El periodista Sebastán Fest, a la sazón jefe de deportes del diario La Nación, escribió una desafortunada columna analizando el encuentro entre el presidente Mauricio Macri y el entrenador de la Selección, Jorge Sampaoli.
No es desafortunada porque el periodista posea una opinión al respecto, lo que es lícito, más allá de que uno pudiera cuestionar la vocación de subirse al púlpito para juzgar las acciones o reacciones humanas. Si Sampaoli comió milanesas con Macri, habló de fútbol y eligió definir a ese encuentro como una “obligación protocolar”, ¿quién soy yo –o Fest, en este caso– para ponerme a disertar sobre qué sintió el técnico cuando se le informó que el presidente lo quería recibir? Las sensaciones, nos parece, son individuales, irrepetibles e intransferibles. Más allá de que uno, después, quiera poner en palabras qué le dejó lo ocurrido. Se podrá hacer el intento de explicar el momento vivido, pero es imposible suponer que cualquiera de nosotros pueda sentir o vibrar qué le pasó a Sampaoli durante esa hora y media de conversación con el primer mandatario de la Argentina.
Dice el artículo en cuestión, firmado insólitamente desde San Petersburgo:
“(…) Bielsa acertó como nadie lo había hecho antes en el fútbol chileno, pero pecó por inflexible, en este caso fuera del campo de juego. Un pecado parecido al de su discípulo Jorge Sampaoli, al que Bielsa había elogiado precisamente por lo opuesto, por ser más flexible que él.”
“La historia fue contada años atrás por Harold Mayne-Nicholls, ex jefe del fútbol chileno (…)”
“Sebastián Piñera, por entonces presidente chileno, visitó el complejo de Pinto Durán para felicitar a la selección por su clasificación para Sudáfrica 2010. Piñera se obsesionó con patearle un penal a Claudio Bravo y el sudor frío comenzó a correr por la espalda de Mayne-Nicholls: el dirigente sabía que ese tipo de situaciones le generan (sic) alergia a Bielsa. Mayne-Nicholls buscó todo tipo de excusas, le dijo al presidente que el piso estaba mojado y resbaloso, que con la suela lisa de sus zapatos rompería el césped. No hubo caso, con cada explicación más crecía el deseo de Piñera de probarse ante Bravo, con cada insistencia del presidente más subía la temperatura de Bielsa.”
“Hasta que, como en tantos órdenes de la vida, fue una mujer la que puso orden. ‘¡Sebastián, haz caso!’, le dijo la primera dama al presidente. Y Piñera hizo caso.
Meses después, tras el Mundial, Bielsa evitó saludar a Piñera al ingresar al Palacio de La Moneda, y minutos después le tendió la mano sin dejar de caminar y sin mirarlo. Luego se explicaría: ‘Un presidente, cuando invita públicamente, desde mi humilde punto de vista, convierte la invitación en una obligación, u obliga al que recibió la invitación a actuar descortesmente si elige rechazar la invitación’.”
“El problema de Bielsa fue, en todo caso, que se quedó a mitad de camino: aceptó la invitación, pero estuvo lejos de ser cortés con alguien que, le gustase o no, había sido votado por una mayoría del pueblo chileno, del que era en ese momento su máximo representante. Es el peligro de mezclar fútbol y política, algo que volvió a ser evidente el viernes con la visita de Sampaoli a la Quinta de Olivos, invitado por el presidente Mauricio Macri.”
“No se paseó por la concentración de Ezeiza ni intentó patearle un penal a Sergio Romero: Macri sólo se obsesionó con aquel gol suyo de tiro libre que guarda en el celular y que muestra cada vez que puede. Al presidente chino, Xi Jinping, en Pekín y, por qué no, a Sampaoli en Buenos Aires.”
Acá encontramos los primeros problemas en la argumentación.
Pone la carga de la responsabilidad en los entrenadores y no en los presidentes que, como si fueran chicos caprichosos, quieren patear penales, mostrar goles de tiro libre o sugerirles a directores técnico cómo formar el equipo. Frente a semejante estímulo, los más débiles en la cadena de mando, es decir los DT’s, hacen lo que pueden. No vamos a decir que hay abuso de autoridad porque estaríamos dramatizando al cohete, pero sí existe una situación de privilegio que pone en un escenario incómodo a otro individuo. Si un presidente te llama a la casa de gobierno, ¿qué podés hacer? Cuanto menos, te deja en un lugar de mierda. Si vas o si no vas. Igual, al final del artículo, el periodista nos da unos tips para salir de este tipo de intríngulis, así que vayan tomando papel y lápiz.
