Primero se lo cargaron a Neymar, principal animador, hasta el partido infausto de Brasil ante Colombia, de la Copa América. El pobre Neymar, tantas veces acorralado por los tapones del adversario, se fue del torneo por una rabieta. ¿Sus cazadores? Bien, gracias. Alberto Losada, miembro del tribunal de disciplina de la Conmebol, dijo incluso que Ney la sacó barata. Según sus devaneos psicológico-jurídicos, el insulto al juez en la zona de vestuarios denotaba premeditación.
El mismo Losada, boliviano él, salió ahora a adelantar la confección de un expediente con el caso Gonzalo Jara. Dado el alcance del escándalo, están obligados a actuar de oficio.
Si la dirigencia del fútbol mundial –y muy especialmente la Conmebol– no fuera esa cáfila de carcamanes corruptos cuyos chanchullos se están ventilando en función continuada, no habría motivos para pensar mal.
Si esta especie de mani pulite futbolera, surgida de los tribunales y los intereses de Estados Unidos, no hubiera certificado que tanto sedes como partidos, torneos y árbitros están a la venta, podríamos aceptar que con Neymar se exageró y que la expulsión de Cavani fue un error de apreciación del árbitro Sandro Ricci.
Pero no es así. Ahora todos conocemos cómo se maneja el fútbol y, por lo tanto, estamos habilitados (¿forzados?) a inferir que la suspensión de Neymar fue un modo de debilitar a Brasil porque el torneo está armado para que lo gane Chile. Y que, en línea con ese cometido, Ricci fingió ver una agresión en el gesto de Cavani (apenas si tocó a Jara) y, por supuesto, sabía que el detonador de la reacción sería un certero dedo en el culo (todo el guión estaba acordado).
A cambio de tal performance, el árbitro brasileño quizá haya encontrado una virgen tendida en la cama de su hotel cinco estrellas del barrio Las Condes. O le hayan depositado una suma de seis cifras en una cuenta de Luxemburgo.
No se trata de urdir fábulas conspirativas, sino de razonar con la lógica de los dirigentes del fútbol. Sencillamente hemos perdido la inocencia. Tarde, pero seguro. Algunas grabaciones como las que escracharon a Grondona no bastan para detener la maquinaria. Tampoco las bravatas de una jueza de Nueva York ni la sombra de Interpol. Los gerentes de la pelota no entregarán el botín. A lo sumo, refinarán los métodos de la estafa.
¿Por qué la Copa América sería una competencia transparente y con todas las garantías si en la Libertadores se manipulan los arbitrajes para favorecer a determinados clubes? ¿Cómo dejarían semejante negocio librado al mero albedrío de los futbolistas?
Así que un miserable expediente con el nombre de Jara suena a chiste. En principio, tendrían que sancionar con toda dureza al árbitro por su negligencia grave, inconcebible. Acaso de por vida. Luego, dejar sin efecto el partido y, si no se puede repetir por problemas de calendario, someterlo a sorteo. Por último, con Jara no estaría mal imitar la condena de Suárez por canibalismo. El zaguero chileno tiene todo un prontuario por abuso sexual de los rivales.
Medidas de este calibre no nos devolverían la confianza. Pero quizá ayudarían a que nos viéramos menos estúpidos.