El día que el Dr. Gol sufra un catarro y no pueda empuñar el micrófono se suspenderán los Mundiales. Estuvo allí en 1958 (sí, hace 56 años), cuando el imberbe Pelé hizo su aparición deslumbrante, y sigue ahí, cinco o seis generaciones de futbolistas más tarde. Para recordarnos cuál es el dibujo táctico de los equipos y, sobre todo, para subtitularnos con su sobrio léxico las jugadas que vemos perfectamente en la pantalla.

Dr. Gol dice: González define de derecha ante la estirada inútil de López y la pelota se mete junto al palo izquierdo. Justo en el momento en que lo estamos observando, con todo detenimiento, en la repetición. Como si les hablara a ciegos. O nos tomara el pelo. Sin embargo, lejos de imputarle el vicio de la tautología o simplemente tildarlo de chanta, los colegas han celebrado su estilo académico y reproducido este ejercicio de contarle al público lo que ya sabe. Dr. Gol ha hecho escuela.

De todas maneras, no es lo que más me molesta de esa voz que acompaña hasta mis más remotos recuerdos del fútbol por televisión. Tampoco le achacaría que aún diga “valla” como sinónimo de arco o que nunca se le olvide el “Juniors” al hablar del Boca ni el “de Almagro” al referirse a San Lorenzo.macaya

Lo que en realidad me desquicia es que crea que la función de un crítico (en este caso, de deportes) es señalar errores. Dr. Gol sólo interviene para señalar en cuál resquicio de la jugada la perfección del fútbol no ha sido honrada. Por lo tanto, su prosa subraya deméritos, está cargada de adjetivos negativos.

Siempre -cuando digo siempre es siempre- Dr. Gol hace una mención a las “deficiencias defensivas”. Aunque un poco vaga, como todo en él, es la explicación que ofrece para los goles. Jurado inflexible, su ojo de halcón es incapaz de detectar el acierto del goleador. Mejor dicho: lo detecta, pero lo considera un efecto secundario de la falla defensiva. En parte tiene razón: con defensas invulnerables como mecanismos de compleja tecnología, no habría goles. Si hay gol es porque hubo un error. Y justo este desvío, esta alteración genética en la pureza del fútbol, es lo que Dr. Gol persigue como un celoso detective para hacer la denuncia correspondiente.

Por estos días, exhibe su fanatismo en algunos de los partidos del Mundial transmitidos por TyC Sports. El apogeo de sus comentarios se produjo cuando el delantero de Australia Tim Cahill clavó un golazo de otro planeta ante Holanda. Un voleo descomunal, como venía, que Dr. Gol sintetizó como un desliz del equipo de Van Gaal, que en esa jugada “perdió las marcas”. Arrojé una pantufla a la pantalla, pero como los comentaristas operan en off, no lo alcancé.

Dr. Gol es como un crítico musical que, al cabo de un concierto sinfónico magistral, ovacionado hasta las lágrimas, sólo tiene para decir que, ejem, unos de los violines pifió una nota en el segundo movimiento. Estamos en un Mundial, hombre. Disimule que no le gusta el fútbol. O mejor: matice su trabajo de gendarme con algún elogio, alguna opinión comprometida y honesta, informaciones sobre los protagonistas o una buena historia de su vastísima trayectoria en tantos Mundiales. Aunque resigne parte de su vocabulario gélido, pretendidamente científico, no se preocupe. Su aura de gurú de la pelota no sufrirá ningún daño.