Ser árbitro de fútbol siempre implicó correr riesgos. Siempre supuso una vocación suicida o, al menos, un alto componente masoquista en quienes elegían esa profesión. Exponerse a la agresión física y al insulto formó parte, desde que el fútbol es el fútbol, del panorama esperable para ese tipo que se vestía de negro, casi como una metáfora de lo que representaba para los hinchas -siempre listos para el botellazo- que los veían como responsables de todas las desgracias de sus equipos.

El histórico enemigo natural del referí siempre fue el hincha y a veces, un poco, el jugador que se la hacía difícil con sus simulaciones y sus protestas. Hoy ese escenario cambió, pero para peor. Así como sumaron colores a su ropa, los árbitros también sumaron enemigos, tipos que les complican el trabajo y la existencia, a saber:

-Los que los designan, que en lugar de proceder a un simple sorteo, o a una prioridad por mérito, pretenden sacar ventajas en cuestiones sindicales o políticas internas, fogoneando a los jueces que resulten más funcionales a sus facciones.

-Los dirigentes de los clubes que recusan las designaciones, con argumentos casi infantiles –Fulano una vez no nos dio un penal, Mengano es hincha de tal– en lugar de tomar una actitud deportiva ejemplar y bajar esa línea.

-Los dirigentes de AFA que atienden esos reclamos, y negocian y consensuan como si estuvieran eligiendo un Papa, hasta designar un referí que les caiga simpático a los dirigentes recusadores, aunque el que resulte designado no tenga mérito. Pero si al pobre designado le va mal, o comete algún error, no se hacen cargo, no lo bancan, se lavan las manos y lo paran un par de fechas o lo mandan a dirigir Nacional B.

-Los periodistas, que si el árbitro cobra lo acusan de castrilista y si no cobra de lamonilista. Que si suspende el partido dicen que se apresuró y si no lo suspende que así no se puede jugar. Que si habla con los jugadores es permisivo y si no habla es autoritario. Así, 24 x 24 siete días por semana.

-Los jugadores, que para condicionarlos, protestan, piden tarjetas, simulan, demoran, gesticulan, se fastidian por todo, no juegan.

-La tecnología, que podría ser de gran ayuda para garantizar justicia, pero como están dadas las cosas sólo sirve para crucificar árbitros, para exponerlos al escarnio. La cámara lenta, Las cincuenta repeticiones desde todos los ángulos, que podrían utilizarse para dirimir un fallo difícil, sólo sirven para que los dirigentes de los clubes sumen argumentos para recusar, los del Colegio de Árbitros pruebas para sancionar y los periodistas temitas para llenar las horas.

Hasta no hace mucho, tal vez me equivoque, aún el público más futbolero se enteraba quien era el árbitro que dirigiría a su club cuando lo veía salir por el túnel, y recién ahí, se disponía a putearlo hasta por las dudas. Estoy seguro que cualquier árbitro de hoy, añora esos tiempos en que en una mala tarde, lo peor que le podía pasar era que un hincha le acertaran un botellazo en la cabeza o que lo llevaran custodiado en patrullero hasta la comisaría más cercana al estadio a esperar que pasara el temblor.