Esos besos (acompañados por una sonrisa) que se suelen dar cuando coinciden en la misma cancha, los hace parecer tipos cercanos. Sin saber si hablaron por teléfono alguna vez en la vida o si se vieron más allá de algún evento futbolístico, Ramón y Román son tipos parecidos. Ninguno pasa inadvertido en donde está. Los dos son líderes naturales y son capaces de bancarse la presión de sus equipos. También a los dos les gusta decir sin decir. Tirar una puntita y que el resto saque las conclusiones con lo poco que ellos cuentan. Y ahora, con apenas un par de meses de diferencia, Díaz y Riquelme remataron sus coincidencias al tomar decisiones muy similares.
Primero fue Ramón, que esperó a coronarse campeón para tener su revancha. Ni antes de las elecciones ni después de asumir como presidente, Rodolfo D’Onofrio respaldó públicamente al Pelado como se merecía por su historia en el club. Estaba en todo su derecho de no quererlo. Pero nunca lo asumió porque, claro, no era cuestión de meterse con un ídolo a minutos de pisar el club. Sin embargo, el presidente hizo algo peor: le fue mandando mensajitos al entrenador. Como si Ramón fuera un nene de pecho. Cuando D’Onofrio se metió con el sistema que había usado River con Colón (1-3 en Santa Fe) y unas semanas más tarde dio a entender algo así como que el técnico había vuelto a jugar con línea de 4 porque “lo charlamos”, se empezó a pudrir todo. Luego vino el exabrupto de Ramón agradeciendo a Los borrachos del tablón por el apoyo. En vez de solucionarlo en privado, el presidente salió a decir que Díaz se había equivocado.
Las ganas de dar un portazo del Pelado no le impidieron urdir una estrategia para lastimar aún más a su enemigo. Ramón siempre supo que el título era una posibilidad clara. Entonces se tragó el orgullo y continuó para que el plan fuera tomando forma. Le salió perfecto: sacó campeón a su River, se bañó de elogios y se fue del Monumental ancho de felicidad. Por lo que había pasado y por lo que iba a pasar. Y lo que D’Onofrio no se animó a hacer con Ramón (admitir que no quería trabajar con él) lo hizo Ramón con D’Onofrio disfrazando la explicación de su salida para quedar más zorro todavía.
Lo de Riquelme con Angelici viene de más lejos. En el 2010, el actual presidente renunció a su cargo de tesorero de Boca por no estar de acuerdo con los números del contrato de Román. Y no, Riquelme no se iba a olvidar de aquello. Lo malo del 10 no es que le haya hecho la cruz a Angelici, sino que aparenta priorizar una pelea personal para no seguir jugando “en el patio” de su casa. Pero esto tiene una explicación: los benditos egos del fútbol.
No vamos a contar acá los capítulos de idas y venidas de Riquelme con Boca para no aburrirnos y, además, porque, parece, ya llegamos al último. Obviamente, sin saber muy bien lo que pasó. Según la dirigencia, porque Román pretendía que su contrato se fuera actualizando con la cotización del dólar. Según Román… Si muchas veces, casi siempre, dice sin decir, esta vez ni siquiera dijo. O dijo mucho actuando.
Si Riquelme ya lo tenía en la mira a Angelici, mucho más después de que todo este semestre se estuvo hablando de la posible renovación de su vínculo con el club y el presidente no abría la boca. Recién cuando se estaba terminando el torneo avisó que le iban a hacer una propuesta al ídolo. ¿Era necesario llegar hasta el último momento?
Entonces Román aprovechó y pasó todas las facturas juntas. Si pidió el dinero que pidió no es porque no quiere a Boca (ya resignó parte de su sueldo por haber estado lesionado un semestre) sino porque detesta a Angelici. Y para dejarlo en evidencia, se fue a jugar a una categoría inferior y, peor aún, a cobrar menos dinero. Es su manera de decirle a los que lo llaman pesetero que si se va no es por guita.
Los ídolos ya hicieron su jugada. Y la bomba les quedó a los presidentes. Si todo marcha bien con River y Boca, no tendrán inconvenientes. Pero si las cosas se tuercen, ahí estarán los recuerdos de Ramón y Román para hacérselos saber.