La aparición de Cristina Fernández de Kirchner en Retiro la semana pasada fue algo semejante al abrazo a Ubaldo Matildo Fillol y Alberto Tarantini en el Mundial 78 por parte del hincha Víctor Dell’Aquila, pero de forma colectiva y multitudinaria.
La jornada del miércoles 13 de abril fue tan emotiva como épica y se extendió con miles de personas desde las 7 de la mañana bajo una lluvia barrosa. Un canto se hizo eco debajo del cielo: “Vamos a volver”.
El asunto es para cómo y para qué. Por lo pronto para capturar el sentido de la oposición resistente al neoliberalismo imperante con una voz potente que ahora convoca a “un frente ciudadano”. Sucede que la repetición de la memoria debe tener un elemento de transformación para que el discurso no quede inmerso en un saco vacío. Y Cristina pone al discurso político en un estadio superior como ningún otro líder del país y de América Latina, salvo las intervenciones magistrales que solía dar Fidel Castro.
Cristina es capaz de transformar la política a través de su sola presencia con un discurso que quiebra la lógica clásica capitalista de chatura y desmemoria. En el capitalismo no existe el pasado, no existe el antes, y el otro es siempre ajeno. La lógica del mercado es antipoética. Aplasta los sueños y en vez de esperanza se concentra en el ego y el sálvese quien pueda. Cristina emerge desde el discurso y quiebra la red de contención del sistema de poder. Lo rompe desde la credibilidad. Entonces, la emancipación del pueblo deja de estar contaminada por la trama mediática y sus operadores del odio y aflora la causa. Y la causa es ella y lo que representa.
El miércoles campeó la felicidad en Retiro. Una masa de jóvenes, trabajadores y trabajadoras, familias enteras, niños, abuelos, gente de cada uno de los arrabales de la humildad, clase media; gritando al viento con trapos celestes y blancos. Todo ese escenario lo vivimos desde temprano y más tarde trepados a un contenedor (como en la infancia en la tribuna de Atlanta) y lloramos de alegría. Lloramos como niños. Lloramos por la esperanza. Porque la esperanza se construye de forma colectiva.
Para la hegemonía del mercado (¿vale?) más un sujeto en un auto alta gama que un cartonero masticando la basura. La televisión pondera y legitima esa visión sesgada de los otros. La maquinaria de aniquilación del otro lleva en sí misma la razón de su impotencia: es incapaz de destruir el amor.
Cristina extrae palomas de la galera y nos hace reflexionar sobre la memoria, las persecuciones históricas, las proscripciones, los intereses foráneos, los fondos buitres, la traslación del pensamiento hacia el centro del conflicto social latente.
Este gobierno macrista produjo hechos notables: 150 mil desempleados en cuatro meses, retrajo el consumo más de un 20 por ciento, empobreció a la mitad de la población del país, arrebató conquistas sociales, persiguió y dejó sin empleo a periodistas críticos, encarceló a Milagro Sala, reprimió a los bancarios, realizó una trasferencia millonaria a la oligarquía sojera y vacuna, se endeudó y alió con Estados Unidos y el Fondo Monetario Internacional, y designó en el Estado a los gerentes de las multinacionales.
El macrismo encarna la matriz ideológica de José Alfredo Martínez de Hoz: el cerebro de la dictadura. Son esos seres amorfos que todavía le dicen “proceso” a la desaparición de 30 mil argentinos. Los que pretenden llevar a los Tribunales a los militantes de los ’70, revanchistas del desprecio, escribas a sueldo de las cuevas serviciales rentadas por la fábrica odiosa que montó este gobierno contra todo el campo popular, los trabajadores, y la prensa que resiste. Porque el macrismo viene a cambiar la cultura e imponer la desmemoria.
Ahora bien, ninguna revolución de ideas persiste con fuego artificial y prensa rentada. Las verdaderas revoluciones nacen y crecen en la consciencia de la humanidad. Lo que se vio en Retiro habla mucho de eso. La mitad del país no quiere a este gobierno de los bancos y la Sociedad Rural, anhela comer un asado y ver los partidos gratis y en familia, comprar un lavarropas, educar a sus hijos, irse de vacaciones, trabajar honestamente con un salario digno, sin que la Policía les pida el DNI por ser pobres.
Esta semana, Cristina demostró que no existe imposible. Su discurso fracturó la red de tiburones y ayudó a construir el futuro con la palabra. Hubo felicidad omnipresente entre hermanos abrazados. El hincha Víctor Dell’Aquila hubiese cerrado los ojos para ver mejor el alma de los otros.