pelotas recuperadas para armar ataques rápidos, como el tiro de Chávez que quedó en Barovero, durante el primer tiempo.
River, en cambio, se compró un dilema, pensando en la doble competencia que se le viene y el desgaste físico que parecería evidenciar. Algunos jugadores se notaron cansados y la estructura colectiva continuó el declive que se venía viendo en los últimos partidos. Si ninguno de los dos jugó bien, River jugó mal. De acuerdo a su potencial y en términos absolutos. Fue un equipo larguísimo, con atacantes aislados y mediocampistas que llegaron tarde a todas las pelotas y que fallaron muchísimo en el control. Lo mejor fue ese pase de Pisculichi a Simeone, que se ganó su cambio al no poder dominar una pelota que parecía destinada a mano a mano.
Los dos erraron pases ridículos. Los dos protestaron hasta el hastío. Los dos se quedaron sin gol. River puede sacar algún consuelo por haber empatado de visitante. El juego, en cambio, parece haberle dejado mejores señales a Boca. Porque fue el único que pateó al arco. Porque fue el único que pudo haber logrado algo entre las poquitas ideas del campo minado.