Pasada la euforia del Mundial, enseguida hubo que ponerse a tono con el calendario ridículo de una confederación incompetente. ¿Quién arranca la temporada con una semifinal de Libertadores? Sudamérica, sí. Los desprevenidos que se habían “olvidado” que la Copa había quedado pendiente y miraron las dos llaves definitivas habrán dicho “qué caramelito para San Lorenzo”. Por supuesto, siempre desde los nombres y desde la historia de los cuatro equipos que quedaron. Defensor, Nacional de Paraguay y Bolívar. Ninguno de los tres, igual que San Lorenzo, fue campeón de Copa. Sin embargo, a ninguno se le puede quitar ningún mérito por haberse plantado en las semis. Los uruguayos se cargaron a Atlético Nacional de Medellín, que venía de eliminar al Mineiro campeón; los paraguayos, entre otros, a Vélez; los bolivianos, a Lanús; San Lorenzo, a dos brasileños en fila. Discusión más, discusión menos, los cuatro llegaron hasta acá con justicia. Dicho esto, los nombres y la historia de los rivales no pueden hacer menos que ilusionar a todo Boedo.
Pero para ilusionarse como se ilusiona, la principal razón es tener un equipo. Y San Lorenzo lo tiene. Tiene un equipo que sale casi de memoria desde que empezaron los cruces. Romagnoli ante la baja obligada de Correa, Cetto por el fugado Valdés y listo. Porque los nombres de los demás pueden decir poco, pero San Lorenzo dijo mucho. Desde la convicción con que salió a enfrentar al Bolívar y desde la contundencia con la que lo liquidó.
Los primeros cinco minutos del equipo de Bauza fueron excelentes y premonitorios. Marcó la cancha bien adelante, presionó casi en el área rival, no dejó mover al Bolívar… Que la pasaba como la pasan algunos equipos en la altura: no sabía dónde estaba. Y salvo durante un ratito del segundo tiempo, nunca lo supo. Mucho de eso tuvo que ver con lo que hizo San Lorenzo. Si no está Correa y está el Pipi, se juega de otra manera. Y se aprovecha la pegada del 10. Porque, sí, el Bolívar marcó ingenuamente las pelotas paradas, pero el Pipi puso dos centros en el lugar exacto, justo antes de donde podía llegar el manotazo del arquero. Y ahí estuvieron Matos primero y Mas después. Un pequeño comentario sobre el gol del ex All Boys. Aunque no estaba adelantado, apenas cabeceó a la red miró al línea antes de salir a celebrar. Todo lo contrario a lo que hizo Higuaín en la final del Mundial. Higuaín, que estaba un metro adelantado, “se olvidó” de mirar al línea en su afán de salir a festejar y golpearse el pecho por empujarla. Matos le mostró a Higuaín con qué tipo de concentración se juegan estos partidos.
La concentración de Matos fue la de todo el equipo. Concentración e intensidad. Y, sobre todo, contundencia y efectividad. El ejemplo de intensidad fue el tercer gol: Mercier robó una pelota con un anticipo de los suyos pero no se quedó en eso. Fue a buscar. Intentó una pared y enfiló al área como un centrodelantero. La pared se la devolvió un rival, pero ahí estaba él para que su corrida y la presión tuvieran premio. Después, el pase a la red con un derechazo cruzado fue un trámite para el Pichi, que si de algo sabe es de pasar la pelota como y a quien corresponde.
En un partido que no fuera eliminatorio a ida y vuelta, diríamos que los goles de Buffarini y el segundo de Más (a falta del Pipi fue Barrientos el que se la puso en la cabeza) decoraron el marcador. Pero no. Lo que hicieron esos goles fue darle a San Lorenzo esa tranquilidad que salió a buscar para ir a La Paz en paz.