El fútbol se despliega como una totalidad que envuelve, dota de sentido, cambia percepciones colectivas y se vuelve la principal arena, el principal suelo sobre el que se desenvuelve la vida común, la asignación de premisas, las formas y los modos en que la mayoría nos comportamos y nos comportaremos, al menos durante una porción significativa de tiempo en términos espirituales. Y no hablamos de tiempos místicos, ya que es mucho más la cantidad que se le dedica al culto del fútbol y a compartirlo que a cualquier culto religioso o a la sola idea de pensar en Dios, más allá de ritos ruidosos y largamente rebosados por la metafórica sangre del Señor de los cristianos o algún sucedáneo fermentado.

Hinchas argentinos columna de neymarEl fútbol es la religión de nuestros días. La simbología patria más universal que los espectáculos de la globalización nos hayan brindado y una suspensión del tiempo maravillosa, en el que las vacaciones del arrebato y saber sumergirse en la temporalidad y la intensidad existencial de una multi-fiesta-celebración-culto futbolero masivo es genial. Pero cuidado: también en muchos aspectos es diabólicamente genial, porque suspende aquellas pautas y conductas que nos moldean en porciones de tiempo, deja de lado valores mayores en las que las asincronías son gravitantes respecto de las sincronías y libera toda la locura futbolera que nos provoca a hacer o decir cualquier cosa.

Perdón por la reflexión en extremo sesuda y palabrera del comienzo, pero para escribir necesitaba una guía, un orden provisorio que guiara mis opiniones más contundentes que así poder llegar a alguna parte.

Allá vamos, entonces, y siendo más sencillos: ¿Alguna vez podremos describirnos desde cierta distancia, como si fuéramos antropólogos jupiterianos? Por ejemplo, un artículo que podría ser polémico y dar que hablar si existiera el Jupiter News, diría: “La subespecie humana sudamericana, conocida como argentinos, que riñen cotidianamente de modo solapado y cobarde, con aires de conspiración de poca monta, por no afrontar y enfrentar que tienen conflictos, muchos de los cuales pueden ser resueltos en la conversación buscada, en la negociación que denote elevados grados de refinamiento en las relaciones sociales, se ven sin embargo tocados por la influencia decisiva y casi determinante en el ‘tono’ cultural de tan colorido subgrupo: la subcultura del fútbol logra amalgamar y volver una totalidad orgánica, a grupos sociales divergentes en sus ingresos, sus modos de vida y su mutuo desprecio por las condiciones materiales de reproducción social que ostentan. El atávico llamado a la horda montonera, a la horda incluso de indio pampa y de alguna avanzada de la Araucanía, más la fuerte presencia de los patagones y su mitológica talla de gigantes, hacen que este subgrupo de la especie humana Sudamericanis Intensus luzca elevados niveles de agresividad y lo que el grado promedio de desarrollo de la civilización humana llama “mal gusto, prepotencia y, más específicamente, ‘conducta del huésped indeseado.”

Hinchas argentinso en MundialTal escrito de los científicos sociales jupiterianos no tendría desperdicio: “El subgrupo de los Arjos semisalvajes da cuenta de una composición policlasista, con niveles de ingreso diferenciados, así como formaciones educativas de distintos niveles, con una amplitud de grado llamativa, todo lo antedicho para que recuperen el obrar de horda primitiva y, alcoholizados, y unidos por la extraña argamasa religiosa, llevados delante por un animismo atávico cantan en extraño rito, desafiante del menor buen gusto y sociabilidad promedio aceptadas por el gruposo de la humanidad. Cantan, vociferan y exhiben las manos en gesto desafiantes a pasantes desarmados y sorprendidos: ‘Brasil, decime qué se siente tener en casa a tu papá. / Te juro que aunque pasen los años, nunca nos vamos a olvidar… / Que el Diego te gambeteó, que Cani te vacunó, que estás llorando desde Italia hasta hoy. A Messi lo vas a ver, la Copa nos va a traer, Maradona es más grande que Pelé’. El cántico, con música de la melodía del estribillo de Bad Moon Rising, del grupo estadounidense de los años 60 del siglo XX, Creedence Clearwater Revival.”

“El canto, a la vez que provocador, demuestra como la horda primitiva se vuelve acto presencia, según el concepto teorizado por Freud y por ciertas investigaciones de la antropología comprehensivista americana y estructuralista francesa, así como la sociología de la vida cotidiana en auge en el Reino Unido, allá por finales de los años 50 y primeros 60 del saber humano más avanzado en término de desarrollo económico…”

Hasta aquí llegan las palabras jupiterianas, las que me hacen pensar y reflexionar: “¿No es demasiada mala onda caer a un país amable, difícil, pero con gente de generosidad espiritual y sensual, de amistad y amabilidad increíbles, rivales futboleros (no, enemigos nacionales irreconciliables) nomás, a patotear y provocar con la unidad abroquelada de patota próspera de la oficina y el chalet, con la muchachada del tablón, que tiene más pasaportes de James Bond y entradas de la FIFA, de las cuales Grondona desconoce su existencia, y aparecen en manos del querido Bebote Álvarez, matón y socio de Julio Comparada y la familia Moyano en Independiente”.

Brasil, disculpanos. Aunque dé la falsa impresión, no todos somos iguales. Algunos, al menos y cada tanto, nos cuestionamos si no estamos actuando para el orto. Perdón… a los brasileños.