Sorprendente para un juego inclinado pavorosamente hacia las frases de ocasión, las declaraciones finales acerca del partido que Argentina le ganó a Bosnia en el Mundial parecieron esclarecer algunas dudas que se deben haber planteado en la cabeza de cualquier futbolero más o menos inquieto durante el desarrollo -sobre todo- del primer tiempo.
Por ejemplo, Sabella. El DT admitió después de la victoria que se cometieron errores. “Seguramente, muchos de ellos míos”, le dijo al micrófono como admitiendo una culpa.
Por ejemplo, Messi, que sin darse cuenta se refirió al segundo tiempo como ese período en el que Argentina jugó “con uno más”. Estrictamente, dijo que “en la segunda parte, con uno más fue más fácil”.
Por ejemplo, Mascherano, Agüero, Zabaleta y hasta Gago, que hablaron de que el esquema que más les gusta es el salió a jugar después del descanso, dejando lo que pareció ser un mensaje político dirigido en parte a desligarse de las decisiones del entrenador y en parte a clarificar su voluntad ante el gran público.
Posiblemente todos tengan razón. Argentina padeció un partido que pudo ser disfrutable y llevó a la depresión a al menos 15 de sus 40 millones de habitantes con un primer tiempo que fue lo más parecido al tedio que dio la historia del fútbol mundial.
La cuestión ahora pasa por entender el por qué. ¿Por qué Sabella decidió jugar con cinco defensores de arranque frente a un rival que no lo ameritaba, por qué los futbolistas asumieron esa decisión con tanto fastidio, por qué se le regaló la pelota al rival, por qué la línea de cinco se paró tan pero tan atrás, por qué se produjo un cambio radical de un tiempo al otro?
La única explicación coherente a la primera cuestión puede encontrarse en el estado físico de las piezas que ingresaron como recambio. Higuaín y Gago, principalmente. Quizá Sabella pensó que no estaban para completar 90 minutos en cancha. No tenemos ninguna certeza acerca de esta cuestión, pero es difícil justificarlo desde cualquier otro punto de vista. Un hombre que ve día a día al plantel desde cerca tienen que tener claro lo que ayer quedó absolutamente transparente: que este equipo los necesita para conformar su identidad.
Tampoco es que esa identidad sea la gran cosa: nos agrupamos, salimos, corremos, manejamos, lastimamos porque tenemos un par de fenómenos. Pero si durante el primer tiempo Argentina no jugó a nada de nada, y regaló claramente los minutos más aburridos de cualquier partido en Brasil 2014, en el segundo se pareció a sí misma. Se paró 20 metros más arriba, achicó bastante la distancia entre líneas y usó mejor a Messi, al que Gago le dio la pelota para que la usara con más alegría. Y para que haga el gol que hizo, claro, que seguramente fue más gritado porque lo metió Messi y por cómo se hilvanó la jugada previa que por el hecho de ponerse 2-0 arriba.
Todas las demás cuestiones a mejorar parecieron desprenderse de aquella primera. Y si el plan permanente no fue agregar a los dos que agregó en el complemento por el factor de la reserva física, posiblemente Sabella haya podido leer el fastidio de los suyos, la falta de posesión y la defensa exageradamente retrasada. Sea como fuera, no fue necio ni terco. Cambió.
¿Cambió porque los jugadores le pidieron que cambiara? A ver, digámoslo claro: ¿cambió porque Messi le pidió que cambiara? Si no sucedió, al menos sobrevivirá en el imaginario popular que sí fue efectivamente el caso. Porque Messi también tiene sus preferencias de alineación, y porque hay que mimar a la estrella para que haga cosas como las que terminó haciendo, para que juegue contento y sea el dueño del equipo.
No existen partidos fáciles, dicen los argentinos, y puede ser. Pero existen rivales más fáciles que otros, y el partido de ayer, contra Holanda, se perdía. Seguro. Porque Blind se habría cansado de tirar centros a la espalda de Fernández para que cabeceara Van Persie.
Estaría bien hacer un alto acá para decir que Messi fue apenas uno de los que no se mostró preciso con la pelota. En el primer tiempo sobre todo, falló. Al encarar, al pasar, al intentar gambetas. Igual lo ovacionaron. ¿Por qué no, si siempre alguna te devuelve? Di María tampoco encontró su ritmo. Mascherano, que defendió decentemente, se equivocó mucho con la pelota en los pies. Maxi Rodríguez debe haber jugado su peor partido en años. Agüero tampoco hizo gran cosa. Pero sobre todo, estuvieron todos quietos. Estáticos, se suele criticar en el periodismo deportivo. Sin movilidad. Cada vez que un volante tuvo la pelota en los pies, aislado de sus compañeros, se demoró para buscar una opción lógica de pase para armar una jugada.
Los cinco en el fondo no funcionaron, no precisamente por los desaciertos defensivos, sino porque echaron hacia atrás una estructura que normalmente atemoriza y que perdió sentido al faltarle piezas.
Los laterales cumplieron en la marca, pero los centrales -cuando fueron tres y cuando fueron dos- mostraron que pueden tener muchos problemas cuando les pican por la espalda. Y Romero, que tuvo intervenciones excelentes, volvió a manchar su buena performance con una mala salida, que puede catalogarse como una boludez, en el gol.
Para colmo empezamos ganando un poco de casualidad, con un gol que no pareció tranquilizar a nadie. Podríamos decir que ese gol en contra de Bosnia arruinó la estrategia inicial, pero la verdad ignoramos absolutamente cuál era esa estrategia. Sólo vimos falta de plan en el arranque argentino.
También podríamos agregar que el gol dejó en evidencia las limitaciones de un defensor que no pudo ni sacar la pierna para esquivar una pelota bombeada. A eso pueden sumarle un par de centros tremendamente malos de los delanteros europeos y una transición de defensa a ataque casi tan lenta como la de los picados de la redacción.
Entonces, ¿qué conclusión sacamos? Que fue una prueba de lo que puede suceder, para saber lo que hay que cuidar. No existen partidos fáciles, dicen los argentinos, y puede ser. Pero existen rivales más fáciles que otros, y el partido de ayer, contra Holanda, se perdía. Seguro. Porque Blind se habría cansado de tirar centros a la espalda de Fernández para que cabeceara Van Persie.
Así que pateamos el tablero y repartimos de nuevo. Gago, Higuaín, Messi, todo lindo. Cambiamos a tiempo, nos llevamos tres puntos, no sufrimos tanto, felicitaciones. Pero seamos serios. Los nervios del debut son una excusa débil. La realidad es que Bosnia fue más durante un tramo del encuentro porque supo a qué atenerse. Y nosotros andábamos buscándonos.
En realidad, lo que demostró Sabella es que, cuando la necesidad toca la puerta, es un extraordinario solucionador de sus propios errores.
Por suerte el Mundial recién empieza.