También habla de la inflexibilidad de Bielsa y de Sampaoli y hace referencia a que son iguales. Error. Asumieron una actitud diferente. ¡¡Y lo dice el propio Fest!! Bielsa, como habitualmente nos tiene acostumbrados, efectivamente fue inflexible: evitó primero saludar a Piñera y luego lo hizo a las apuradas. Que todos sepamos, Sampaoli asumió una actitud diferente. Es decir: le estrechó la diestra a Macri, se sentó en su living a ver el gol de tiro libre que al presidente le encanta mostrarles a sus invitados, conversó, comió las milanesas y el postre, tomó café y volvió a saldarlo con un apretón de manos antes de irse para su casa. Si entre una actitud y otra no hay diferencias, no entendemos muy bien de qué se trata el juego de las diferencias.
Sigamos:
“El nuevo técnico de la selección hizo saber a través de su equipo de prensa que fue a Olivos por ‘obligación protocolar’, toda una diferencia con el comunicado de la AFA, que hablaba de ‘visita protocolar’. Luego, en conversación con La Nación, sus responsables de prensa se extendieron en qué se quiso decir con “obligación”: ‘Jorge había pedido que no hubiera fotos, pero no por una cuestión de Macri o de Cristina, sino por el perfil que él tiene; por ejemplo, él no es de hacer alarde si va a ver a [Pato] Fontanet. Y tampoco lo quería por la situación que se está viviendo en la eliminatoria. No quería un show del regalo de camiseta, un montaje nacionalista. No quería venta de humo. Supongo que con otro presidente habría pasado lo mismo. De hecho, cuando se festejó la Copa América, lo invitó Bachelet y él no fue, y con ella tiene más afinidad ideológica. Incluso nunca se reunió con nadie del kirchnerismo. Jorge no quería que fuera usada su imagen. No queremos ser usados. Y no nos sentimos usados’.”
“Es buena la aclaración final, porque el término “obligación” había llamado la atención el viernes. Casi tan llamativo como la comparación entre Fontanet y Macri.”
El periodista primero se alarma porque desde el entorno de Sampaoli se habló de “obligación protocolar” en lugar de definir al asunto como una “visita protocolar”. Pero más tarde se alegra porque, también desde el entorno de Sampaoli, le confirmaron que el problema de Jorge era que no usaran su imagen, que no visitó a Bachelet cuando lo convocó y que nunca se reunió con un kirchnerista. Menos más, le falta decir al editorialista: a Sampaoli no le molesta o le afecta sólo el contacto con las derechas, también se molesta cuando lo llaman esos presidentes feos, sucios, malos y muy pero muy populistas. Vale la aclaración: esto no lo dice el periodista sino que es una lectura entre líneas de quien firma esta columna. Por supuesto uno se puede equivocar. Pero…
También se sorprende y se altera el escriba por la comparación entre Fontanet y Macri cuando, en realidad sólo él la está haciendo. Pero líneas más abajo, incurre en el mismo error que cuestiona: insólitamente, y a cuento de nada, compara la función y la importancia de un presidente de la Nación democráticamente electo con la de un entrenador de un equipo de fútbol (la Selección no deja de ser un equipo de fútbol). O sea que, para el reportero, tienen la misma responsabilidad simbólica un hombre que debe dirigir los destinos de un país durante cuatro años y un técnico que debe ganar partidos de fútbol para, en el mejor de los casos, ser campeón del mundo en Rusia 18. Observemos qué dice a continuación:
“Cualquier técnico de la selección debería tener claras dos cosas: lo eligen un puñado de dirigentes pero encarna, a un nivel de intensidad sólo comparable con la de un presidente, las esperanzas de todo un país. Sampaoli es transversal: en él creen hoy votantes del macrismo, el kirchnerismo, el radicalismo, el massismo, el Partido Obrero y un largo etcétera.”
“Macri no es transversal, pero a él lo votaron 12.997.937 argentinos. Al igual que Cristina Kirchner o cualquier presidente democrático, Macri es mucho más que Macri. Es la máxima representación del Estado. Nada menos.”
El umbral de tolerancia del periodista sigue muy bajo. Critica a Sampaoli porque se prevenga de un montaje nacionalista y afirma que sí lo hizo en la conferencia de prensa que dio el entrenador al asumir.
