Levante la mano el que no se aburrió como una ostra con la goleada de la Selección a Bolivia. Mejor dicho: levante la mano el que la toleró hasta el final. Nadie, por supuesto. Es que más allá de las famosas “conclusiones” del entrenador, los partidos como este, por relajados que sean, se inscriben en ese exitoso nicho del espectáculo que es la competencia deportiva profesional. Y no hubo competencia ni espectáculo.

Por más que Martino haya encontrado claves tácticas reveladoras (como un forense detectaría en el cuerpo inerte los detalles del asesinato), el amistoso fue tedioso, inverosímil, completamente gratuito. Los mismos apuntes –y frente a un rival más exigente– el DT los podría haber tomado en un entrenamiento cualquiera.

para piquiPero la Selección está en manos de sus agentes comerciales que arriman los auspiciantes y de Torneos, compañía literalmente en tela de juicio que le arma la agenda. Y hoy le pauta una gira por los bastiones republicanos de los Estados Unidos y mañana un picadito con el combinado de Kenia, en cancha de siete, en un polideportivo de Tokio. La única vara es el caché. Y para eso sirve Messi. El público que colmó el estadio de Houston el viernes por la noche se dio por contento. Quizá no por el recreo de Leo, el paseo fugaz en el que convirtió dos goles, sino por haberlo tenido ahí, a tiro del celular. Creo que cierto público va a ver a Messi como si se asomara a la alfombra roja de un festival de cine. O a las piletas de Mundo Marino, con toda la familia, en busca de la foto del delfín estrella.

Pero el juego importa. A los que dicen que el modo de ganar es accesorio los condenaría a ver el 7-0 una docena de veces, en compañía de Bilardo y Fernando Niembro. Es imposible valorizar destrezas, estrategias, jugadas o goles si el rival no existe. El fútbol requiere paridad para que entre los contendientes surja un desafío genuino. La tensión y la intriga son parte del asunto, como en cualquier drama.

La victoria aplastante, ante un adversario indiferente al abuso, pierde entonces todo sentido. El resultado no cuenta (o reporta tanta gratificación como el de un partido comprado), mientras que el juego tuvo la consistencia chirle de un simulacro. Sí, Agüero la rompió, Messi hizo lo que quiso, Lavezzi jugó como nunca, entró Tevez… Hasta daba bronca la sinfonía. Quiero decir: podrían dosificar mejor las prestaciones y haber exhibido un décimo de este virtuosismo en algún partido más relevante del pasado reciente. (Pero el  pasado reciente es igual que el pasado remoto, así que a pensar en otra cosa).

Dicen los que saben que el mero hecho de reunirse resulta importante para la cohesión del plantel. De ser cierto, quizá deberían planificar, de tanto en tanto, una comida en algún restaurante europeo. Les quedaría a todos más a mano. Y estos partidos, que a las estrellas no les dejan ni prestigio, ni rodaje, ni “conclusiones”, podrían cedérselos a los talentos de la Argentina futbolera profunda. Esos que, por mucho mérito que hagan, vestirán la gloriosa camiseta celeste y blanca nada más que en sueños.

para piquPara que Agüero no se canse, Lavezzi no cruce el océano y Banega no se despeine, ¿por qué no convocar, a manera de premio, a los atletas destacados de nuestro querido y mediano torneo sin antecedentes en la Selección? A mí me gustaría ver, por ejemplo, al cordobés Zelarayán o a Espinosa, el inquieto extremo de Huracán, entre otros, saltar a la cancha en un partido internacional, rodeando a Kranevitter, Mas y Casco (lo agregaría a Correa, aunque sea extranjero, cuyo debut fue una isla de interés). La intensa identificación de los aficionados con los futbolistas de cada domingo tal vez mitigaría la jerarquía faltante.

Lo que hacía Diego: si le tocaba Panamá, lo llamaba al Bichi Fuertes, que tenía 36 años y estaba más cerca del retiro que de la consagración. Y los hinchas de Colón, en llamas con el amistoso. Como si fuera una final. Menotti, hace un siglo, armaba equipos alternativos: del interior, del ascenso. Nuestra elite actual parece blindada, inamovible. El público, diría un trágico personaje de la política, está condenado a la excelencia.