Fue muy triste lo de Argentina con Ecuador en el debut de las Eliminatorias. Fue tan triste que la gente que tenía dudas ya no las tuvo: las dos finales fueron más importantes por perderlas que por llegar hasta ahí. Es decir: se podía tener una visión optimista y una pesimista, como con cualquier cosa de la vida. Sin embargo, el orgullo por jugar dos finales consecutivas (de un Mundial y de una Copa América, nada menos) se transformó en vergüenza por haberlas perdido.

Si la Selección estaba en deuda tras las dos finales, más en deuda estaba después de Ecuador. Lo supo el técnico y lo supieron los jugadores. Bueno… No hacía falta ser un genio para darse cuenta de lo que estaba pasando.

Argentina recuperó la actitud contra Paraguay. Era lo necesario. Pudo ganar o pudo perder, pero el empate en Asunción estuvo bien. Después de un rato de “descanso” tocaban Brasil y Colombia. Sin Messi, obvio, pero también sin Agüero. Y sin Tevez.

Contra Brasil, la Selección impuso sus condiciones pero tuvo mala suerte. Sí, la suerte existe, para todo. Contra Colombia, la Selección también impuso sus condiciones. ¿Y tuvo buena suerte? Obvio, la suerte siempre es necesaria. Argentina ganó bien, cómoda, pero su suerte fue haberse encontrado a un rival que da pena.

Es bueno que un equipo se ponga a jugar en campo ajeno. Y el de Martino lo hizo. Sin Messi, sin Agüero, sin Tevez y casi sin Di María, que apenas tocó la pelota en Barranquilla; surgieron los actores de reparto: Biglia, Banega y Lavezzi, los tres que armaron la jugada del gol. Un gol precioso para una Selección a la que le cuesta meter goles, pero cuando los mete…

Después del empate con Brasil, el futbolero medio argentino estaba disconforme por lo que decía la tabla. El triunfo en Colombia, una plaza placentera, acomodó los dados. La Selección está viva, el técnico sabe lo que hace y los jugadores creen en él. Así que cuentas claras conservan la amistad.