Dice:
“Que Sampaoli tenga prevención ante un “montaje nacionalista” es también llamativo, porque pocos discursos son (sic) más nacionalistas que el que lanzó en la conferencia de prensa del día que asumió.”
El amperímetro de Fest para medir la simbología está medio cachuso y le sugerimos humildemente revisarlo: ¿realmente cree que es lo mismo una reunión entre el presidente de la Nación y el entrenador de la Selección que las declaraciones de ocasión que se puedan hacer en una conferencia de prensa al asumir el cargo de técnico?
Pero insiste:
“¿Macri le cae mal a Sampaoli? La verdad, no debería importar, no debería importarnos. Y mucho menos el técnico decirlo, porque lo que se espera de él es que clasifique a la selección a Rusia 2018 y, después, gane ese Mundial. Nada menos.”
“A Macri le gusta el fútbol y sabe de fútbol. No debería ser un asunto menor para cualquier entrenador de la selección del deporte que obsesiona a los argentinos. Es algo que un seleccionador podría incluso aprovechar a favor del fútbol.”
Infiere que a Sampaoli le cae mal Macri. Bah… en realidad lo da por descontado. Y entonces el castigo que se le impone al DT es poner la vara bien alta: no me importa si Macri no te gusta, siempre y cuando clasifiques para Rusia y después salgas campeón del Mundo. Ahora bien: si no clasificás y no sos campeón y encima no te gusta Macri, te las vas a ver con nosotros. “Nada menos”.
Y encima otra vez mezcla peras con manzanas. Esto lo decimos nosotros: ¿a quién le importa si a Macri le gusta y sabe de fútbol? Era clave cuando presidía a Boca, pero ahora nos interesa que sepa las variables de la economía y que realice una gestión eficaz. Que el fútbol se los deje a Chiqui Tapia y a Daniel Angelici. Y encima sugiere que la pasión del presidente por el fútbol puede ser usada a favor por Sampaoli. No era, como decía líneas arriba, en el primer párrafo, que ese “es el peligro de mezclar fútbol y política”. ¿En qué quedamos, muchacho? ¿Lo mezclamos o no lo mezclamos? ¿Lo usamos o no lo usamos? Igual, el amigo que escribió esta nota sigue debatiendo con él mismo sobre el asunto sin ponerse de acuerdo de un párrafo a otro:
“¿La foto de Macri charlando con Sampaoli implica un aprovechamiento político de la reunión? Nadie imaginaba al hombre de Casilda como arma tan influyente de cara a las elecciones que se vienen. Quizás sería más lógico pensar que en un país normal es eso, normal, que el presidente de la Nación se reúna con personas que son clave en la vida pública del país. Y Sampaoli lo es.”
Una contradicción más y ya nos acercamos al accidente cerebro vascular:
“Si el presidente invita, lo lógico es ir. Por respeto al pueblo que votó y a la autoridad que encarna.”
Bien. Hay que ir por respeto a la investidura presidencial.
“Pero si eso no es posible, si pese a todo una charla social se convierte en espinosa “obligación protocolar”, si estar con el presidente y hablarle con sinceridad es una carga (¡cuántos ciudadanos querrían poder hacerlo!), siempre hay una solución: agradecer y no ir. Mucho mejor que quedarse a mitad de camino.”
No. En realidad no hay que ir.
“Los Sampaoli de hoy tienen, en definitiva, la suerte de poder decir “no”, privilegio del que no disponían César Luis Menotti y su cuerpo técnico cuando Jorge Videla, Emilio Massera y (¡!) Henry Kissinger entraron al vestuario de la Argentina antes del 6-0 a Perú en 1978.”
Esta sí que no la esperábamos. Puede ir pero también tiene la opción de negarse. Y luego hace un paralelismo audaz entre esta situación y la de Menotti con los dictadores. ¿No será mucho? Hay algunas diferencias, ¿no? Uno es un presidente democrático y los otros son genocidas, sin ir más lejos. Y además, hay 30 mil desparecidos de por medio. ¿O en realidad son 8 mil? Por las dudas no le pidamos una opinión al negacionista Darío Lopérfido, quien goza de un merecido premio como agregado cultural de la embajada argentina en Alemania.
Para el final, una reflexión de Confucio: “El silencio es el único amigo que jamás traiciona.”