Huracán parece haber dejado atrás sus penurias no tan lejanas. Espasmódico, pasó en instantes de la angustia por la pobre cosecha de puntos a la clasificación holgada a octavos en la Copa Sudamericana y a cantar victoria en el clásico ante San Lorenzo (ese antojo del hincha). Ahora respira algo más tranquilo por el promedio. ¿Eduardo Domínguez lo hizo? Quizá. Cuando asumió Néstor Apuzzo, el Globo experimentó el mismo rush de prosperidad, idéntica metamorfosis que se atribuyó al cambio de aire propiciado por el campechano entrenador ahora desplazado a bambalinas. Por qué no darle el mismo crédito a Domínguez. Qué más da.
De todos modos, acá vamos a hablar de otra cosa. De jugadores. Existe un dato llamativo que sobrevuela las discusiones en nuestra exclusiva redacción de la avenida Elcano. Huracán, hasta estos últimos sucesos, acreditaba una campaña de escaso atractivo. No obstante, tiene en sus filas a tres de los mejores futbolistas del campeonato. Cristian Espinoza, puntero inscripto en el clasicismo de la gambeta en el borde de la cancha. Federico Vismara, un jugador cachaciento, con aspecto de hippie remanente afincado aún en el Bolsón, que se anticipa a las conexiones del rival con su gran intuición y que tiene además una extraordinaria sensibilidad para distribuir el juego. Por último, Patricio Toranzo, a quien de dedicaremos algún párrafo más, ya que metió el gol del triunfo ante San Lorenzo –nuestro oficio es sumiso al éxito; oportunista y veleta– y porque, más allá de las últimas noticias, nos parece un crack (con poca prensa).
Supimos de Toranzo, aunque no era un pibe, en aquel equipo de Ángel Cappa al que le manotearon el título en la última fecha. No era del núcleo duro, un actor principal, pero jugaba en sintonía perfecta con Pastore, De Federico, Bolatti, aquellas golondrinas que no hicieron verano y sin embargo nadie olvida. Toque seguro, pausa, elegancia y austeridad de movimientos, buena pegada. Así se mostraba. Un diez dado a la finta como a la estrategia; nunca al exceso, al derroche exhibicionista. Generoso. Un tipo inteligente, de esos que no abundan.
A los 33 años, no es un futbolista que acredite una carrera de antología. Luego del memorable equipo de Cappa, anduvo por Racing, All Boys y emigró al fútbol chino para facturar. No creo que lamente el corto recorrido hecho antes de volver a Huracán. No parece un tipo al que lo atolondre la ambición. Cuando habla, luce más bien sereno y prudente. Y cualquiera diría que aún percibe los encantos del juego y los desafíos íntimos de un futbolista. Y que valora el añadido, invisible en el contrato, de pertenecer a algo. Una bandera, una comunidad. La pinta acaso desconcierta: mezcla de galán suburbano (yerno soñado) y cantante de The Strokes, Toranzo pasa tranquilamente por un todoterreno. Un deportista mundano. Pero es genéticamente de Huracán.
En 2014 puso el hombro y el talento para el ascenso. Así de fino como es para moverla, no se le cayó ni un anillo. Fue animador de la resurrección comandada por Apuzzo, campeón de la Copa Argentina y de la Supercopa. Un palmarés inusitado para un club donde sobra lugar en las vitrinas. Es un ídolo en construcción permanente. En su juego distinguido destellan –se actualizan, abandonan su carácter ilusorio– algunas campañas gloriosas.