“Que lo escuchen en todo el continente: siempre recordaremos campeón al Chapecoense”. En un día que los amantes del fútbol jamás olvidaremos, este grito conmovedor de cientos de hinchas de Atlético Nacional sirvió para comprender un poco mejor por qué este juego representa tanto para la vida de los pueblos. Sirvió para que al menos en el final de esta jornada funesta el fútbol nos trajera algo de sosiego, de calma.
Porque la decisión de Nacional de pedirle a Conmebol que declare campeón de la Copa Sudamericana a Chapecoense puede tomarse como un mero gesto de compasión si se la aísla del sentimiento popular y se la toma como una simple resolución directiva. Sin embargo, es mucho más que eso. Sintetiza el sentir de un pueblo que tuvo la lucidez como para comprender a sus hermanos en desgracia. Todo Nacional tuvo la misma reacción: el resultado ya no importa, la vida pasa por otro lado.
La cercanía de la muerte siempre nos genera incertidumbre y nos abruma, pero en ocasiones nos pega como ninguna otra cosa. Los 71 muertos de Chapecoense son de todos. Muchos ìbamos a ver la final sin ningún interés particular. Estaba la incógnita de si Nacional podría ganar los dos torneos sudamericanos en el año y hacer historia o si el humilde equipo brasileño que supo eliminar a Independiente y San Lorenzo sería capaz de dar el golpe. Pero en la mañana del martes 29 de noviembre, en ese partido trunco se nos fue la vida.
A los que somos hinchas no nos costó nada ponernos en el cuerpo de esos miles de brasileños que lloraron en las puertas de su estadio. Es fácil sentir empatía en un momento así. Podemos llorar con ellos. Porque el sentimiento está muy en la superficie, no hace falta rascar demasiado. El dolor es doble: por los hombre que perdieron la vida y por el club mismo. Porque ese club que amaron murió en ese avión. Nunca será el mismo. Una tragedia como esta cambia todo.
Entonces, en medio del desconsuelo y de la muerte, aparece un gesto que honra la vida. Un gesto que es mucho más que eso. Algunos dirán que es demagogia, que es oportunista. Y ni siquiera importa si es así, porque el hecho es tan significativo que supera cualquier intención ulterior. La dirigencia colombiana no hizo más que escuchar a sus hinchas. Ellos decidieron darle el título al rival en desgracia.
Nunca en la historia del fútbol sucedió algo parecido. Ahora, será el momento de estudiar las cuestiones legales, los estatutos, las posibilidades reales de que esto se concrete. Algo que tampoco importa demasiado. A nadie le interesa quién se queda con este trofeo, porque lo que le da brillo a las Copas es la competencia, el juego. Y esta vez no se podrá jugar porque 71 personas dejaron su vida en un viaje. Entonces, la decisión de la Conmebol tendrá mucho menos peso que el gesto de Nacional, si es que toma la correcta, por supuesto. Por más que el título de Chapecoense pueda servir en el futuro para sostener la reconstrucción del club.
La hinchada paisa, con su actitud, también rompe ciertos esquemas que para algunos siguen vigentes. La imbecilidad del “ganar como sea”. Palabras sin sentido. Ganar en la cancha, contra un adversario entero, fuerte, tenaz. Eso es lo que vale. Así lo entendió Nacional. La consternación por la tragedia del competidor no nubló la vista ni tampoco evitó algo que ya quedó en la historia del fútbol.
De nuestra parte, y para siempre, Chapecoense Campeón de la Copa Sudamericana 2016.