El título original de esta nota, en su momento, fue “El dinero le gana a la felicidad”. Unos días después de publicarla, Leandro Romagnoli se arrepintió y decidió quedarse en Boedo.

Acá va lo que lo escribimos en aquel momento.

¿No les importa que el dinero les quite felicidad o es que el dinero les parece algo suficiente como para ser felices?

Nunca vamos a saber lo que es tener mucho dinero. ¿Qué es tener mucho dinero? Que te sobre. Ser un asalariado del periodismo (escrito, sobre todo) te permite lo que te permite. No jugamos al loto, al quini o a esas timbas imposibles y tampoco tenemos padres que nos vayan a dejar una herencia suculenta. Así y todo, nos arreglamos. Apuntamos a gastar en las cosas que nos hacen felices y tratamos de pasar la vida lo mejor que se pueda. O lo mejor que nos dejen.

Aclaramos esto para confesar que no tenemos ni la más mínima idea de lo que significa cobrar lo que cobra un futbolista de un equipo grande. Tampoco nos interesa saber cuánto es. Pero, para nosotros, sea lo que fuere, es un montón. ¿300 mil pesos por mes? ¿200? ¿400? ¿150? ¿500? Todo nos parece mucho.

Ahora, olvidemos el dinero y pensemos en un chico de veintipocos años que hizo todas las Inferiores en River, por ejemplo. ¿Puede haber algo más placentero que lograr el sueño de llegar a la Primera, usar la 10 y sentirte importante en el equipo? Y que además te paguen lo suficiente como para que puedas darte todos los gustos, claro. Vas a entrenar por la mañana, tenés las tardes libres para lo que se te ocurra, los domingos jugás en una cancha llena… Aunque esto tampoco lo sabemos, suena bastante parecido a la felicidad.

También podemos pensar en un futbolista ya hecho. De treinta y pico. Uno que ya hace un tiempo hizo las Inferiores en San Lorenzo, por ejemplo. Consiguió llegar a Primera, ganó un par de títulos, se fue a Europa a hacer la famosa y ¿necesaria? “diferencia económica” y, todavía con cuerda, volvió al club que ama y que lo ama. Y aunque llegó para poner el pecho en los malos momentos, la situación del club se dio vuelta de tal manera que hasta tiene la posibilidad de ganar el título que quieren todos los hinchas. Un título que ya bastaría para estar inmensamente contento pero que, además, te abre la puerta para jugar nada menos que un Mundial de clubes. Y, posiblemente, un cruce con el todopoderoso Real Madrid. Igual que en el caso anterior, esto también nos parece algo bastante parecido a la felicidad.

Sin embargo, Manuel Lanzini y Leandro Romagnoli (hoy hablamos de ellos, pero ayer y mañana fueron y serán otros) eligieron dejar la felicidad, o lo que nosotros entendemos como felicidad, para irse a jugar (¡y a vivir!) a Emiratos Arabes y a Brasil. Pero claro, nosotros no tenemos idea. No sabemos lo que es ser futbolista profesional. No sabemos lo que es ganar tanto dinero. Y menos sabemos lo que es ganar más dinero todavía. Tal vez, por tanto no saber, será que no entendemos ciertas decisiones. ¿Qué va a hacer Lanzini cuando vuelva de los entrenamientos? ¿Va a contar el dinero mientras conecta el skype para chatear con sus amigos? ¿Y el semestre que viene, cuando River juegue la Libertadores? ¿Seguirá contando dinero o ya directamente lo pesará? ¿Qué va a hacer el Pipi si San Lorenzo tiene la oportunidad de jugarse el prestigio contra el Real Madrid? ¿Va a contar el dinero mientras le pregunta por whatsapp a sus hijas cómo les está yendo en el colegio? ¿Va a hacer cuentas a ver si también le alcanza para los tataranietos? Es cierto: la profesión del futbolista es corta. Pero la vida también.