A esta altura puede parecer una obviedad, pero qué bien juega Chile, por favor. Mirar un partido de esa selección es un placer que duele como argentino. Todo lo que un fanático del seleccionado desearía para el equipo de Martino, lo hace el de Sampaoli: cuenta con una idea de juego concisa y colectiva, se asocia para el ataque, sabe jugar en corto, tiene claro qué hacer con la pelota y qué intentar cuando no la tiene. Encima gana.
Después de salir campeón de América y de cargarse a Brasil en el arranque de Eliminatorias, el equipo mantuvo identidad y nivel incluso cuando le tocó una parada brava de visitante. Incluso ante la adversidad de un resultado que lo llegó a ver 2-1 abajo.
El duelo contra Perú fue un partidazo en el que lo único malo resultó el árbitro (para más dolor, argentino: Pittana), que exageró al expulsar a Cueva en el primer tiempo por un pelotazo a un rival -con amarilla alcanzaba- y cobró un penal que no era para que Farfán consiguiera el segundo de sus goles.
Es cierto: la tarjeta roja condicionó mucho a ese buen equipo que sabe ser Perú. Pero Chile jugó igual. Antes del primer gol, después de que le empataran, cuando llegó el penal en contra, cuando ya estaba arriba, contra once y contra diez. Siempre igual. Mérito de un conductor que sabe lo que busca. No le pesó el marco ni el hecho de que la prensa hablara de guerra, combate y otras sandeces bélicas antes del encuentro. El equipo estuvo siempre sereno. Y jugó igual.
Se diría que la gran diferencia con las selecciones más fuertes del continente -sobre todo Argentina y Brasil- es que Sampaoli no alinea ni convoca a los mejores futbolistas del momento. Ni siquiera a los mejores once jugadores chilenos. El DT más bien decide llamar a los hombres que mejor pueden cumplir cada función. Cada una de las funciones. Por ejemplo: un cinco de marca que tenga buen primer pase y sepa alternar entre avanzar o meterse entre los centrales cuando el equipo ataca. Por ejemplo: un delantero que tenga ductilidad para echarse a la banda o tirarse atrás para convertirse en armador.
Jorge Valdivia y Eduardo Vargas ni siquiera tenían regularidad en sus clubes antes de la Copa América. Pero eran los hombres que podían interpretar de mejor forma al entrenador. Y allá fueron. Y acá están.
Ahora Chile tiene una formación base con una elasticidad tremenda basada en la movilidad. Es un 4-3-1-2, en el que los laterales se ofrecen siempre como opción de pase, los volantes buscan desmarcarse y los delanteros se retrasan o se adelantan según dónde esté el portador de pelota. El equipo es corto y busca usar toda la cancha. Se adelantan todos a la hora de buscar el arco rival -el último hombre como manda el manual del kamikaze, en mitad de cancha-, y se reagrupan cuando hay que volver. Así aparecen líneas de pase rarísimas, porque hay gente por todos lados, y se facilita muchísimo la tarea de presionar y achicar espacios.
Lo más importante de este equipo es que las posiciones son siempre momentáneas -más que nada en ataque- y eso desorienta al rival, que no sabe bien por dónde le van a entrar.
En los goles de Chile se vio bien clarita esta cuestión. En el primero, Mauricio Isla (lateral que ejerce de volante, subvalorado porque no es brasileño y tiene cara de bueno) aparece tirado en la derecha como lanzador para dos centrodelanteros que entran al área en velocidad. No llega Vargas, sí Alexis Sánchez. Golazo.
En el segundo, Alexis se retrasa para partir como 10 y pone un pase buenísimo para la llegada por izquierda de Valdivia (supuestamente enganche, pero en esta entra como extremo), que toca cortito para la definición en el centro de Vargas. Golazo.
El tercero cae después de una jugada de Vargas por derecha, más como 7 que como 9, y un toque de Marcelo Díaz -volante de contención- dentro del área rival para que Sánchez defina de frente ubicado como delantero, pero fuera del área. Golazo.
El cuarto vino con una contra tras una corrida de Alexis y la tranquilidad impresionante de Vargas para que el arquero peruano pasara de largo. Golazo.
Alexis apareció en los cuatro goles, y siempre en un lugar diferente de la cancha. El ex River tocó cinco o seis pelotas en todo el partido, pero la rompió. Vargas también fue variando el lugar donde se dio su participación. Marcelo Díaz, un cinco supuestamente defensivo pero lleno de panorama y muy inteligente para entender dónde deben comenzar los ataques de su equipo, fue la figura en un triunfo que pudo ser goleada: el resultado fue ajustado por una distracción final.
Y eso que Charles Aránguiz, uno de los realmente destacados en la Copa América y toda la construcción previa de este equipo, incluido el último Mundial, tiene una lesión de ligamentos que lo va a dejar sin acción por meses. Y eso que Vidal, que llegaba tocado, anoche casi ni transpiró.
El único tema a resolver para Chile parece ser la defensa. De vez en cuando se complica, a veces se relaja y otras tiene fallas individuales. En el partido contra Perú, el confiable Bravo falló en el primer palo y prácticamente regaló el primer gol. También tiene un déficit físico en los centrales: Gary Medel no tiene altura de defensor internacional. Podríamos discutir que es un volante tirado atrás, cumpliendo una función distinta. Podríamos discutir si Bielsa lo inventa como defensor. Podríamos discutir si su ductilidad y su garra suplen su falta de estatura. Valdivia, mudado a una liga de competencia menor, tampoco parece ser el que tuvo chispazos de genialidad en la Copa. Limitado físicamente, su futuro es realmente una incógnita.
Por ahora esas cuestiones parecen importarle poco a un conjunto que sabe bien a qué juega y lidera con justicia la tabla de Eliminatorias. Desbordante de confianza, la Roja se suelta. Y aunque nos duela por el nivel actual de Argentina, da gusto verla jugar.