Hay pocos misterios más grandes en el fútbol del mundo que la capacidad que tiene Ramón Díaz de convencer a sus jugadores y armar equipos ganadores en distintas épocas y en distintos contextos, con distintos planteles y con material más o menos rico en el transcurso de su carrera.
Cuando habla, el Pelado parece conformar su discurso puramente con frases de ocasión, y es tan rebuscado que a veces cuesta encontrarle sentido a lo que dice. Por momentos, parece que lisa y llanamente se perdió en el contexto, y termina una oración diferente a la que había comenzado.
Después del partido que Paraguay empató sobre la hora con Argentina, la primera frase del DT en conferencia de prensa fue la siguiente:
“Sí, por ahí tenés razón al primer tiempo es preocupante lo que pasó de parte nuestro lo que pasó con el grupo de todo lo que veníamos hablando”.
Sin embargo, el tipo -que asumió el mando de un grupo que venía de muy malos rendimientos en el pasado reciente- transformó un primer tiempo pésimo en el arranque de la Copa América ante el rival más complicado que cabía imaginar en una gesta de empate postrero, bastante llena de actitud y digna de sus equipos de siempre. Para colmo con una jugada que podría interpretarse como preparada –tiro libre, cabezazo para bajar la pelota, arremetida al gol- y con un tanto de un suplente que él había hecho ingresar.
Quince minutos de vestuario alcanzaron para tocar “alguna cosita táctica” en ese partido que cambió de destino, según explicó el propio Ramón. Pero… ¿qué cosita? ¿Y cómo se la explicó a sus dirigidos para que fuera tan eficiente en un período tan corto, si su orden más compleja al costado de la cancha parece ser “Vamos, vamos”?
Hay dos opciones, las dos igual de probables: o el técnico maneja con los futbolistas un lenguaje distinto al que deja ver en público, y se dirige a ellos con más claridad para que entiendan sus instrucciones; o se saca de encima las preguntas de los periodistas con lo primero que se le ocurre, intentando desnudar la menor cantidad de contenido posible en cada frase.
Entonces tira: “Tuvimos mucha personalidad”. “El triunfo es de los jugadores”. “Estamos muy contentos”. “Ellos saben lo que significa”. “Es un partido muy importante”. “Se nos viene un rival muy difícil”. “Entendemos lo que representa” y una larguísima serie de etcéteras que uno podría escribir antes de sentarse a escuchar lo que tiene que decir el riojano.
Después del partido que Paraguay empató sobre la hora con Argentina, la primera frase del DT en conferencia de prensa fue la siguiente: “Sí, por ahí tenés razón al primer tiempo es preocupante lo que pasó de parte nuestro lo que pasó con el grupo de todo lo que veníamos hablando”.
Una tercera teoría en cuanto a su éxito de gestión es que la calidad depurada de discurso tenga poco que ver con la llegada y la transmisión de un mensaje a un equipo determinado. Posiblemente se trata de otra cosa, y no de palabras, lo que permita que los jugadores lo entiendan.
Más allá de esto, su influencia desde el banco parece indiscutible a esta altura. Su experiencia en la Copa América es sólo el último ejemplo en una cadena larga que algunos asocian a la casualidad, otros a la cantidad de estrellas que estuvieron a su cargo. Los más fanáticos elogian una cualidad inasible de ese ex delantero zurdo, al que asocian directamente con el triunfo, con el éxito, sin más explicación que su carisma y cierta picardía.
La realidad de su trayectoria indica que armó un conjunto multicampeón en su primera etapa en River, cuando contaba con un plantel de lujo y se deslizaba que Enzo Francescoli le armaba el equipo. Se transformó en el entrenador más ganador de la historia del club y se llevó un par de copas, incluyendo la Libertadores. Repitió la dosis en el torneo local con un San Lorenzo realmente bueno que contaba, entre otros, con Ezequiel Lavezzi.
Cuando parecía que un paso por América de México y por Independiente revelaban su imposibilidad de dirigir equipos con menor plantel, volvió a un River necesitado (lo contrató muy a su pesar un Passarella que no lo quería, y lo sostuvo bastante a su pesar un D’Onofrio al que le caía bastante agrio) y contra casi todo pronóstico volvió a armar un equipo que levantó el título. En todos los casos, pareció manejarse con la soltura de un patrón de estancia que llevaba consigo a sus hijos y a un par de amiguitos para que se diviertan. Los resultados de su conducción parecieron legitimar cualquier capricho, pero también generar asperezas con los directivos.
Ahora, en Paraguay, tiene un grupo de futbolistas que difícilmente metan miedo. Gonzalo Bonadeo aseguraba antes del partido con Argentina: “La dupla Santa Cruz-Haedo Valdez era una delantera muy buena hace una década”. El colega Christian Colonna decía tras el empate de la fecha inicial: “Si me dicen que tengo que jugar contra Argentina y me dan los jugadores que tiene Ramón, creo que me pongo a llorar”.
Díaz no sólo se negó a llorar de antemano, ni siquiera plantó un equipo rendido cuando vio una desventaja que para muchos era irremontable.
En la segunda fecha, lejos de descansar en el punto rescatado, agitó la formación. No tiró a la cancha a ninguno de los que metieron goles en el primer partido, sacó a Marcos Cáceres (de bastante buen partido con Argentina) y planteó contra Jamaica un equipo para atacar bien por las bandas con Benítez y Samudio, con presión en el medio desde Ortigoza, con Bobadilla parado para pivotear (estos dos últimos, de un físico que se parece poco al de las figuras internacionales pero con una técnica indiscutible, algo que claramente prioriza Ramón por sobre el estado atlético; ejemplo: Cavenaghi).
Jamaica, que contra Uruguay había resultado un rival dignísimo, ordenado y peligroso, pareció una banda de muchachos sin talento, sin ideas, que para colmo regaló un gol semi en contra que pareció sacado de un capítulo de Bugs Bunny (“Por ahí no fue uno de los mejores goles”, evaluó Ramón).
Quizá esa mala imagen, al igual que la floja que dejó Argentina en el segundo tiempo de aquel primer partido, haya sido en parte responsabilidad de Ramón Díaz. Un equipo que sabe cómo jugarte suele hacerte parecer peor.
Hasta ahora, dos partidos y cuatro puntos después, invicto en el torneo, sin demasiado brillo en el juego pero ganador como casi siempre, el Pelado se abraza con su cuestionadísimo hijo/ayudante de campo después de cada gol y puede seguir sonriendo socarrón y diciendo a sus detractores esa palabra de dos letras que uno imagina su favorita: Je.
Aunque sea un enigma cómo lo logra.