Veamos más allá de los discursos del bien y del mal. Si no nos preocupamos por comprender y conocer las raíces sociales y culturales de las pandillas tribuneras, los periodistas seguiremos siendo patéticos pontificadores pequeñoburgueses. Lo fue Panzeri que, como todo pesimista del siglo XX, en la esfera que fuera, nunca la iba a pifiar al ser un agorero apocalíptico. Panzeri, de todos modos, nos conmueve y nos invita a reflexionar a los periodistas. Y eso es mucho mérito, por supuesto, a más de 35 años de su muerte.

banderaPero sería bueno, por aquello de que lo que se repite 50 años después pasa a ser farsa y no tragedia, que revisáramos los análisis despiadados que hacía en vez de quedarnos con las máximas. Panzeri, exponente por excelencia de aquello que señaló Lali Arquetti, el antropólogo santiagueño que se puso a estudiar el fútbol cuando ya no pudo jugarlo. Arquetti enmarcó muy bien la cultura de la revista El Gráfico de sus tiempos de oro, como el paradigma de una publicación de clase media, con las máximas morales que nacían de esta clase y que eran aceptadas y consumidas por ella. A ella se dirigieron Borocotó, Frascara… ¡Y Panzeri!

Las clases medias hacía rato que no protagonizaban los espectáculos de fútbol pero eran, y son, el mayor público consumidor, en los estadios y en los kioscos. Hoy, en Internet, frente a una pantalla de notebook, tablet o celular. Hoy, ese espacio del viejo El Gráfico, lo ocupa por derechos y méritos propios la gente que hace el suplemento de deportes de La Nación y la genial publicación digital Cancha Llena. Son la voz y la conciencia de las clases medias en el deporte; algo que han heredado de Clarín que, al abandonar el periodismo, obligó con amenazas, despidos y otros aprietes a sus periodistas deportivos a sumarse sin titubeos profesionales al House Organ del Círculo Rojo.

El Gráfico, antes de ayer, Clarín ayer y La Nación hoy siguen postulando y analizando, con brillantez u opacidad en sus escritos, para conmover a las clases medias, el público que sigue consumiendo lo que practica la otra clase: los morochos, los sectores populares -muchos, marginales además- que lograron disciplinarse en sus vidas cotidianas para responder a las exigencias del súper profesionalismo. Los sobrevivientes darwinianos de la disciplina social: carrileros y marcadores eficientes.

Lo vemos en la cada vez más amarilla y burguesa Bombonera, con miles de camionetas importadas alimentando Trapitos. Todo es de clase media para arriba en el estadio del club más popular de la Argentina. Todo, menos el sector central de la segunda bandeja local (¿se eliminará la palabra visitante de las leyendas pintadas sobre los pasillos de cemento y en las entradas a las graderías?) Allí reinan los dueños de la fiesta bullanguera, de los negocios múltiples de la pasión, los amigos de los fiscales amigos de Angelici y Macri y no demasiado amigos de la separación de poderes.

Carlitos Tevez, que es un bombón de persona, cero casetero y muy lúcido, no reniega de sus orígenes. En la despedida de Battaglia, la Doce inauguró un trapo que les regaló Tevez. Que sabe lo que pasó con River y que no le gusta, además, pero que entiende y conoce cómo funciona el club que le dio la fama y que tiene otro rapport con los sectores populares residuales que quedan en las tribunas de Primera.

En vez de pontificar y/o crucificar a Tevez, podríamos salir con libreta y grabador a enterarnos cómo viven la figura de Tevez esos sectores marginales que ven en Mauro Martín o el Panadero a sus líderes sociales naturales y como “dualizan” el discurso moralizador de la prensa y la jerga del barrio.

Es probable que si nos enteráramos un poco más cómo quedaron conformadas las capas menos privilegiadas de la sociedad luego del holocausto neoliberal, probablemente sepamos mejor de qué estamos hablando y por qué son perfectamente duales las actitudes de muchos.

Antes de pontificar contra quienes no debemos. Preguntémosle, mejor, a los Angelici y los Macri por qué nunca regalaron entradas en colegios, centros de jubilados… Las tribunas no deberían ser un bien inmobiliario-financiero para lograr el cometido de “sanear” el fútbol. Así se hizo en Inglaterra. Se echó a los violentos de los estadios porque se echó a todo sector de bajos ingresos. Pensemos, por un rato largo, cómo podría establecerse un nuevo contrato social en el fútbol. Para eso, hay que ponerse a trabajar, a estudiar, a dialogar, a relevar…

Si no, seguiremos pontificando en el vacío hasta que, por híper saturación, llegue el triunfo definitivo de la raza aria y los jóvenes rubios puedan ver “civilizadamente” correr a los morochos a medio metro del césped, como en Inglaterra.