La fase de grupos no arroja tantas sorpresas como algunos pretenden. Por el contrario, nos muestra cómo se consolidan tendencias de otras ediciones de la Copa y cómo ciertos mitos se vuelven tabú a partir de la poco sabia combinación de los “saberes teóricos” de ciertos comunicadores. También influyen las prácticas heterodoxas de los ingentes continentes de hinchas estacionales que abonan, desde el terreno de la praxis, las imbecilidades que repican en los parlantes. Veamos un poco, si no, la pintura de este cuadro.

La barra brava del vermú, el sillón y las papas fritas, más preocupada por haber comprado todas las vuvuzelas (con el nombre que posea la versión 0.14 de esas cornetitas de los mil demonios, ideales como herramientas de trabajo con chicos autistas pero poco recomendables para la conformación de tribunas domésticas y mullidas con pseudo autistas, para quienes tienen que padecerlas, al menos) y, por supuesto, por el Prode interno de la oficina (en el que hay un pozo de 6 lucas y dos pasajes a las termas de Río Hondo, ¡joder!)

Mientras los rituales no envejecen porque se renuevan con la simpleza con la que brota un hongo, las imbecilidades de la cátedra no dan respiro. “Grupos de la muerte”, por ejemplo, hubo siempre; candidatos que se volvieron en la primera rueda, también. Como también, equipos sin nada que perder. Son selecciones cuyo nivel futbolístico es inferior al de la Reserva de Boca Unidos, pero por cuestiones de geografía, etnia y algunos vientos favorables de la historia terminaron siendo naciones que se afiliaron a FIFA algún buen día de la década del 20, del 30 ó del 40. Son equipos que se han preparado tácticamente para no tener nada que perder y para jugar “el” partido de su vida contra alguna superpotencia del balón. Desde su humilde perspectiva deportiva simplemente tuvieron el día más importante de su historia futbolera, aunque no hayan ganado o ni siquiera le hayan arruinado la fiesta ni la clasificación a nadie.

En realidad, lo único genuinamente intolerable es que todavía haya matoncitos de micrófono que no sólo besan tierra que pisa Messi sino que, encima, opinan negativamente con tono crítico y bufonesco alla La Nata del mejor jugador del mundo o del técnico que puso orden y condiciones en una Selección que era una papa tan caliente que ni Florencio Randazzo se le animaba. Aún podemos comprobar que los que se llenaron la boca con la lista de Sabella y la repugnancia que les provocaba, ahora se sorprenden de que Marcos Rojo esté jugando bien y se entienda a la perfección con Di María o de que Chiquito Romero haya tapado tres goles contra Irán.

Es claro, se trata de una escenificación permanente de ese libro tan icónico, tan bien interpretado en el cine por Peter Sellers, que escribió hace varias década Jerzy Kosinski, Desde el jardín, sobre un idiota que quedó olvidado en un jardín de una mansión con un antiguo traje puesto heredado de su difunto patrón y que al ser descubierto se puso a responder sobre todo con lo único que sabía, los ciclos de las plantas en el jardín. Y lo tomaron como a un genio.

Así, parece suceder con muchos colegas… que brotan en el field con un traje puesto en el momento indicado. Y opinan, sobre todo y en profusión. Confían en la gratuidad de la palabra mientras, a metros de ellos, los verdaderos protagonistas de la historia se dedican a lo suyo. Desgraciadamente, se ven más programas de fútbol que buenos partidos. Una pena.