El ocho de marzo de 2017, Barcelona vivió una de las noches más felices de su existencia. Como en muchas otras ocasiones en ese y en la mayoría de los pueblos del mundo, la dicha estuvo relacionada con el fútbol. Aunque esta vez las circunstancias fueron diferentes. El equipo del pueblo no ganó ningún título ni tampoco triunfó en un clásico. Hizo algo que quienes están acostumbrados a la victoria desconocen: ganó cuando nadie pensaba que iba a ganar. Superó obstáculos desconocidos, siniestros. Y triunfó. Y ese triunfo fue diferente a todos. Y ese placer fue mayor a cada uno de los que la antecedieron.

Por eso, hoy nadie puede decir que Barcelona falló en esta Champions League. Porque ningún hincha catalán debe olvidar jamás este campeonato.

Sergi Roberto BarcelonaLa búsqueda constante de resultados ha logrado imponerse a cualquier otra búsqueda. En el fútbol profesional, nadie hace nada en procura de la felicidad. El hecho concreto le ganó a las sensaciones. O, lo que es peor, las sensaciones quedaron subordinadas a hechos terrenales. Y aquí nada tiene que ver el mal llamado “lirismo”, sino algo mucho más simple: la capacidad de compartir una alegría intensa más allá de ser campeón de algo o no.

Si Barcelona lograba salir campeón de la Champions League dentro de poco más de un mes en Cardiff, ningún hincha culé y ningún futbolista del plantel iba a ser más feliz de lo que fue después de la goleada de octavos de final contra PSG. No es una afirmación temeraria ni mucho menos. Cualquiera que haya presenciado el final de aquel partido por televisión lo puede comprender. Ganar una final 3-1 o 2-0 no se compara con demostrar capacidad para dar vuelta una historia juzgada. Con lograr una hazaña sin precedentes. Sin embargo, hoy nadie se acuerda. Hoy todos dicen que Barcelona fracasó.

Ya no hay lugar para la imaginación y mucho menos para las utopías. El hiperrealismo barrió con la sensibilidad popular. Si no lo puedo ver, no existe. Si no tengo la Copa en las manos, no gané nada. Y cuidado con limitar la discusión a términos como “resultadismo” o, de nuevo, “lirismo”. Eso sería simplificar un debate que excede al fútbol y que afecta a la sociedad en general. Ya casi no quedan héroes románticos, hay abogados y escribanos.

Los hinchas catalanes están acostumbrados a dar vueltas olímpicas. Lo hacen todos los años. Si no es en la Liga, es en la Copa del Rey y si no en la Champions. Ser campeón es un trámite, una mera consecuencia del juego. Esto no significa que no se disfrute. Todos juegan para ganar y a todos nos gusta llegar a la victoria. El problema es que cuando no se llega, todo lo demás queda sepultado por esa frustración. Y quizás todo lo demás es lo que le da sentido al resultado final.

Messi lamento Barcelona v JuventusEs una obligación para Barcelona recordar esta Champions con la misma alegría que recuerda las cinco que ganó. Son cuestiones imposibles de cuantificar, pero el gol de Sergi Roberto seguramente fue celebrado con más intensidad que varios de los convertidos en finales anteriores. Porque hasta ese día, Barça era el equipo perfecto que ganaba por peso propio y sin despeinarse. Jamás desde la época de Pep Guardiola había tenido que dar vuelta un resultado como el que le había propinado PSG en París. Entonces, aquel 6-1 fue una especie de nueva medalla, un logro desconocido.

“Este deporte es único, de chiflados. No olvidará ningún niño esta noche, ni ningún adulto”, dijo Luis Enrique tras la clasificación a cuartos de final. Poco más de un mes después, en el mismo sitio, se mostró preocupado porque cree que “será difícil” levantar a sus jugadores tras la eliminación. Error. Debería ser muy fácil. Solo necesitan recordar aquella victoria que hoy parece lejana. De esa manera, volverán a ser campeones.