Gabriel Milito renunció a la conducción del plantel de Estudiantes por razones que no quedaron muy claras. Aunque su recorrido como DT recién comienza, el ex defensor de Independiente se ha forjado fama de hombre de principios, fóbico a las intromisiones de terceros, las insinuaciones poco éticas y otras prácticas tan discutibles como habituales. Eso es lo que se dice. Que es íntegro hasta el narcisismo, y que por eso se fue en su momento del club que lo vio nacer cuando se ocupaba de las inferiores. Él, de todos modos, habla poco.

553127f8a3cd1_648_335!Dijo esta vez, a lo Bielsa, que se le había acabado la nafta, que ya no tenía energías. Difícil tomar estas palabras como sinceras, toda vez que su tarea se inició hace apenas un semestre y que sus fajinas no incluían levantar bultos pesados, ni muebles, ni dedicación de sol a sol como ocurre con los peones rurales.

Algo esconde que, por caballerosidad, códigos de vestuario o lo que quieran, se priva de ventilar.

Los mentideros platenses agitan la versión de que se malquistó con Verón –una personalidad expansiva, por cierto– aunque el propio Milito lo desmintió en forma verosímil.

Sí se saben dos cosas:

  1. Los jugadores de Estudiantes, con pasmosa unanimidad, le reconocen su capacidad de trabajo, sus convicciones, su llegada directa y honesta a los dirigidos. A pesar de la relación breve, lo idolatran. Valoran su personalidad y conocimientos. Han tratado de disuadirlo, pero la decisión de Milito de dejar el club no admitía revisiones.
  2. El público de Estudiantes nunca lo digirió. ¿Los motivos? Ideológicos, nada más. Purismo, endogamia, fanatismo.

A los hinchas de Estudiantes les gusta presentarse como adictos al resultado. Pretenden que su equipo sea Deportivo Ganar, más allá de las formas. Y aunque Milito hizo una campaña más que respetable (16 triunfos, 8 empates y 6 derrotas según las estadísticas del diario La Nación), no terminaron de aceptarlo.

Se ve que los Pinchas no son resultadistas tan cerriles. Creen que, además de sumar puntos, hay que respetar un linaje. Suscribir un discurso que autorice a obtener esos puntos de cualquier modo. Si el entrenador se pone remilgado, invoca mariconadas estéticas o detalles tácticos de cuño catalán, que se vaya a la mierda por más que salga campeón todos los años.

0013319080Es respetable el amor a las tradiciones. En este caso, el apego a la familia fundada por Osvaldo Zubeldía y su híbrido de profesionalismo moderno y roña clásica. Un pragmatismo despiadado según el cual el fútbol puede morir y los partidos evaporarse en el tedio o la violencia si eso asegura la victoria. Fue exitoso Zubeldía. Y claro, buena parte del público se enamoró del modelo. El otro adalid del clan es Carlos Bilardo, cuyas hazañas están más frescas. Pobre de palabras, prolongó la teoría primigenia a través de interjecciones, mohines y campeonatos festejados con diversas camisetas. Predicó además un desprecio profundo por el que no gana. Por el que no figura primero. Fuera del que da la vuelta olímpica, para Bilardo, todos muerden el polvo de la miseria. Es mejor morir que perder. No hay relato que dignifique la derrota. Esos son cuentos, psicologismo, alucinaciones de fracasados.

Obedecer el dogma a veces es autodestructivo. Eso se llama fundamentalismo. Milito podría haber levantado alguna copa. Pero siempre habría sido sospechoso de menottismo, guardiolismo, romanticismo y otras lacras que el bando enemigo porta orgulloso como estandartes. Ergo, nunca lo iban a aceptar. Por una discriminación visceral que, en el moderado lenguaje de los edictos, se llama derecho de admisión.