Matías Almeyda, dicen, quiere irse de Banfield.
Ajá.
Esta nota debería terminar acá, pero no soy tan valiente. Así que amplío: Almeyda se quiere ir de un club que lo banca, lo quiere, juega con la identidad que él supo implantarle, tiene jugadores de jerarquía, cuenta con una dirigencia que lo apoya y le dio los gustos para armar un plantel acorde a la competencia que quería afrontar. Un club en el que armó una formación de altísimo vuelo para conseguir un ascenso. Un club, dicho sea de paso, donde todavía tiene contrato.
Pero perdió un partido que pudo haber ganado contra Defensa y Justicia, y Almeyda quiere irse.
Fue una derrota más en una línea de juegos en los que el Taladro dejó puntos tras haber sido más que su rival. El tema no es nuevo, claro. Durante el semestre pasado, Banfield se cansó de tirar partidos en los que mereció mejor suerte. La explicación es difícil de encontrar. Es un poco falta de contundencia, sí, algo de falta de suerte. Algunos dirán que falta de personalidad o de pericia en los últimos metros, o distracción en defensa o vaya uno a saber qué. Pocos, o casi nadie, dirán que fue culpa de Almeyda.
¿Qué puede hacer un DT cuando sus jugadores, claramente influenciados por una idea, convencidos con un plan de juego, ejecutan pases, combinaciones, jugadas, toques, generan ocasiones de gol y pasan cerca de anotar?
Irse no parece la mejor solución. De hecho, en todo caso la duda sobre la conducción es propia del Almeyda de la etapa más insegura en River, cuando era sospechado de león triste por no saber disfrutar de un momento.
El discurso del DT es menos valiente que su fútbol. No te vayas, Almeyda. Te lo pedimos desde este humilde espacio. Quedate donde tenés que quedarte, donde se ve tu mano. ¿Querés ganar? Ya vas a ganar. Aguantá los trapos que supiste construir.
Porque, sinceramente, ¿dónde vas a estar mejor? No te vendieron a las figuras que querías retener. Es cierto: no están más Toledo y Tagliafico. Chávez ahora juega en Boca. Pero contás en el plantel con un tipo como Bertolo que hace diferencias cada vez que toca la pelota. Tenés a Erviti, uno de los pocos volantes mixtos que piensa y juega y traba y sirve que tiene el fútbol argentino. Tenés a Cazares, un pibe con serio potencial de crack. Te trajeron a Viatri por si te faltaba un nueve. Te llevaron a Cuero para que no sufras por falta de delanteros. Te agregaron a Civelli para armarte mejor atrás. Entrenás a un plantel que te envidia más de uno porque acumula una cualidad que no se compra en el supermercado: categoría.
Y vos perdiste, y perdiste, y perdiste. Pero muchas veces mereciste ganar o debiste haber ganado y la gente, en lugar de putearte, en lugar de querer a un Caruso, se enorgullece de vos. Porque se nota que Banfield juega bien al fútbol. Y el hincha dice que sos el DT para su club. Dice que quiere jugar como juega Banfield, siente cierto orgullo de pertenencia. Ellos también quieren ganar, pero te prefieren. Y escúchame bien, Almeyda, ¿de ahí te vas a ir? ¿Y a dónde vas a ir? ¿A otro club donde puedas armar, otra vez, desde la nada, un lindo lugar propio donde te entiendan y te quieran? ¿Sabés qué difícil es encontrar una casa, el cariño que el fútbol prodiga a los ganadores, sin haber sacado un resultado –ni siquiera uno- que se pueda calificar como memorable?
Sí, sabés mi viejo. Sufriste la ingratitud de River como institución cuando Pasarella prefirió rajarte… ¿después de cuántos años metido ahí adentro, con la banda roja como estandarte? Y te tuviste que ir aunque no tuvieras ganas. Ahora que tenés a los pibes confiando en vos, no rajes. Quedate y peleá. No te vayas de donde te quieren. Ganá. Regalales una alegría de estas que merecen. Haceles creer en vos, Almeyda. Pero antes creé un poquito vos también en esto que andás haciendo. Agrandate y arriesgá y enseñales a los rapiñeros de resultados que el fútbol es una cosa hermosa cuando queda en manos de arriesgados y valientes.
El problema es que te dejes convencer. Hasta los tuyos te vienen diciendo que todo lo que generaste no sirve porque no están ganando partidos. Ni los escuches. En una era de resultados y resultadistas y resultadismos y resultones, regalate un poco de paz. Contradecí la norma. Olvidate de esos numeritos que aparecen en la chapa. Que te chupe un huevo ganar. Relajate más allá del marcador. Seguí jugando.
Con esos muchachos que tenés y el estilo de tu apuesta, vas a ver cómo las victorias llegan solas.