El actual gobierno tiene una concepción delegativa de la soberanía política. En temas sensibles, prefiere que las decisiones se tomen en el corazón del poder global. No lo esconden y eso es bueno. Me acuerdo de cuando Macri admitió que la elección del Fino Palacios para conducir la Policía Metropolitana provino de la embajada de los Estados Unidos.
Ahora el hombre es más sutil y no ventila esas imposiciones, pero no cuesta distinguirlas, sobre todo en el área financiera y de seguridad. Los procedimientos de republiqueta sojera parecen extraídos una película setentista de Costa Gavras, denunciador habitual de las miserias políticas de este lado del mundo, el lado del culo. Pero son en cambio los ideales de las autoridades nacionales, que, en sintonía con gran parte de la sociedad, entienden que alinearse de manera irrestricta con la gran potencia del norte y sus socios significa estar en la vereda del sol. Revistar como neocolonia no es vergonzante ni ruinoso sino una ventaja estratégica.
En la AFA, de igual suerte, la dirigencia criolla acata que, muerto su gran tutor, es por completo inepta para diseñar el futuro. Y se entrega a la mano rectora de la FIFA, hasta hace meses un antro de viejos corruptos, para, comisión normalizadora mediante, darse un nuevo estatuto (monitoreado por FIFA) y, algún día, un nuevo gobierno.
La reconfiguración política tiene, para un sector de la dirigencia, la única finalidad de reformular el negocio, de modo tal que los clubes grandes se queden con la parte del león. Le dicen Súper Liga. Mientras tanto hay una especie de casting de notables para integrar la comisión. Y allí metió la cuchara hasta Diego Maradona, que, invocando su novedosa amistad con Gianni Infantino, se autoproclamó árbitro de las negociaciones.
El tono de sainete se mantiene constante. Acéfala y en vías de integrar una conducción colegiada de representatividad escasa, la AFA es un sello de goma. Una cáscara con pretensiones institucionales y ninguna autoridad ni capacidad de acción. A punto tal que, a menos de un mes de debutar en los Juegos Olímpicos, la Selección sigue en veremos. Armar el equipo olímpico se parece a la ardua logística de los aficionados que quieren despuntar el vicio en un modesto partido de futbol 5. Los clubes niegan sus jugadores como si el equipo nacional fuera un estorbo menor para sus planes.
Así las cosas, la Selección es imaginaria. Un resabio formal de lo que alguna vez fue el equipo representativo de una federación, una prioridad deportiva. En semejante clima de tierra arrasada, quién otro que Caruso Lombardi podía surgir blandiendo su propio nombre como candidato a la sucesión de Martino.
Pescador de aguas revueltas, mientras Olartiocoechea rema orgullosamente contra la corriente y se hace cargo del plantel que irá a Rio de Janeiro, Caruso promete construir un equipo en cinco minutos, da nombres de hipotéticos convocados, se vende como un hechicero todo terreno y se victimiza porque, según él, muchos lo subestiman. El ex entrenador de Sarmiento (último milagro que consta en su legajo) no cree que la falta de experiencia internacional afecte su capacidad ingénita de salvador.
Al rescate de las causas perdidas, también adelanta que hablará con Messi y que lo rodeará de jugadores “que corran”, no como sus actuales aliados que no hacen más que vampirizarlo y no le devuelven una puta pared. Esos mediocres de Di María y Agüero, por ejemplo, no tendrán lugar en el pelotón de guerra que pergeña la imaginación de Caruso Lombardi.
A falta de nombres creíbles, de profesionales dispuestos a incinerarse, Caruso se torna verosímil. Medios tan serios como La Nación lo venden como el favorito de las redes sociales, que, como se sabe, son el tribunal inapelable de nuestros días. Viralizado, cebado para que haga su numerito de energúmeno puro corazón (pícaro y conocedor del paño futbolero), Caruso arremete en el mejor momento para sus legítimos sueños.
No hay siquiera una firma autorizada para refrendar un contrato de entrenador de selecciones. Ni un peso partido al medio para pagar ese mismo compromiso hasta que llegue el prometido blindaje de los sponsors. El legado de Grondona es un páramo irrisorio. Caruso Lombardi es la ilustración perfecta del momento histórico. Su nombramiento sería un tributo a la coherencia.