A veces el amor no tiene muchas explicaciones. Simplemente sucede. A veces no es necesario alimentarlo con un esfuerzo diario. Porque hubo algo, en algún momento, que ya está ahí, que va a ser más fuerte que la rutina y el tedio de la convivencia. Barovero podrá ser un arquero muy bueno para algunos, uno bueno para otros y uno regular para otros. No es un arquero descomunal ni es un arquero malo.

penalPara nosotros es un arquero más o menos normal. Sin embargo un día, una acción, una atajada, lo transformó en una especie de superhéroe para los hinchas de River. Claro: fue la noche que le tapó el penal a Gigliotti. En un momento que el Monumental no podía creer lo que estaba pasando e imaginaba un futuro oscuro, justo con Boca enfrente, apareció Barovero. No como arquero sino como un médico que le devolvió los latidos del corazón a cada hincha. Y eso, claro, implica amor para siempre. Porque ese penal no fue sólo un penal. Fue un despegue para todo lo que River conseguiría luego.

Pero si un día Barovero decide irse (por el motivo que fuere) poco pueden hacer los hinchas. Porque sí (y disculpen que a algunos les quitemos la ilusión): los futbolistas están trabajando. Salvo poquísimas excepciones, lo de ellos no es amor por la camiseta. La relación entre hinchas y futbolistas es una relación despareja, sin equivalencias.

Aunque Barovero parece tener la decisión ya tomada, los hinchas pretenden tocarle el corazón o alguna fibra que lo haga recapacitar. Y para eso lo ovacionan todos los partidos o una noche van vestidos con su buzo o lo eligen como uno de los mejores arqueros de la historia de River… A veces el amor te hace creer en milagros…

¿Tantas muestras de cariño pudieron afectar el rendimiento de Barovero? No nos parece. Como el arquero normal que es, va a tener sus días buenos y sus días malos (si fuera un arquero brillante pasaría lo mismo…). El problema no fue el blooper en el cuarto gol de Colón. El verdadero problema es el desconcepto. Porque el arquero tenía dos opciones de pase más o menos sencillas. Y no creemos que Gallardo le pida que reviente las pelotas. Ponzio le dio el pase y fue a ofrecerse como descarga y también tenía un compañero a su derecha. Quizás porque le había salido mal un amague contra Calleri la noche ante el San Pablo, Barovero se nubló y no quiso pasar por la misma situación. Pocas convicciones… Arias, el arquero de Defensa y Justicia, cometió un error parecido contra Huracán. Sin embargo, siguió insistiendo toda la tarde con jugar la pelota por el piso para un compañero.

A veces el hincha le brinda amor incondicional a un futbolista que no necesariamente es un gran futbolista. Algo parecido pasa con Torrico y los hinchas de San Lorenzo. Un atajadón descomunal a Allione que le dio el título al equipo de Pizzi transformó a otro arquero normal en un santo. Porque, a veces, un momento de euforia es suficiente para amar para siempre.