Algunas definiciones de trampa:

Contravención disimulada a una ley, convenio o regla, o manera de eludirla, con miras al provecho propio.

Infracción maliciosa de las reglas de un juego o competición.

Ardid para burlar o perjudicar a alguien.

delfino1_mainLo que sucedió el sábado en el Vélez-Arsenal es inédito en el fútbol argentino. Hasta ahora se sabía que los futbolistas hacían trampa en pos del “hay que ganar como sea”. Pero en Liniers, además de los futbolistas y los técnicos, hizo trampa el árbitro y uno de sus asistentes.

Primero metió la mano Pavone. Eso hizo pifiar a Delfino, que vio la mano pero se confundió el color del brazo. El árbitro creyó que era del moreno Daniel Rosero Valencia y no del delantero de Vélez. Por eso, coherente a lo que él creyó haber visto, le mostró la segunda amarilla al colombiano y cobró penal. A partir de ahí, todo lo que sucedió dio vergüenza. Y fue un claro reflejo de lo que es la sociedad: lo único que le importa es el beneficio propio.

Al comentarles Rosero Valencia a sus compañeros que él no la había tocado con la mano, todo Arsenal se puso en campaña para hacer algo más que protestar. Silva charló con un camarógrafo que estaba a centímetros de la jugada (que por los gestos que el Pelado hizo después le habría confirmado lo sucedido), a Abbondanzieri lo llamó “alguien” para contarle la jugada y una vez que el cuerpo técnico de Arsenal supo la verdad… el descontrol.

Lucas Comesaña, el cuarto árbitro, escuchó lo que se hablaba en el banco visitante, confió en lo que le decían y le avisó a Delfino. Es cierto: lo habrá hecho para no cometer una injusticia. Por lo mismo, supuestamente, Delfino decidió volver atrás con las decisiones tomadas (el penal y la segunda amarilla). Sin embargo, el árbitro hizo trampa para salvarse de un error. Ni hace falta decirlo pero por las dudas: no es reglamentario usar la tecnología para tomar decisiones. Eso hizo Delfino, un excelente árbitro que vive dentro de las reglas de una empresa como la FIFA y se equivocó groseramente. Es más lógico que un referí vea mal una jugada a que espere que la televisión le diga qué fue lo que sucedió. De hecho, lo primero pasa todos los días en todos los partidos y lo segundo es la primera vez que ocurre. Básicamente porque no está permitido y, hasta hoy, no es parte de la esencia del juego. Pero el sábado, parece, Delfino no tenía ganas de cargar con un error. Y cargó con uno mucho mayor. Porque a Delfino no le preocupó la justicia sino sufrir el engaño de Pavone.

Cuando el árbitro cambió el fallo, obvio, las protestas de mudaron de barrio. A nadie de Vélez le interesó que se hiciera justicia sino el procedimiento. Russo no gritaba que había sido penal sino que reclamaba “no se puede, no se puede”. Al técnico le sobraba razón en el reclamo aunque no tenemos ninguna duda de que si la jugada hubiese sido idéntica pero en el área de enfrente, habría actuado igual que Abbondanzieri y compañía. Y tampoco tenemos ninguna duda de que Palermo habría reclamado de la misma manera que Russo. Porque la justicia es lo que menos importa. Sólo se pide justicia si es para beneficio propio. Y justamente Russo es el mejor ejemplo. Cuando lo perjudicaron gritó “no se puede, no se puede”. Cuando lo favorecieron, no contento con beneficiarse de una trampa, vociferó: “penal y expulsión, penal y expulsión” ¡tras una mano de un jugador de su equipo!