¿Para qué cambiar? Para estar mejor. O para tratar de estar mejor. Generalmente, de eso se tratan los cambios. Sin embargo, esta semana se vieron tres modificaciones que nada tuvieron que ver con mejorar al equipo de turno. Fueron tres cambios que, por distintos motivos, estuvieron repletos de significados. Y uno, especialmente, con muchas lecturas.
La vuelta de Patricio Toranzo al fútbol profesional emocionó a todos. Hace tres meses las noticias eran impactantes. El y Diego Mendoza habían sido los más perjudicados por el vuelco del micro que llevaba a los jugadores de Huracán al aeropuerto de Caracas. Las primeras informaciones, como casi siempre, habían sido muy confusas. Que perdió un pie, que perdió algunos dedos, que sólo fueron algunas falanges, que nada muy grave…
Tres meses después, el Pato estuvo listo para volver. Lo quería ver la gente del Globo y todos los demás también. Eduardo Domínguez lo mandó a calentar, la tribuna pidió por él y el técnico lo devolvió a una cancha después de darle un abrazo, el abrazo que le queríamos dar todos. Y Toranzo salió a jugar como un chico. Desesperado por la pelota. Por tocarla, por pasarla, por patear al arco. Por participar. Por sentirse futbolista otra vez, simplemente.
Al escuchar a Domínguez después del partido se puede entender lo que le pasó a Toranzo. “Los médicos dicen que está bien, así que ya está”. Como no pudiendo creer esa recuperación milagrosa. Antes de irse de la cancha, lo esperaba Diego Mendoza, que resumió perfecto la situación: “Tiene siete dedos, muchachos. Y volvió a jugar”.
Un par de días más tarde, 50 mil hinchas de River fueron al Monumental a despedir a Marcelo Barovero. Después de intentar hace unas semanas que el arquero considerara su decisión de irse del club y una vez que se confirmó que no había vuelta atrás, ahí estuvo la gente para decirle adiós a uno de sus nuevos ídolos.
Gallardo, sin charlarlo antes con Barovero, decidió darle una sorpresa: cambiarlo para que recuerde esa ovación como una de las mejores cosas que le van a pasar en su vida deportiva. Y así se fue el arquero, con un beso de cada compañero, bañado por el amor de los hinchas y con el abrazo de todos los que lo esperaban afuera.
De dos cambios llenos de emoción en el torneo local, retrocedemos hasta la Libertadores. Y, claro, llegamos a Guillermo Barros Schelotto y Daniel Osvaldo. No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de que el técnico ya no aguantaba más al delantero. Quizás nunca lo aguantó, porque el Melli se lo encontró en el plantel sin haberlo pedido. A esta altura se puede decir que lo de Osvaldo fue un capricho de la dirigencia. Un futbolista que cuenta más de un club por año y que tuvo problemas en muchos de ellos es una bomba de tiempo, más allá de sus capacidades.
Guillermo no quería a Osvaldo pero necesitaba una buena razón para no verle más la cara porque no es muy normal en el fútbol de hoy en día prescindir de un futbolista sin motivos. Entonces, el Mellizo hizo una jugada provocadora: lo puso los últimos cinco minutos contra Nacional. Para ser técnico hay que tener algunas virtudes. La primera, probablemente, es entender a sus jugadores, saber cómo se manejan. Y Guillermo sabía que Osvaldo no se iba a bancar entrar sólo cinco minutos. Se lo dijo a Marcelo Benedetto, en Fox Sports, después del partido, aunque la “sordera” del periodista sirvió para desactivar una explosión que retumbaría apenas unos minutos después.
De pronto, todo el mundo sabía que Osvaldo se había encendido un pucho en el vestuario. ¡Ay, qué horror! ¡Encontraron a Osvaldo fumando en el vestuario! La placa se podía ver en todos los canales, casi en cadena nacional. ¡Un futbolista con un cigarrillo! Seguro que Guillermo tenía razones de sobra para no contar mas con él, pero habría tenido que dar muchas explicaciones. Y es mucho más fácil explicarlo con un poco de humo.