Nuestra historia de cultura patriarcal define qué cosas son de varones y qué cosas son de mujeres. A modo de ordenador, asigna roles, gustos y estereotipos. Ubica cada cosa en su lugar. Desde siempre, se reservó el universo de la acción, la fuerza, el juego y la esfera pública para los hombres y nos dejó a las mujeres encerradas en el hogar, la quietud, pasividad y las tareas domésticas. En nuestra cultura popular, nosotras jugábamos en casa, probablemente a las muñecas, o nos quedábamos ayudando en los quehaceres que debíamos aprender. Mientras tanto, nuestros hermanos y vecinos se juntaban en algún pedacito de tierra libre a divertirse y pelotear.
La isla Británica, así como nos dio el fútbol, fue cuna de Adam Smith y de la gesta de un sistema que sabría explotar estereotipos a la perfección en pos de maximizar ganancias. El inglés acunó la idea del hombre económico, con natural tendencia por el comercio y el consumo. Si todo se puede consumir, todo se puede vender y la fórmula se convirtió en un cóctel molotov. Violento. Todo, con el tiempo pasó a ser objeto de consumo. El fútbol como espectáculo también.
Lógicamente, si el ejercicio de los deportes fue una prerrogativa del universo masculino, también lo iba a ser el consumo de los espectáculos deportivos. Las mujeres, a la casa y la telenovela. Nos marcaron la cancha, nos dejaron del lado de afuera como sujetas, pero nos incorporaron en el universo del fútbol para venderles a los hombres las dos “cosas” que más les gustan. Entonces, como un objeto más, nos dieron lugar en la vidriera. Nos encasillaron en estereotipos voluptuosos, para vendernos. Nos ubicaron en las revistas populares y futboleras como cualquier otro producto que el hombre puede adquirir para disfrutar un rato. Nos habilitaron a vestir los colores de nuestros equipos, sólo para el placer del hincha. Recortaron cualquier inquietud que pudiéramos llegar a tener por el deporte a mirarlo de afuera (en el mejor de los casos) y nos cosificaron en adornitos de compañía, porristas, protagonistas de calendario o meras acotadoras seriales de boludeces.
El fenómeno es tan viejo como el patriarcado. Imágenes misóginas y heteronormativas para venderle al hombre algún producto asociado a un estereotipo de masculinidad que termina resultando dañino.
Las imágenes no son inocentes, tampoco inofensivas, la violencia simbólica existe y daña. La cosificación de las mujeres asociadas al fútbol enseña y mucho. Un grupo de minas, atontadas, con uniformes que dejen ver las curvas del deseo masculino, tirándose encima de un referí, no es una caricatura simpática o picaresca. Es todo lo contrario, es un mensaje mucho más peligroso. Nos muestra perdidas en el “mundo de los hombres”, idiotizadas ante la única presencia fálica del lugar. Nuestras habilidades se reducen a un pucherito y mostrar el cuerpo. Las imágenes les enseñan a nuestros varones que los colores son su pasión y nuestros cuerpos sus campos de juego.
Si por casualidad resulta llamativo, en tiempos en que es noticia un llamado a la policía por un par de tetas en una playa bonaerense, cabe preguntarse si en algún momento alguien denunció las tetas enmarcadas en una casaca del Barcelona, de Betis o de Victoriano Arenas. Nunca sobra repetir que no molestan las tetas cuando responden a los estereotipos y se dan en contexto del consumo masculino. Porque la teta que vende no espanta. La teta cosificada se permite porque es puesta al servicio del placer del varón, porque las imágenes que eligen le quitan autoridad y autonomía a los cuerpos de las mujeres, convirtiéndonos en retazos al servicio del placer de la platea masculina.
Las imágenes que cosifican y estereotipan los cuerpos de las mujeres son misóginas, son violentas y son violencia, legitiman la desigualdad y fomentan la violencia de género. Las imágenes que nos muestran a las mujeres asociadas al fútbol como objetos de deseo contribuyen a fortalecer relaciones desiguales, de dominación. Cuando decimos que el futbol es cosa de varones y lo asociamos a las imágenes de nuestros cuerpos cosificados, estamos diciendo que nosotras somos , también, cosas de varones. Que los cuerpos de las mujeres son un objeto más a la espera de ser tomado, consumido. Les decimos a los varones que los cuerpos de las mujeres pueden pertenecerles a su antojo.
Últimamente, ante la brutal escalada de femicidios en nuestro país, es cotidiano escuchar gente que se pregunta de dónde sale tanta violencia. Revisemos el mensaje, revisemos los titulares y las imágenes que mostramos tan naturalizadas, porque la violencia enseña violencia. Desde los dibujos de tono caricaturescos de los años 60 a las imágenes más actuales, parece no haber cambiado mucho para quienes diseñan o eligen contenidos y estrategias de marketing. Sólo un dato nos deja esperanza, las chicas ya no se quedan en casa y cada vez más se juntan a construir lazos y divertirse alrededor de la pelota. Desde abajo, exigen que el fútbol y sus clubes las reconozcan como sujetas en el deporte, que nos pongan en imágenes que representen nuestras habilidades deportivas, porque queremos vernos reales y diversas vistiendo los colores de nuestros equipos.