En el primer equipo que formó Arruabarrena, en agosto de 2014 en su debut triunfal 3-1 ante Vélez, jugaron Orión, Cata Díaz, Colazo, Erbes, Gago, Meli y Calleri. Ese equipo buscaba equilibrio atrás, presionar al rival y atacar los espacios. Con muchos errores, con poca confianza, pero buscaba eso. Este domingo, estarán Orión, Meli, Calleri y, entre los suplentes, Colazo. Pero es probable que Cata Díaz, Erbes y Gago también fueran titulares de no ser por sanciones y lesiones. La idea de juego será la misma. La primera decisión de Arruabarrena fue confiar. En vez de hacer tabla rasa con lo que había dejado Bianchi, el Vasco y su cuerpo técnico eligieron apoyarse en algunos nombres propios. Bancarlos y construir desde ahí.
Ya lo dijo el Patón Bauza con esa sinceridad y simpleza que tanto le valoramos: “Para mí, el que sale primero es el mejor”. El Boca de Arruabarrena está a un triunfo, ante Tigre en la Bombonera, nadie podría imaginar un escenario más propicio, de convertirse en el mejor del año en el fútbol argentino. Más allá de los gustos, si lo consigue, nadie dirá que es un campeón inmerecido. Pero incluso si no es campeón, nadie debería negar que fue uno de los mejores del 2015, junto a Central, sobre todo en estos meses en que se define el torneo local.
Algunos hinchas de Boca lo niegan y lo dice también el propio DT, que más de una vez admitió que si no gana algo dejará el club. Esto es Boca y acá hay que ser campeón, se resume. La evolución del equipo, la mirada amplia del ciclo, cualquier análisis más o menos profundo queda sepultado bajo algunos resultados decisivos y una estadística clave: cero títulos. Al DT se lo rechaza más por lo mal que declara o cómo se viste. Del juego se habla poco. Ni siquiera resiste la mirada resultadista. Con Arruabarrena, Boca jugó más de 60 partidos y ganó más de 40. Sólo en 2015, disputó 41 partidos y ganó 30 veces. Sí, sí, ya sé, pero sin títulos.
Boca llega a esta definición sin que importe mucho cómo juega. Lo que importa es todo lo que perdió. Durante meses se habló de la falta de actitud, para explicar las caídas ante River, y luego, por algunas derrotas en clásicos, de que no tiene temple para los partidos importantes. El éxito no se analiza, pero parece que las derrotas tampoco. Ahora, después de la caída ante Racing, se agita el fantasma de La Volpe. La chance de ser campeón, aunque parezca increíble, se presenta como otra posibilidad para la angustia.
Pese a la regularidad de nombres, el ciclo Arruabarrena siempre pareció definirse por las dudas. Las derrotas que fueron marcando este año y medio hicieron cambiar al entrenador, creemos, mucho más de lo que hubiera querido. Entre modificaciones de sistemas y de nombres, lo que a fines de 2014 era la búsqueda de una identidad se transformó durante el primer semestre de 2015 en un desconcertante vaivén de formaciones que alternaban entre copa y liga sin que nadie entendiera bien quiénes eran los titulares. El DT, quizás preso de contener a un plantel más largo que el actual aunque no de mayor jerarquía, pareció perderse en esas rotaciones.
Ante tanta incertidumbre, refrendada por algunas decisiones en partidos determinantes -las series con River son el mejor ejemplo pero no el único- y sellada con resultados negativos de alto impacto, todo lo construido se puso en duda. Y es probable, y hasta saludable, que el propio cuerpo técnico también haya dudado. Ahí, después de ese fatídico mes de mayo, llegó la Copa América. Salvado por la campana, Boca depuró el plantel y se replegó para curarse.
La gran diferencia entre ese primer equipo de Arruabarrena y el actual, la que hace que hoy gane y juegue mejor, además de cuestiones emotivas y tácticas, es que tiene mejores jugadores que hace un año y medio. A ese equipo base, se le adosó una defensa entera -Peruzzi, Rolín, Tobio y Monzón- y más manejo en el medio -Pérez y Lodeiro-. El tiempo fue trabajo, las piezas se asentaron y la rotación se terminó. Rolín, Chávez, Bravo, Marín, Castellani, Osvaldo, Carrizo, Palacios, etcétera, se fueron o asumieron su rol de relevos.
Entre modificaciones de sistemas y de nombres, lo que a fines de 2014 era la búsqueda de una identidad se transformó durante el primer semestre de 2015 en un desconcertante vaivén de formaciones que alternaban entre copa y liga sin que nadie entendiera bien quienes eran los titulares. El DT, quizás preso de contener a un plantel más largo que el actual aunque no de mayor jerarquía, pareció perderse en esas rotaciones.
Todo lo coronó la repatriación de uno de los mejores delanteros del mundo en ese momento. El dinero, está claro, también sostuvo a este ciclo. El ataque sumó potencia y recursos. La llegada de Tevez selló, además, las fisuras del barco. Las anímicas, por su alegría contagiosa para jugar y su capacidad para absorber toda presión -incluso por el DT y el presidente-. Y también las futbolísticas. Con Carlitos, incluso si el equipo no encuentra los caminos, la posibilidad de abrir defensas cerradas late en sus pies.
Cuando las derrotas volvieron, porque a veces pasa, se pierde, el técnico, esta vez, insistió. Eso hizo la diferencia. Después de caer ante San Lorenzo, el día del error del pibe Bentancour, Boca se recuperó de todos los fantasmas en cancha de River. Arruabarrena apostó por la continuidad, recuperó a Tevez y Gago que venían de la Selección y bancó al juvenil que había fallado. Una lesión puso en cancha a Lodeiro, también acertó ese cambio, que hizo el gol del triunfo. Quizás del campeonato. Ni siquiera jugó bien. No ganó a lo Boca, aunque venda diarios decirlo. Pero ganar le vino muy bien y le devolvió la confianza. El trauma se hizo fortaleza.
Ahora, en plena definición, juegan más o menos los mismos. Algún ajuste en el medio, a veces Tevez y dos delanteros, a veces Tevez de punta. No podríamos decir los once de Boca de memoria pero estamos cerca. Después del 1-3 ante Racing, Arruabarrena repitió el equipo en la Copa Argentina. Y, salvo los suspendidos, volverá a hacerlo ante Tigre. Va a cambiar lo justo y necesario. El campeonato le dará la razón, estaba en lo correcto desde el principio.