No se entiende lo de Brasil. Después de completar el partido más humillante de su historia, ese 1-7 contra Alemania, que nadie nunca se va a olvidar, y de agregar frustración con un 0-3 contra Holanda que ni siquiera lo dejó terminar en el podio en el Mundial que jugó en su propia casa, decidió cambiar el DT. Pura lógica. ¿Qué iba a hacer si no cambiar? Bueno, lo que hizo: simular un cambio para calmar a las fieras y seguir con más de lo mismo.
Porque la elección, la incomprensible elección cuando la Confederación Brasileña tenía todo para empezar a gestar una revolución paciente, cuando lo ideal parecía ser un regreso a las fuentes, cuando el público había demostrado su rechazo ante el tacticismo de Scolari, fue reemplazar a Felipao por Dunga, su inmediato antecesor en Copas del Mundo.
Dunga. Por favor. Estamos perdidos.
¿Saben qué fue lo primero que dijo Dunga al asumir? “No habrá cambios radicales, no tenemos que cambiar todo sólo porque perdimos”. ¿Saben qué dijo el presidente electo de la CBF? “Si era por mí, Felipao seguía”.
Por favor. Estamos perdidos.
¿Acaso no vieron jugar a su seleccionado durante la Copa? ¿Acaso no buscan resurgir de un pozo máximo? ¿Qué es lo positivo que se puede rescatar de este conjunto en el que nada pareció terminar de funcionar? ¿La defensa, por ejemplo? ¿El espíritu de grupo? El juego no apareció nunca. Nunca. Salvo por una porción del partido de cuartos con Colombia, nunca tuvo clara superioridad contra ningún rival. A la hora de soportar golpes, un par de goles en contra desmoronaron el castillo anímico y de extraordinaria presión que se venía sosteniendo a partir de resultados.
¿Saben qué fue lo primero que dijo Dunga al asumir? “No habrá cambios radicales, no tenemos que cambiar todo sólo porque perdimos”. ¿Saben qué dijo el presidente electo de la CBF? “Si era por mí, Felipao seguía”.
Entonces, Dunga, ¿no hay que hacer cambios radicales? Entonces, dirigentes, ¿contratarían, en serio, a un DT que dice que no hay que hacer cambios radicales? ¿Con la historia que tiene Brasil? ¿Con lo que significa Brasil, su escuela, su camiseta, Pelé-Gersson-Tostao, Ronaldo-Rivaldo, Bebeto-Romário para el fútbol del mundo?
Dunga. Por favor. Estamos perdidos.
Dunga, que había tenido su primera experiencia como DT a cargo de la Selección. Sin antecedentes, se había hecho cargo de un equipo que venía de perder en cuartos del Mundial 2006. Ganó una Copa América y una Copa Confederaciones. Seguramente este es el punto que lo llevó de nuevo a ese lugar: que había ganado un par de títulos. Porque, ¿qué hizo después? ¿Dirigió más o menos al Inter de Porto Alegre? Y si antes no hizo nada, y después tampoco, y lo echaron por lo que hizo entonces… ¿Por qué volver a contratarlo?
Brasil no aprende más.
Con un poco de memoria recordaría que el equipo de Dunga nunca terminó de convencer, ni siquiera cuando llegó a cuartos de final en Sudáfrica 2010. De hecho, aunque contaba con algunos jugadores más simpáticos para el paladar general que el último Brasil -estaban Ronaldinho y Kaká, en lugar de… digamos, Fred y Hulk- nadie pareció disfrutar nunca de un conjunto conceptualmente pleno. De hecho, al igual que con el último modelo Scolari, de la mano de Dunga la supuesta fortaleza de Brasil era la rispidez y la disciplina táctica. Había más talento individual, pero no mucho mejor juego.
Un repaso serio terminaría en la siguiente conclusión: el germen de lo que vimos en Brasil 2014 comenzó con Dunga. Tuvo mucho menos que ver -aunque también tuvo que ver- con Mano Menezes, el eslabón intermedio hasta la llegada de Scolari.
¿Por qué su regreso entonces? Porque Brasil quedó desnudo en el ojo público y quiso reaccionar rápido para taparse las partes pudendas. Claro que, en lugar de manotear una sábana o una toalla, terminó agarrando al gato. Así va a ser difícil taparse. Y bastante peligroso, también.
Quizá era mejor esperar un poco. Pensar. Pensar qué querían para su futuro, para su fútbol. Pensar cuáles eran las mejores opciones dentro de una estructura mayor. Pensar cómo armar esa estructura, en caso de que no exista. Quizá era tiempo de consultar jugadores. A Neymar, acaso. Quizá, como tanto se marcó, había llegado la hora de considerar a un técnico extranjero.
Lo que parece claro es que no era la hora de Dunga, porque no era la hora de Scolari. El europeizado brasileño preocupado por el dibujo, el DT capitán militar, el guardián de lo correcto. Era hora de un cambio que no se dio.
En Argentina, sin trauma en el medio, con un DT que se fue por voluntad propia y un presidente de AFA que murió, aparece una oportunidad institucional para una revolución. Surge un nombre y cierto apuro, pero también la esperanza de remover ciertos quistes que son claramente el lastre de la última conducción. Los entrenadores de juveniles, quizá. El mánager, por ejemplo. Aprendamos a pensar para no penar. Si hay un momento para hacerlo, ese momento es ahora.
Quizá todo lo que pase en Brasil nos sirva para darnos cuenta de lo mal que se pueden tomar las decisiones cuando se toman con apuro. Después del Mundial, con el calor de la Copa y la bronca de la eliminación, o el furor de una final, todavía en la mano, no era el mejor tiempo para determinar el plan de acción a futuro. Era hora de pensar. Hasta ahí las cosas parecían claras. Tanto para un subcampeón que se queda sin DT como para un equipo vapuleado en un par de goleadas dolorosas. Eran puntos clave para rediseñar las voluntades con paciencia.
Pero Brasil no aprende más.