Casi nos hace llorar. Se ve que estamos viejos.
Argelia ya había perdido. Ya había completado su partidazo contra Alemania, 1-2 en octavos para que se clasifique el favorito. Ya se había ganado el respeto de medio planeta y ya había fastidiado al 99 por ciento de los germanos futboleros, que se tuvieron que comer un alargue cuando estaban convencidos de que iban a golear. Ya se habían tirado al pasto de la decepción sus jugadores, absolutamente acalambrados y profundamente vacíos, para lamentar que su épica y su entrega no los llevara a cuartos de final.
Y entonces apareció el loquito de Hallilodzic. Vahid Halilodzic, técnico de la revelación mundialista, un ex yugoslavo, hoy bosnio de 61 años, que hace dos décadas entrena en diferentes clubes y selecciones. Estaba parado al lado de la línea y tenía esa cara triste que sólo sabe entregar la derrota digna. Avanzaba de a pasos cortos, con los ojos húmedos, y los muchachos de Argelia, que venían de frente, se le plantaban enfrente y le calzaban un abrazo. Todos y cada uno de ellos: lo abrazaban y lo palmeaban. Está bien, Vahid. No pasa nada, acá estamos, estamos vivos, estamos enteros. Perdimos. No te preocupes. Te queremos igual.
Para colmo, nos quedó atragantada esa melancolía en disonancia con el festejo asqueroso de Löw, que en el segundo gol de Alemania ni siquiera hizo un ademán de alegría, sino que se quedó serio y trató de sacarse con los dedos algo que tenía entre los dientes.
El DT de Argelia avanzaba de a pasos cortos, con los ojos húmedos, y los muchachos de Argelia, que venían de frente, se le plantaban enfrente y le calzaban un abrazo. Todos y cada uno de ellos.
No teníamos ninguna duda de dónde recaía nuestra simpatía. Mucho más cuando el bueno de Halilhodzic bajó a pura calidad una pelota alta con sus zapatos impolutos y su traje gris.
El cariño estaba con el canoso francófilo, ex futbolista del Nantes, que hizo 203 goles en 308 partidos en su carrera como delantero y que, por esas cuestiones de la casualidad, entró como suplente para Yugoslavia en dos partidos del Mundial ’82, justo ese torneo de leyenda en el que Argelia le ganó a Alemania. Más casualidad todavía: el titular que lo dejaba sentado era Safet Susic, DT de Bosnia en Brasil 2014.
Ayer perdió y casi llora. Pero sus hombres de bien lo contuvieron en un abrazo.
El consuelo invertido de los futbolistas hacia el DT resultó conmovedor. En tres años este señor se compró al plantel. Los hizo creer en su plan, ejecutar sin dudas. Los hizo clasificarse al Mundial. Pasar la fase de grupos con tres buenos partidos de estilos opuestos –amarrete contra Bélgica, extraordinario y de toque frente a Corea, valiente contra Rusia-. Cambió la formación cada vez. Incluso en octavos. Sus jugadores, más allá de toda duda, le respondieron en cancha y lo abrazaron al final.
Seamos serios: Argelia, ayer, hizo mucho más que refugiarse. Marcó con compromiso, anuló el circuito de toque de Alemania en el medio, usó los laterales para atacar por sorpresa, retrasó a los delanteros para pivotear, cada vez, dejando la pelota de frente a los volantes entre las líneas del rival, se hizo fuerte en el juego aéreo, tocó a lo ancho para enloquecer a un equipo que prefiere siempre tener la pelota.
Todavía nos duele esa charla previa al alargue. Con los argelinos elongando en el piso y Halilodzic entregando indicaciones desde arriba hacia abajo, parado él, acostados ellos. La seña era la misma que había repetido durante todo el encuentro. Una palma chocando de costado contra la otra. Cerremos. Cerremos. Cerremos el medio, que por afuera no van. Vaya uno a saber. Pero cerremos.
Un minuto más tarde la seña ya era inútil. Alemania llegó al gol un poco de casualidad, aunque merecidamente: la definición de Schurrle apareció en el momento más lógico de la manera más imperfecta.
El banco fue una desolación. La cara de Halilhodzic no era estrictamente de tristeza. Tampoco diríamos que de impotencia, aunque algo de eso había. Parecía más bien de incredulidad.
Porque se había convertido en un líder. Un líder querido por los suyos, pero un líder inútil. No podía entrar a la cancha a auydar a esos monstruos a los que el físico no les daba para más. Halliche casi se muere. Slimani se piantó en una corrida que temprano en el juego podría haberse convertido en un mano a mano. Perdieron, pero no quedaron en deuda. Perdieron pero ganaron igual.
Entonces sonó el silbato y el entrenador se paró y avanzó y quiso consolarlos a ellos y casi llora. Pero ellos lo consolaron a él.
Con imágenes así, nadie necesita declarar lo bien que está el grupo. Ni siquiera en la derrota.