El gran Maradona hizo una contribución invalorable al refranero criollo. Frases del tenor de “Falso como un dólar celeste”, “Se le escapó la tortuga” o “La pelota no se mancha”, entre otras pinceladas, no sólo son un sello discursivo del Diez –al igual que sus carrasperas, sus interminables titubeos, su gracia inefable para el anecdotario–, también se incorporaron al magma del lenguaje coloquial. Institución por demás democrática que, con el andar del tiempo, convierte en anónimas hasta las citas de las celebridades.

llorandoCon idéntica soltura, Diego solía interponer a sus hijas cada vez que necesitaba enfatizar su sinceridad o su compromiso con lo dicho. Juraba por Dalma y Giannina. Las hermanas se convirtieron en una muletilla del padre. Muletilla que también pasó, ironía mediante, al habla popular. Hace poco juró otra vez por sus hijas –que ahora son tres, según su propio censo– pero el apogeo de Dalma y Giannina, su ubicuidad mediática, ocurrió cuando eran chicas. Es decir, allá por los noventa.

Ahora bien: aquella década parece estar manifestándose de nuevo. Como sucede con las réplicas de los terremotos. O con una epidemia cíclica. Vuelven las políticas impopulares y la represión, por poner un ejemplo. Y también vuelven de la muerte algunas expresiones del tipo Estado eficiente, y ciertos gestos que creíamos olvidados, como el de sobreactuar el amor paterno.

Aunque el frente Cambiemos insiste en presentarse como el puro presente, una organización envasada al vacío, es decir al margen de la historia, la política y, por sobre todas las cosas, de la ideología (tres putas baratas), sus recursos de marketing son de antigua data. Y tienen la firma del más talentoso futbolista de todos los tiempos.

antonMauricio Macri hizo campaña invocando a su hija Antonia más que a cualquier socio político o adversario de la contienda electoral. Ya presidente, insiste en la estrategia y lleva a la niña, de apenas 4 años, adosada a su brazo como una prótesis. En su chacra, en los actos protocolares, en su despacho de la Casa Rosada. En todas las fotos Macri aparece junto a Antonia. Hay quienes, a la luz del fanatismo modernizador del PRO, hablan de un revolucionario sistema de coaching llamado consultoría en brazos. Quizá.

Los más sensatos y conocedores del club amarillo aducen que Macri obedece expresas instrucciones de Jaime Durán Barba, quien sostiene que sus pupilos deben hablar de cualquier tema menos de política y economía. El cometido sería vaciar la agenda de contenidos conflictivos. A la gente (no a la sociedad, término solemne, ni al pueblo, vocablo de corte fascista) le gustan las buenas vibraciones. Y acá, dicen los semiólogos en pantuflas, el consejero ecuatoriano hace entrar a Antonia. Una nena linda, mofletuda y simpática que le arranca el brillo de la emoción a la mirada azul de su padre es mucho más rendidora que cualquier bajada de línea.

No dudo del genio de Durán Barba, que descubrió en la vacuidad una herramienta electoral de alto voltaje. Pero creo que la convivencia de Macri con Maradona, en los lejanos noventa, fue determinante. Uno presidía a Boca, el otro encarrillaba trabajosamente los últimos pasos de su carrera. Macri admiraba a su empleado. Diego no lo correspondía. A punto tal que lo bautizó Cartonero, por miserable. Justo a un magnate. De Diego tomó nuestro presidente el uso de la prole para edulcorar la imagen. Pero lo que en aquel era un truco retórico, artesanal, acaso inducido por la culpa, en Macri es parte de una maquinaria profesional de seducción (el famoso equipo) que, cómo no, también consume hijas para funcionar.